Adoquín, perro, caballos o reguetón: por qué los políticos españoles ya no temen al ridículo

La chanza de Pablo Casado a Pedro Sánchez diciéndole que hasta su partido lo echó para que no se presentara a otras elecciones o el tono despectivo con el que Santiago Abascal hizo su "propuesta patriótica" frente al resto de "partidos progres" son dos ejemplos de que la burla es una herramienta básica para achicar al adversario a base de ridiculizarlo. Durante el debate de este lunes que tuvieron los cinco candidatos que se disputan la presidencia el próximo 10 de noviembre se vieron más ejemplos de un arma dialéctica que ya describió Aristóteles. Lo que el pensador griego no recogió en sus escritos, quizás porque entonces no hacía falta, es cuál es la utilidad de que un político se ponga en ridículo a sí mismo. Es lo que hizo Albert Rivera con el adoquín que blandió desde su atril para hablar de un tema tan serio como los altercados de Barcelona.

Esa necesidad de acaparar tuits, de ser protagonista en las redes sociales y de que hablen de uno aunque sea mal también se ha visto en la campaña. El reguetón de Pablo Echenique, el vídeo del caniche de Rivera o el de Javier Ortega Smith montando a caballo al son de Ennio Morricone son algunos ejemplos de la espectacularización de la política que académicas de Ciencias de la Comunicación como Elena Cebrian y Tamara Vázquez sitúan en el fin del bipartidismo. A más competidores –en este último debate eran cinco, en las elecciones de abril,cuatro, pero no hace ni una década eran solamente dos–, más necesidad de destacar. “Los políticos han dejado de ser objeto pasivo de la banalización”, dicen las autoras en un artículo titulado "Telerrealidad y política se unen" para explicar el modo en que los candidatos han contribuido a convertirse en actores.

Eso ha provocado que aumenten los espacios de infoentretenimiento relacionados con la políticay por eso acceden a ser entrevistados por niños ("Al rincón de pensar", en El programa de Ana Rosa); por un publicista (Risto Mejide), un humorista (Pablo Motos), un aventurero (Jesús Calleja) o un cantante (Bertín Osborne. El objetivo es destacar su faceta más personal, pero no se olvidan nunca de que son candidatos; de que están en campaña; de que su papel es más el de un concursante de Gran Hermano que el de un padre, un amigo o un cuñado corrientes. Así respondió el presidente en funciones cuando Casado le preguntó en el debate qué era para él una nación: "Ya estamos con el raca-raca…", dijo Sánchez, que más tarde se metió con la barba del político popular.

Una agresión sutil

Vicente Ordóñez Roig, profesor de Filosofía de la Universidad Jaume I, explica que "la ridiculización del otro es la herramienta de coacción social invisible y más cáustica que existe”. Según el académico, es útil como manera de controlar el modo de comportarnos para vivir en sociedad. pero el uso que le dan sus señorías es distinto: "Es la forma más sutil de sortear la norma moralque dice que no debemos agredir a los demás", añade.

Ese atajo también lo empleó en el debate Pablo Iglesias: "De sobres, señor Casado, sabe usted mucho más que yo". Ese tipo de invectiva es útil porque, como indican varios autores, eleva la moral de los partidarios, socava cualquier mística que se haya podido crear en torno al adversario y es un golpe difícil de neutralizar. ¿Cómo debería responder Fernando Grande Marlaska cuando Iglesias tachó de "la parida de la campaña" las declaraciones que hizo el ministro diciendo que "en Cataluña la violencia ha sido de mayor impacto que la del País Vasco”?

Según Ordóñez, autor del libro El ridículo como instrumento político (Ediciones Complutense, 2015) el escarnio es una agresión solapada, pero lo que hizo Rivera durante el debate y en esta campaña va más allá y es fruto también de una espectacularización de la política que los líderes españoles aún no tienen bien calibrada. Así pareció cuandosacó el cartel con unas siglas que no existen – ICB: Impuesto de la Corrupción del Bipartidismo– y además de ridiculizar a Casado, Sanchez y a sus partidos, provocó su propio ridículo. No solo lo demostraron las reacciones en las redes sociales, también el gesto de sus compañeros de debate.

Impermeables al ridículo

¿Ya no temen los políticos al ridículo? Ordóñez cree que "cierta relajación moral de las costumbres" podría explicar esa falta de pudor que los coloca en situaciones un tanto bochornosas. Y la exposición constante. También la inmediatez y la rapidez con la que olvidan la multitud de mensajes que reciben los electores –a quienes los candidatos parecen tratar solo como si fueran audiencia– tienen algo que ver en que los políticos crean que nada de lo que dicen, da igual lo ridículo que pueda resultar, vaya a pasarles factura. "Antes eran porosos a ese temor, pero hoy parecen impermeables, actúan como si no tuviera consecuencias".

Quizás porque los candidatos están más acostumbrados al show que al periodismo –además de que el oficio en televisión ha adoptado tintes dramáticos, literalmente– en el debate electoral los candidatos estuvieron a ratos como en un programa de entretenimiento: sacando objetos de debajo del atril, haciendo gesticulaciones mudas cuando hablaba el otro, girarle la cara al rival que le hablaba aunque lo tuvieran al lado… "Estudie más historia", le replicó Iglesias son sorna a Rivera cuando éste dijo que Tarradellas se había entendido bien con Suárez sin necesidad de violencia. Como si no hubiera quedado clara su postura, añadió luego: "Los libros de Historia son más interesantes que los rollos de papel", le dijo en referencia a los papeles que a cada momento exhibió el líder naranja.

También hay que tener en cuenta que las dotes interpretativas de los políticos en España no son como las de Barack Obama, líder en un país donde los presidentes saben tanto de estar ante la cámara como de política. Ese aplomo, aunque de otro estilo, también lo tiene Boris Johnson, que se tira en tirolina con una pose y un aspecto que muchos compañeros considerarían indigna o les sirve a la prensa el té en la puerta de su casa y en pantuflas con absoluta convicción. Pero el dilema sobre este tipo de comportamientos no está en la calidad de la actuación sino en saber quién o qué mensaje se cuela entre burla y burla, entre dardos y vídeos chistosos, entre show y show que mantienen al espectador-elector entretenido.

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