“Vivir es un riesgo”, decía en sus libros y conferencias Anne Dufourmantelle, que aseguraba que una de las mayores bellezas de estar vivo consiste en ponerse retos e ir al límite, en tomar decisiones sin tener la certeza de estar acertando. Con esa idea intentaba romper el espejismo de la seguridad absoluta, a pesar de que los humanos, decía, la buscamos cada vez con más ahínco. A esas ideas se agarró Carlota Casiragui, que en el libro que ha escrito con su profesor de filosofía en la Sorbona, Robert Maggiori, se acuerda de una mujer que fue para ella inspiración y que murió de un infarto en 2017 cuando intentaba salvar a dos niños de morir ahogados en la playa de Pamplonne, cerca de Saint Tropez.
“Cuando escribíamos estas líneas, nos enteramos de la trágica muerte de Anne Doufourmantelle, filósofa y psicoanalista, con quien ambos teníamos una relación muy estrecha. Siempre estará en nuestra memoria, en nuestro corazón”, dicen los autores de Archipiélago de pasiones (Libros del Zorzal, 2019), un volumen en el que hablan de distintas emociones a partir de la filosofía, disciplina “arraigada a la tierra de lo sensible, de la emoción, del afecto, de la sensación, de los estados de ánimo, incluso en la materia a veces misteriosa de los recuerdos”. Casiragui, sin embargo, es en estas páginas tan cautelosa con los suyos como lo es siempre: la protección la obtiene, en este caso, de una escritura a cuatro manos que diluye a los autores. Y por eso es imposible para el lector saber cuál de los dos dice qué en cada momento.
Un panegírico a la maestra
Así evita la royal que se establezcan puentes entre lo que piensa y plasma en el papel con su vida personal. Y por eso, en el listado de sentimientos que aparecen en su libro, que empieza con la palabra “Amor”, es imposible saber si es ella o él quien dice: “Cuando uno tiende a ‘seleccionar’ –lo que amo en ti son tus ojos, la forma de tus manos, el olor de tu piel, tu gracia, y lo que menos es el tono de tu voz, tu distracción, tu irritabilidad, tu falta de tacto…– es más un amateur que un amante”.
Esa precaución no la tuvo hace un año, cuando con la voz apocada por la emoción, se acordó de Dufourmantelle: “Anne me dio el coraje para empezar esta empresa [los Encuentros Filosóficos] y fuerza para que creyera en mí y me atreviera a escribir y a mezclar todas mis pasiones: la filosofía, los caballos, el psicoanálisis, la poesía… y a sentirme más libre.”
En esas jornadas, de las que es impulsora y organizadora Casiragui, se ofrecen charlas y conferencias y se da un premio al mejor ensayo filosófico del año. Fue allídonde Casiragui quiso recordar a su amiga de un modo más personal aprovechando que se cumplía el primer aniversario de su muerte. “Hace ya un año que nos ha dejado y la echamos de menos enormemente. Anne era una amiga de los Encuentros Filosóficos, nos ha acompañado desde los inicios, ha formado parte de nuestro jurado y ha sido un apoyo fiel”.
Entrada en el psicoanálisis
En aquella comparecencia,Casiragui también leyó fragmentos de un artículo que la pensadora francesa publicó en la revista Insistance en el que hablaba de la hospitalidad, un asunto que Dufourmantelle abordó en un libro del mismo modo que Casiragui ha hecho su debut editorial, a cuatro manos, solo que en el de Dufourmantelle, la estrella no era ella sino él: Jacques Derrida.
Pero por quien sintió fascinación Casiragui fue por la mujer formada en la Universidad de Brown y colaboradora de Libération, el diario de izquierdas que fundó Jean Paul Sartre. “Cuando Anne hablaba delante de muchas personas siempre daba la sensación de que te hablaba a ti. Podía deshacer los prejuicios y los ‘a priori’ con gracia y delicadeza. Me es imposible resumir lo que hacía o lo que le daba esa fuerza a su obra: os invito a descubrirla, a leerla o releerla”. Así se expresó sobre una autora que en Archipiélago de pasiones los autores citan en el apartado dedicado a la dulzura, “una inteligencia que sostiene la vida, la salva y la acrecienta”. Y no está de más, porque entre las decenas de filósofos y escritores que nombran Casiragui y Maggiori en este libro, no hay ni una decena de mujeres: Maria Zambrano, Catherine Pozzi o Santa Teresa de Jesús son algunas de las citadas.
La pensadora parisina fue también quien le hizo ver a Carlota las bondades de la terapia: “El psicoanálisis ha dado hospitalidad a la locura, ofreciendo un espacio donde el médico, por primera vez en la época de Freud, se desvaneció para permitir que el paciente se convirtiera en su propio médico.” Por eso la Grimaldi rescató en su panegírico esta frase de su maestra: “Para nosotros, analistas, [el psicoanálisis] es creer en la capacidad de devolver el pasado erigido en fatalidad en la creatividad, en aquiescencia de la vida”, leyó y algunos vieron en esa oración el nexo entre la inquietud filosófica y las vivencias de una mujer que ha dedicado su debut literario a su padre Stefano Casiragui, muerto en un accidente en el mar, el mismo medio donde murió su mentora, a la que agradece haberle descubierto el psicoanálisis como un modo de superar el dolor y conocerse mejor.
También en las páginas de su libro se percibe el lazo que tenía con la maestra admirada, a la que es imposible no entrever en los párrafos dedicados a hablar del coraje: “Cuanto más grande es el temor, mayor es el coraje: el guardavidas que se sumerge para salvar a alguien es ‘menos’ valiente que la persona que no sabe nadar y que, a pesar de su error, se sumerge igualmente para sacar a un niño del agua”.
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