Los emperadores de Japón están de celebraciones constantes. A la emperatriz Masako se le ha ido el gesto de tristeza, la depresión o el mal que, al parecer le aquejaba.
A Masako le gusta ser emperatriz. Se colocó primero un complicado kimono que fascinó al mundo occidental. Se convirtió en una fuente de inspiración para próximas colecciones de moda.
Y dando un giro total a su imagen se paseó, junto al emperador, en un coche negro descapotable, fabricado especialmente para esta ocasión, con una escolta de casi medio centenar de policías, a lo largo de las calles de Tokio, con diadema de brillantes, fabuloso collar de chatones y traje de ceremonia blanco, desplegando un perfecto ejercicio de poderío, mientras el pueblo aclamaba orgulloso.
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