Sorpresa en el territorio de los ‘jarrones chinos’, esa figura que Iñaki Anasagasti importó de Venezuela para referirse a los hombres que pasan de detentar el poder a convertirse en una pieza de carísima porcelana que estorba allí donde la pongas. Se refiere, claro, a los expresidentes. Felipe González, que acaba de pasar por El Hormiguero, se refería a sí mismo en esos términos. «Siempre he dicho que un expresidente es un jarrón chino en un apartamento pequeño», dijo en el foro organizado por ABC y Vocento con motivo de los 40 años de democracia. «Es un objeto de valor, pero nadie sabe dónde ponerlo. Y ahora además corre el riesgo de que un niño le de un codazo y lo acabe tirando a la basura«.
No hay que ser Einstein para detectar en González cierta inquietud por lo que podríamos denominar ‘el legado’, una herencia que hasta ahora salvaguardaba la fundación que lleva su nombre, creada en 2013 y comandada por su hija María. Ahora, al más puro estilo Obama o Clinton, Felipe González da un paso más decidido para «contextualizar su legado». Ya en territorio decididamente pop ha lanzado un podcast, ‘Sintonías infrecuentes’, «para la reflexión y que aspira a convertirse en un nexo de comunicación directa con la ciudadanía».
En el territorio de los ‘jarrones chinos’, el referente inmediato de esta “comunicación directa” tienen que ser, definitivamente, los Obama, titulares de un podcast y de una productora a través de la que trasladan su agenda política y cultural a la ciudadanía. Ya no detentan el poder duro (el de la ley), pero tienen una posición privilegiada en los canales culturales gracias a Netflix. Sin embargo, no podemos comparar este paso adelante de los González, padre e hija, con la ‘power couple’ que forman Barack y la primera dama Michelle Obama. Su alianza inexpugnable dio forma tanto a sus ochos años de mandato como a su influencia actual.
Estamos ante un equipo poderoso. Salvando las distancias, similar al que formaron Felipe González y Carmen Romero en su día. Solo que el destino de Carmen Romero no resultó tan fácil como el que ha logrado, gracias a un pacto de lealtad mutua con su marido, Michelle Obama.
Rosa Villacastín, autora de ‘Los años que amamos locamente. Amor, sexo y destape en la Transición’ (Plaza y Janés), fue testigo de aquella época de renovación en la que Felipe González y Carmen Romero se convirtieron en el símbolo de una nueva España. «Carmen era todo lo contrario a Michele Obama: no tenía ningún interés en ser segunda dama. Fue un soplo de aire fresco que llegaba desde la tribuna de invitados del Congreso: era sindicalista, andaluza y guapa, guapísima. Cuando llegó a Moncloa, no dejó de trabajar. Siguió como profesora de literatura en el turno de noche de un instituto de Madrid. Aquello chocó mucho. Ella quería seguir siendo Carmen Romero, profesora, y la criticamos muchísimo por ello. Nos dijo que no iba a cambiar, y no cambió».
Lo que entonces fue poco menos que una falta de respeto a la institución, hoy se admira en la primera dama estadounidense, Jill Biden. Entonces, a Carmen se le criticaba muchísimo, aunque ejercía su papel oficial de manera impecable. «Ha sido, sin duda, la segunda dama que más sufrió el machismo de la época. Se le criticaba todo: lo que llevaba puesto, el peinado, lo que decía o no decía… Vivíamos en un mundo totalmente machista en el que solo había dos tipos de mujer: las que se parecían a Carmen Polo o mujeres que no tenían ningún tipo de protagonismo», recuerda Rosa Villacastín.
«Carmen no podía pasar inadvertida: representaba a la España de 1982, moderna, carismática. Fue, probablemente, la segunda dama que más sufrió la estancia en Moncloa. Tuvo que dejar su trabajo, sus hijos no podían hacer vida normal y llevaban escolta (entonces ETA mataba día sí día no) y tuvo encontronazos ideológicos con Felipe. Se enfrentó a muchos conflictos», continúa la periodista y escritora.
Todas las mujeres que llegan al poder como consortes sacrifican su vida por la institución, pero en el caso de Carmen Romero la renuncia fue especialmente dolorosa. «Era una mujer independiente, con ideas muy claras, y tuvo que dejar lo que más le gustaba, que era ser profesora, Cuando decidió presentarse por la lista socialista en Cádiz, quiso demostrar que no era una de esas mujeres que se quedan en casa esperando (el matrimonio empezaba a hacer agua), que valía por sí misma. Pero la criticaron muchísimo. Obtuvo su escaño, pero ser la mujer de Felipe González le condicionaba. Fue la primera en hablar de cuotas en las listas, pero su propuesta cayó como una bomba. Las mujeres eran designadas con cuentagotas por los hombres de los partidos: que estuvieran obligatoriamente en las listas era mucho«.
No pudo brillar en política, y tampoco terminó bien su matrimonio con Felipe González. Si en algún momento pudieron ser unos Obama ‘avant la lettre’, probablemente se esfumó mucho antes de las elecciones de 1996, su salida de Moncloa tras 13 años. «Es una vida perdida, desde el punto de vista profesional y de su talento político», confirma Rosa Villacastín. «Sobre todo al final, Felipe fue muy desleal a Carmen. Ella sacrificó su propia vida por la presidencia y tuvo que enterarse por una fotografía de que su marido tenía una relación [con Mar García Vaquero, cuñada del empresario Pedro Trapote]».
Se ha publicado que, poco antes de casarse, González le dijo a Carmen: «Que sepas que lo primero para mí es la política». Puede que este sea el factor que más les aleja de los Obama. Para ellos, siempre lo dijeron, la política venía detrás de la pareja.
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