El gran regreso de Sofía Loren al cine de la mano de su hijo: La vida ha sido buena conmigo, pero no ha resultado fácil

Durante la pasada primavera, mientras medio planeta permanecía confinado a causa de la pandemia, Sofía Loren (Roma, 86 años) entró en las casas de todos los italianos a través de la televisión, la única ventana al mundo exterior para muchos en aquellas semanas interminables. “Gracias a Italia, que, una vez más, resiste”, decía la voz serena y firme de la actriz en un anuncio publicitario de una conocida marca de pasta que trataba de transmitir esperanza a un país devastado. “Es difícil para todos. Cada día que pasa escuchas nuevas noticias y la ansiedad te agota”, me cuenta al teléfono la intérprete desde su casa de Ginebra, donde vive desde hace décadas. El coronavirus obligó a parar las vidas y proyectos de millones de personas. También los suyos. “Yo estoy acostumbrada a vivir al aire libre, a estar con mis amigos, a llevar una vida normal. Y ahora tienes que tratar de acostumbrarte a una vida que no te pertenece. No sé si se puede hacer”.

Una vez terminado el obligatorio paréntesis, la intérprete ha vuelto al trabajo con la misma ilusión con la que hace 70 años se plantó en Roma acompañada por su madre con una maleta llena de sueños y el estómago vacío. Tras una década alejada de la gran pantalla, Sofía Loren regresa al cine de la mano de su hijo, Edoardo Ponti, en una película basada en La vida por delante, la novela que el francés Romain Gary escribió en 1975. “Mi hijo me dijo que quería rodar esta historia. Cuando leí su versión, quedé fascinada. Es maravillosa y merecía ser contada de nuevo”.

En la cinta —que se estrenará el 13 de noviembre en Netflix— la actriz interpreta a madame Rosa, una superviviente del Holocausto que se ocupa de los hijos de las prostitutas en su apartamento. También acoge a Momo, un niño senegalés de 12 años a quien conoce después de que este la intenta robar. Pero el pasado deja cicatrices a veces imposibles de sanar.

—Su personaje en La vida por delante quiere esconderse del mundo, traumatizada tras sobrevivir a un campo de concentración. Usted vivió la Segunda Guerra Mundial mientras era aún una niña. ¿Le vuelven a la mente alguna vez esos recuerdos?

—La guerra no se olvida nunca. Aunque lo intentes. Todas las noches que nos íbamos a la cama y sonaba la sirena, teníamos que salir corriendo por la calle porque caían bombas. Mi hermana María perdía siempre los zapatos y llegaba a casa con los pies ensangrentados. Traerlo a la memoria produce mucho dolor.

—¿El cine fue su refugio?

—Yo viví toda mi infancia durante la guerra en Pozzuoli, cerca de Nápoles. Mi refugio era mi abuela, que nos contaba cuentos. Ella quería hacernos creer que la vida era maravillosa e intentó que viviéramos en un mundo que en realidad no existía. Y aunque era pequeña, yo sabía que no era así, pero no quería que ella se disgustara y nunca se lo dije. Ahora me estoy emocionando recordándolo porque aquellos momentos no se olvidan, no se olvidan…

Nonna Luisa fue para la pequeña Sofía como una segunda madre. De hecho, no fue hasta los cinco años que descubrió que su abuelo materno, Domenico, no e ra su verdadero padre. La actriz nació en 1934 en Roma, en un ala del hospital reservada a las madres solteras. Su madre, Romilda Villani, una joven y guapa napolitana, había ganado con 16 años un concurso de belleza como doble de Greta Garbo. El premio era un viaje a Estados Unidos para iniciar una prometedora carrera como actriz. Una aventura a la que sus padres se opusieron, truncando para siempre sus sueños. Esa fue la primera desilusión de su vida. La segunda no tardaría en llegar. Siendo aún casi una adolescente, se enamoró de Riccardo Scicolone, un estudiante de Ingeniería hijo de un marqués siciliano del que se quedó embarazada. Después de un breve periodo de tiempo juntos en el que nació Sofía, la pareja se separó y Romilda volvió embarazada de nuevo y sola a Pozzuoli. El hombre se limitó a dar su apellido a la pequeña Sofía, se negó a reconocer a su hermana y se largó a vivir con otra mujer. Romilda tuvo que sacar adelante ella sola a dos criaturas en una Italia pobre, hecha pedazos tras la ocupación alemana y profundamente puritana, donde ser madre soltera era algo de lo que avergonzarse.

Años después, cuando Sofía Loren era ya una estrella, Riccardo volvió lleno de deudas, pidiendo perdón y dinero. La actriz se lo dio a cambio del reconocimiento paterno hacia su hermana pequeña. “Mi padre nunca me quiso reconocer como hija suya y, sin apellido, no pude ir a la escuela. Al final aceptó, pero en circunstancias poco agradables”, me contó María Scicolone en una ocasión. En nuestra conversación, ella reconocía que no había sido fácil vivir una vida a la sombra de Sofía, pero no podía reprocharle nada, todo lo contrario. “Gracias a su trabajo, mi hermana nos salvó del hambre. Y a mí me permitió tener un apellido que le costó dos millones de liras”.

Roma, ciudad abierta

Las frustraciones adolescentes y la posterior decepción amorosa convirtieron a su madre en una mujer obsesionada con la idea de ver triunfar a su hija. Con 15 años, Sofía quedó segunda en un concurso de belleza en Nápoles, Princesa del Mar. Tras aquel éxito y con 20.000 liras de premio, Romilda pensó que era el momento de intentar una nueva vida en la capital y, de paso, enseñarle a su expareja todo lo que se estaba perdiendo. “Mi madre quiso ver a mi padre para intentar mejorar nuestra vida y fuimos a Roma, donde él vivía. Pero mi padre no estaba de acuerdo con las aspiraciones de mi madre, que era increíblemente bella. Alquilamos una pequeña habitación por la que pagábamos muy poco y conocimos a personas que nos empezaron a ayudar. Entré en el mundo del cine de puntillas”, recuerda la actriz.

María Scicolone: “Gracias a su trabajo, mi hermana nos salvó del HAMBRE. Y a mí me permitió tener un apellido que le costó dos MILLONES DE LIRAS”

Todas las mañanas Romilda y Sofía acudían a Cinecittà, el Hollywood del Tíber, como se la conocía en la época. Allí se ganaban un dinerillo apareciendo como extras en la superproducciones que se grababan en los estudios romanos, mientras esperaban la oportunidad que lanzaradefinitivamente a la bella Sofía. “En ese momento estaban rodando Quo Vadis y me contrataron como figurante al lado de Deborah Kerr. Muchos años después coincidí con ella en Los Ángeles y se lo conté. Ella, claro, ni se acordaba”, ríe rememorando la anécdota. “Cuando se estrenó la película, fui a verla al Cinema Toledo. Estaba yo sola en la sala. Me emocioné tanto que salí corriendo”.

Aquel rodaje fue un balón de oxígeno para ella y para una ciudad entera devastada por la posguerra. Muchas mujeres vendieron sus cabellos para confeccionar las pelucas que se utilizaron y más de 30.000 personas participaron como extras, entre ellos unos jovencísimos Sergio Leone y Franco Zeffirelli. Por aquel papel, Sofía recibió 50.000 liras con las que la familia pudo comer durante dos semanas. La película no tuvo éxito, pero le permitió empezar a soñar con un futuro mejor. Una nueva vida que no tardó en llegar. “Tenía 15 o 16 años. Recuerdo que había un restaurante en Roma donde se organizaban concursos de belleza y una amiga que también quería entrar en el mundo del cine y yo fuimos una noche”, me cuenta, deteniéndose en cada detana. Él estaba produciendo una nueva película, pero yo no tenía experiencia y empecé haciendo pequeños papeles”.

No ganó Miss Italia. Según el jurado era “demasiado alta y delgada”. Un juicio que habría hundido la autoestima de cualquiera, pero no a ella. “Fue difícil, porque al principio tienes que convencer a mucha gente que no cree en ti. Pero yo estaba tan segura de querer ser actriz que nadie me pudo parar”, me confiesa.

Carlo Ponti le presentó a su socio, el productor Dino De Laurentiis, y su carrera comenzó a despegar. Entonces, con el nombre artístico de Sofía Lazzaro. “Hacía pruebas y la gente decía: ‘Bueno, no está mal’. Y así, poco a poco, me convertí en Sofía Loren. Cambié hasta el nombre porque no me podía llamar Sofía Scicolone. ¿Sabe quién me dio el nombre?”, me pregunta. “El productor Goffredo Lombardo. Él estaba haciendo una película con la actriz sueca Märta Toren, que en ese momento era una gran estrella. Me dijo: ‘Sofía es un bonito nombre, lo dejamos, pero el apellido no puede ser’. Cambió la “t” del apellido de la intérprete sueca por la “l” y me convertí en Loren”.

Ponti, que falleció en 2007 con 94 años, era exactamente lo opuesto a su padre. “Él me dio mucha confianza, me enseñó todo y me sentía protegida. Al principio era una relación de amistad porque éramos muy jóvenes”, puntualiza. En realidad, las crónicas comenzaron a especular más pronto que tarde sobre un romance entre ambos. Lo suyo era un amor imposible para la moral y las leyes de la época. El productor estaba casado con la hija de un general del Ejército, tenía dos hijos y 22 años más que ella. Para la Italia puritana de los cincuenta, donde el divorcio no existía, la relación entre los dos suponía tal escándalo que hasta el Vaticano amenazó con excomulgarlos.

En 1957 la pareja contrajo matrimonio civil en México, en un intento de formalizar su relación. Pero para las leyes italianas, Ponti seguía casado con su primera mujer y podía ser acusado de bigamia en Italia. Decidieron entonces cruzar los Alpes y solicitar la nacionalidad francesa. En el país galo el productor pudo divorciarse de su primera mujer y casarse con Sofía en una sencilla ceremonia civil celebrada en 1966 en París. Con él se le abrieron las puertas de Hollywood y cumplió el sueño de convertirse en madre —primero con Carlo (1968) y más tarde con Edoardo (1973)—, después de intentarlo sin éxito durante años.

Tengo dos hijos maravillosos que están siempre cerca de mí aunque vivan lejos, sobre todo porque el padre ya no está”, me confiesa. “¿Se siente sola?”, pregunto, casi con pudor. “Sí, claro. Pero ellos me consuelan. ¡Mamma mia! me están viniendo a la cabeza tantos momentos que meestoy emocionando”, me dice mientras rememora aquellos primeros años al lado de Ponti. “Es normal cuando se tienen tantos recuerdos que han sido importantes. Me entran ganas de llorar de alegría. La vida ha sido buena conmigo, pero no ha sido fácil”.

—Usted se convirtió en una estrella en Hollywood pero nunca quiso mudarse allí. ¿Por qué?

—Bueno, cuando estás empezando tu carrera no puedes encerrarte en tu casa y no conocer a nadie. Tenía ofertas, pero mi madre me decía siempre: “Cuidado, yo en tu lugar no iría”. Intentaba impedir que fuera, ponerme piedras en el camino. Y en parte tenía razón, porque yo era demasiado joven.

La respuesta me la dará Edoardo Ponti, su hijo. “Mis padres siempre separaron su vida profesional de la familiar. Nos quisieron proteger de la vanidad, del glamour, de las tonterías que rodean al mundo del cine pero que no tienen nada que ver con él. El cine es ponerte al servicio de una historia, como un artesano. Todo lo demás no importa”, me explica el cineasta por teléfono desde Los Ángeles, donde reside con su familia, la actriz Sasha Alexander y sus dos hijos. En realidad, su padre siempre tuvo la ambición de trasladarse a la meca del cine, como hizo su gran amigo De Laurentiis, pero la actriz nunca cedió. “La fuerza de mi madre es no haber olvidado jamás de dónde viene. Es italiana al 100%, de Pozzuoli y de Nápoles.

Cuando se levanta, es Sofía con “f”, no con “ph”, como la llaman en Estados Unidos”. En realidad, no fue necesario que hiciera las maletas. En los años sesenta Loren triunfó en Hollywood sin abandonar el cine patrio. Trabajó con Cary Grant —que le pidió que se casara con él—, John Wayne, Burt Lancaster, Anthony Quinn… Mientras en Italia, cineastas como Mario Monicelli, Dino Risi o Ettore Scola —con quien, según la prensa de la época, tuvo algo más que una relación profesional— se la rifaban. Con Vittorio De Sica colabora hasta en ocho ocasiones y junto a Marcello Mastroianni formó una pareja inolvidable.

El 9 de abril de 1962 Loren fue candidata al Oscar a la mejor actriz por su papel en La Ciociaria (Dos mujeres), una adaptación del libro de Alberto Moravia dirigida por De Sica y producida por Ponti. Pero decidió no acudir a la ceremonia en Los Ángeles. “No creía que pudiera ganarlo”, me dice con total naturalidad. “La nominación es una cosa, ganarlo otra”, añade sin una pizca de arrepentimiento.

Eso sí, casi 60 años después, la intérprete aún recuerda perfectamente aquel momento. “Yo estaba en mi casa con Vittorio De Sica cuando a las seis de la mañana sonó el teléfono. Era Cary Grant, que me dijo: ‘Sofía, ¿estás preparada para escuchar lo que tengo que decirte? ¡Has ganado!’.Me dieron ganas de llorar, pero no podía hacerlo. Fue un momento bellísimo, Cary fue fantástico. Después Vittorio De Sica me entregó el Oscar en mi casa de Roma, donde vivía ya con Carlo”, rememora por teléfono. Italia celebró el histórico triunfo de la napolitana más internacional, pues era la primera vez que una actriz extranjera recibía el Oscar por un papel recitado en lengua no inglesa. Un equipo de la RAI acudió a su casa a primera hora de la mañana, pero la entrevista nunca se emitió. La versión oficial argumentó que tanto Sofía como Carlo aparecían en bata durante el coloquio. La realidad era que la pareja aún no había regularizado su situación sentimental y su bendición ante el primer canal de la televisión pública podía escocer al otro lado del río Tíber.

Sofía Loren: “Cary Grant me llamó a las seis de la mañana: ‘¿Estás preparada para lo que tengo que decirte? ¡HAS GANADO EL OSCAR!”

Si Carlo Ponti fue el gran amor de su vida detrás de las cámaras, como repite Loren con nostalgia, delante de ellas Marcello Mastroianni nunca tuvo competencia. “Con él hice mi primera película y fue siempre un compañero y un amigo maravilloso. ¡Cuánto lloré el día que murió! Desde entonces llevo en mi agenda una preciosa fotografía de los dos juntos y de vez en cuando la miro y lo recuerdo”.

—Tenían tanta química que mucha gente siempre creyó que hubo algo más —No, no, no, por favor. Eramos muy amigos, pero jamástuvimos ningún romance. Fue una amistad sincera. Estábamos bien juntos, nos reíamos muchísimo, fue una bellísima historia de amistad.

La Loren —con el artículo delante del apellido, una licencia que solo las grandes como ella pueden permitirse en Italia— es hoy una mamma y abuela orgullosa de su familia que acaba de cumplir 86 primaveras. Hace 10 años todavía le seguían lloviendo ofertas interesantes para ponerse delante de las cámaras, pero optó por parar.

“A veces uno se va dejando llevar por lo que hace y cree que el trabajo es toda su vida. La mía ha estado ocupada por el cine desde que tenía 15 años. Pero llegó un momento en el que me di cuenta de que necesitaba estar con mi familia, con mis hijos y mis cuatro nietos. Así que en este tiempo me he dedicado a ellos. He visto a los hijos de mis hijos crecer, y eso es algo maravilloso”, me explica, satisfecha de haberse tomado un merecido descanso y volver ahora a ponerse a las órdenes de su hijo por tercera vez.

“Llegó un momento en el que necesitaba estar con mi familia, CON MIS DOS HIJOS Y MIS CUATRO NIETOS. Este tiempo me he dedicado a ellos”

Para mí es más fácil trabajar con ella que con cualquier otra actriz, porque un director tiene que conocer bien al actor para entender cuándo ha llegado al máximo de su capacidad y todas estas cosas yo las tengo con mi madre. El 50% del talento de Sofía Loren es el 100% de otra actriz; otros directores no lo saben, yo sí. Por eso no me conformo”, asegura el cineasta.

“Todos los mitos que podía tener cayeron de golpe cuando descubrí que la Loren en realidad era una intérprete entregada y apasionada como cualquier otra, que tiene un recorrido exagerado a sus espaldas, pero que no ha perdido esa frescura vivaracha de quien se enfrenta a un texto por primera vez”, me cuenta la actriz y guionista AbrilZamora, que participa en La vida por delante con un papel secundario. “Actuar es jugar, pero hay que jugar bien, y cuando esa señora te mira en un contraplano, te obliga a entrar en su lenguaje y en su juego, porque no te está mirando solo ella, te está mirando Una jornada particular, te está mirando el sur de Italia, los putos espaguetis y la historia del cine”.

Antes de convertirse en reina de la belleza, de ser Sofía Lazzaro, de conocer a Vittorio De Sica, de enamorarse de Carlo Ponti —“elhombre de mi vida”— y de ganar dos Oscar —el segundo en 1991 en reconocimiento a toda su carrera—, Sophia Loren era solo Sofía Villani Scicolone, alias stuzzicadenti (palillo, en español), como la llamaban s us compañeros en el colegio. Una niña delgada, larguirucha y con la tez morena. Un “patito feo”, como se describe en su biografía, que se convirtió en cisne.

—¿Le queda algún sueño por cumplir?

—Estoy muy contenta por todo lo que he conseguido en mi vida, pero yo miro hacia delante y pienso en todo lo que me queda por hacer. Porque la vida es bellísima y así es como soy feliz.

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