La vida nos coloca a veces en situaciones dolorosas por la pérdida de un familiar o una persona querida y, en otras ocasiones, cerca del dolor ajeno, lo que nos convierte en espectadores de sus padecimientos. La aflicción psíquica, en tales situaciones, puede ser intensa. La mente ha de liberarse de los sentimientos que la unían a la persona desaparecida y realizar un trabajo costoso que en psicología se denomina proceso de duelo.
Los narcisistas no saben acompañar porque no ceden el protagonismo.
La frase que suele pronunciarse en los funerales (“Te acompaño en el sentimiento”) expresa sabiamente lo que más le conviene a la persona que padece la pérdida: que se la acompañe para que pueda desgastar los afectos que la invaden y sea capaz de equilibrar de nuevo su sistema emocional, que ha sido dañado por el sufrimiento. ¿De qué manera podemos ayudarla?
Solo si hemos elaborado nuestros duelos (pues a partir de determinada edad todos hemos tenido pérdidas) nos hallaremos en disposición de acompañar a quien atraviesa este proceso. Asumidas nuestras dificultades internas, no nos dará miedo escuchar el dolor de otro, no trataremos de obturar con nuestras palabras y explicaciones lo que tiene que decir sobre lo que siente. No taparemos con nuestra historia y nuestras desgracias lo que le ocurre. En esos momentos, su dolor es el protagonista y necesita expresarse.
Qué nos pasa:
- Algunas de las actitudes que conviene llevar a cabo son preguntar a quien sufre cómo se siente y escuchar lo que cuenta, sin dar demasiadas recomendaciones. Dejarle llorar también alivia la tristeza.
- Contraproducente sería decirle a quien sufre que piense en otra cosa o ponernos a hablar de las desgracias que han vivido otras personas.
Superar el momento más difícil
Maite tenía un nudo en el estomago y una opresión en el pecho que solo se aliviaba cuando lloraba. Su madre había muerto después de vivir los últimos meses arrasada por el alzhéimer. Se encontraba en el tanatorio, rodeada de amigos y familiares, cuando una cuñada se empeñó en llevársela a tomar algo a la cafetería. Ella no quería, prefería estar rodeada por los que habían acudido a consolarla y relatar cómo fueron los últimos días de su madre. Necesitaba sentirse arropada, besada, abrazada. Pero su cuñada le decía que era mejor que pensase en otra cosa y que descansase.
Al final, Maite acabó con ella en la cafetería. Su cuñada le empezó a hablar de lo mal que lo pasó ella con su madre y de lo que debía hacer para pasar página cuanto antes. Maite comenzó a sentirse mal, así que volvió con su familia. Algunas personas se habían tenido que ir y sentía una desolación insoportable. Entonces, Lucía, una de sus mejores amigas se acercó a ella y le dio: “Lamento que lo estés pasando tan mal”.
En ese momento, Maite le contó entre llantos a Lucía la angustia que estaba sufriendo. Mientras se desahogaba, notaba que el nudo de su interior se iba desatando. Su amiga la escuchó durante mucho rato, mientras apretaba su mano y le decía, de vez en cuando, que era lógico que se sintiera así de mal, que necesitaba tiempo para recuperarse y que contara con ella para hablar cuando lo necesitara.
Las palabras:
- Proviene de la palabra latina dolus, que significa dolor. El duelo es un movimiento de alejamiento forzoso de alguien a quien hemos amado y ya no está. Durante ese proceso, que requiere tiempo, se acaba curando ese vacío.
- A veces la persona se consagra a la labor de revivir al fallecido. Esta forma de duelo es patológica y característica de una pérdida no elaborada.
Las personas muy narcisistas no saben acompañar a quienes están viviendo un duelo porque no pueden dejar nunca el protagonismo a otro, ni siquiera cuando sufre. Ellas creen que siempre lo pasan peor que cualquiera.
La mejor ayuda para el que tiene que vivir un acontecimiento triste es escuchar su dolor, acompañarle con nuestro silencio acogedor para que sea capaz de poner las palabras más adecuadas a lo que siente. No tenemos que arrancarlo de su sufrimiento rápidamente, sino tratar de aliviarlo. Emociones como la tristeza generada por una pérdida o por el sentimiento de culpa inherente a la idea de no haber estado a la altura de los acontecimientos, necesitan palabras para expresarse y canalizar así el dolor. Cuando tratamos de tranquilizar a la persona diciéndole que lo ha hecho todo bien, sin dejar que exprese la culpa o la amargura, obturamos su dolor. Siempre hay algo de culpa ante la muerte de otro porque se siente rabia ante el abandono.
Las personas que ayudan son las que no niegan sus conflictos. Vivimos como si fuéramos inmortales hasta que un fallecimiento nos obliga a ver nuestra fragilidad. Las personas que mejor toleran esa fragilidad son las más fuertes en las ocasiones difíciles.
Fuente: Leer Artículo Completo