El ser humano ha introducido la leche de vaca (y también de oveja o de cabra) desde hace miles de años en su alimentación, siendo especialmente importante su papel en épocas de escasez y hambruna y, aunque tiene obviamente muchos beneficios nutricionales, lo cierto es que, en nuestros días, cada vez se dan más casos de intolerancias y alergias. La intolerancia a la lactosa y la alergia a la leche presentan diferentes síntomas y tienen distintos tratamientos, te contamos las diferencias entre estos dos diagnósticos.
Intolerancia a la lactosa
La intolerancia a la lactosa se da cuando existe un déficit de la enzima, llamada lactasa, que es la encargada de descomponer el azúcar de la leche que no es otro que la lactosa. Un correcto nivel y funcionamiento de la enzima lactasa hace que esta descomponga la lactosa en glucosa y galactosa, sin embargo si esta división no se produce por existir una alteración en la lactasa, la lactosa pasa al intestino grueso y aparecen síntomas indeseables que afectan al sistema digestivo.
Los síntomas que se presentan si no se realiza la división de la lactosa en el estómago serían malestar estomacal, digestiones pesadas, hinchazón abdominal, flatulencias, diarreas… que variarán en número e intensidad dependiendo de el nivel de eficiencia de nuestra enzima lactasa y, obviamente, de la cantidad de leche o derivado que se haya ingerido.
También hay que tener en cuenta que con la edad disminuye la producción de lactasa por lo que personas que no han tenido nunca problemas de intolerancia puedes experimentar síntomas en la madurez. Esta enzima también deja de producirse en el organismo de aquellas personas que no consumen leche pero podría reactivarse reintroduciendo poco a poco la leche en la dieta.
Como esta patología es cada día más habitual, existen en el mercado alternativas sin lactosa para que la persona afectada pueda seguir consumiendo, si así lo desea, leche y sus derivados sin problemas.
Alergia a la leche
Las alergia a los alimentos las causan las proteínas que actúan como alégrenos desencadenado por parte del organismo una reacción inmune exagerada y anormal. Al ser una alergia, en este caso está implicado el sistema inmune ya que detecta un agente que considera nocivo para el organismo y provocando una reacción excesiva ante la proteína de leche. Esta respuesta desencadena una serie de síntomas propios de cualquier reacción alérgica, picores, hinchazón, rojeces, urticaria, vómitos… incluso puede verse afectado el sistema respiratorio en los casos más graves.
Generalmente la reacción se da hacia la proteína de vaca pero puede darse frente a la leche de oveja o la de cabra. ¿Cómo se diagnostica? Mediante una analítica para medir los niveles de inmunoglobulina E, un anticuerpo que interviene en la respuesta del sistema inmunológico. La alergia a la proteína de leche es más común en niños pequeños que en adultos, aunque generalmente se resuelve antes de los 5 años de vida en la gran mayoría de los casos.
Para una persona alérgica a la leche el tratamiento consistiría en la eliminación de la dieta de la leche de vaca y sus derivados e ir reintroduciendo el alimento bajo supervisión médica. La leche sin lactosa en este caso no sería una solución ya que, aunque se elimina la lactosa, la proteína de leche continuaría intacta.
Aunque hace miles de años beber leche para nuestros ancestros era sin lugar a dudas una ventaja a nivel nutricional, ya que era preferible una intolerancia que la desnutrición, la capacidad del ser humano de poder dividir y tolerar por tanto la lactosa, no es que sea una ventaja evolutiva pero sí que ha sido crucial en esas épocas de escasez y hambruna. Hoy en día el ser humano sigue beneficiándose de los nutrientes de los lácteos pero crece el número de intolerancias y de alergias, dos patologías muy diferentes que tienen distintas soluciones como verás.
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