Mucho antes de que Tom Ford rescatara la marca, antes de la polémica con los vestidos para hombres y de ver a Jane Fonda empuñando un bolso tote mostaza en una impresionante campaña, Gucci –saga entre las sagas italianas- ocupó las portadas de todo el mundo. Y no por sus diseños, sino por protagonizar una de las historias más tristes, macabras y surrealistas de la industria de la moda. El resultado fue un heredero muerto (Maurizio Gucci), una exmujer apodada la viuda negra (Patrizia Reggiani) y una fortuna que volaba entre sus hijas (Alessandra y Allegra), su amante y todo el séquito que colaboró –sicario y vidente incluidos- en orquestar el crimen.
Ridley Scott devuelve un fantasma a la vida
La imagen de Lady Gaga abrazada a Adam Driver cosechó millones de corazones en Instagram. Son los encargados de dar vida a una enamorada del lujo Patrizia Reggiani y a Maurizio Gucci (con sus icónicas e inconfundibles gafas). Son los protagonistas de House of Gucci, la nueva película de Ridley Scott que, tras años de lucha y negativas, está a punto de ver la luz.
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Ahora las portadas las copa el espectacular vestido de novia con el que hemos podido ver a Lady Gaga en las últimas horas.
El esperado drama se basa en la familia real de Gucci y en cómo una historia de amor y ambición desmedida acabó en asesinato. Patrizia era hija de una camarera y un empresario transportista y, aunque a su familia no le iba mal, tampoco formaban parte de la elite milanesa. Sin embargo, con apenas 20 años, la joven consiguió adentrarse –aunque fuera de soslayo- en el mundo de la jet set. Durante una fiesta se topó con el heredero de Gucci quien, según ha explicado ella, “se enamoró locamente” por considerarla “excitante y diferente”.
Rodolfo Gucci, hijo de Guccio Gucci –fundador del imperio- y padre de Maurizio, se llevó un disgusto tremendo cuando la joven pareja se casó en 1.973, pero no pudo impedirlo. Patrizia y Maurizio trataron de tomar el control de la empresa familiar (enfrentándose a tíos y primos), y de hecho lo consiguieron. Pero su relación se rompió para siempre, desgastada por la presión y las peleas continuas. Tras años de litigios, con una fortuna que mermaba a pasos agigantados, acusaciones de blanqueo y falsificación y el sector del lujo cayendo en picado, se separaron en 1985 y se divorciaron, oficialmente, en el 91.
Ella, reconocida por su ostentoso nivel de vida y por soltar perlas del tipo “prefiero llorar en un Rolls que ser feliz en una bicicleta”, estaba tremendamente rabiosa; no aceptaba ni el rechazo de su marido ni la pérdida de estatus social. Acusó a Paola Franchi, nueva pareja de Maurizio, de ser una cazafortunas por lo que, temiendo perder el título de “señora Gucci” –que tanto le gustaba- y pensando que quizá si las cosas se formalizaban entre ellos sus propias hijas (Allegra y Alessandra) podían ver reducida su fortuna, Patrizia trazó un plan macabro.
Una vidente, un sicario, un chófer y mucho, mucho dinero
El 27 de marzo de 1995, a las ocho y media de la mañana, tres disparos alcanzan la espalda de Maurizio Gucci cuando está a punto de subir las escaleras que llevan a su oficina en la Via Palestro. Un cuarto, en la cabeza, termina por rematarlo. Solo un día después de la muerte de Gucci, Paola recibe una orden de desahucio firmada por Reggiani.
El juicio despierta el morbo más feroz, la sociedad italiana está conmocionada y, tras un par de años de investigaciones, el proceso concluye con cinco detenidos: Patrizia Reggiani como cabeza principal, su vidente (que será interpretada por Salma Hayek en la ficción) y el sicario que esta última le recomendó. Sale a la luz que en el diario de Reggiani el día que su exmarido fue asesinado está marcado con una palabra: paradeisos (paraíso).
Reggiani fue condenada a 26 años de prisión (de los que solo cumplió 16) y rechazó una puesta en libertad que le ofrecieron porque ella no había trabajado nunca y, según explicó, no tenía intención de hacerlo y prefería vivir encerrada. Además, sus condiciones en la cárcel eran relativamente favorables, incluso podía cuidar de Bambi (su hurón) y de sus propias plantas.
Durante su estancia en la cárcel intentó suicidarse con el cordón de unas zapatillas y sus hijas trataron de reabrir la causa alegando que no estaba en plena posesión de sus facultades por un tumor cerebral, pero no lo consiguieron.
Cuando recuperó su libertad hizo correr ríos de tinta por dos motivos. El primero, por contestarte a un periodista que le pregunto por qué había contratado a un sicario que lo hizo porque ella no tenía tan buena vista y que no quería fallar. Y el segundo por la compensación económica vitalicia que recibió. Y es que, a pesar de haber ordenado su ejecución, el juez entendió que eso no era motivo suficiente para retirarle el millón de euros al año que había pactado recibir en su momento con el difunto (y que sale de las arcas de Gucci).
Desde entonces, la guerra la libra con sus hijas Allegra y Alessandra, quienes han tratado de revocar la sentencia, y con su propia madre, que trató, sin éxito, de inahbilitarla.
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