Era 1983, y Pedro Almodóvar ya albergaba grandes planes sobre maternidad. “Voy a tener un bebé / Lo vestiré de mujer, lo incrustaré en la pared / Le llamaré Lucifer, le enseñaré a criticar / Le enseñaré a vivir de la prostitución / Le enseñaré a matar / Sí, voy a ser mamá”. Aquel año Fabio McNamara y él salían a escena para cantar, con más entusiasmo que entonación, el tema Voy a ser mamá, incluido en su disco ¡Cómo está el servicio… de señoras!. Que en su peculiar estilo era un gran manifiesto natalista.
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Casi cuatro décadas más tarde, Almodóvar, ya sin McNamara y muy lejos del tono provocador de la Movida, abre la Mostra de Venecia con Madres paralelas, que protagoniza Penélope Cruz. Gracias a los cinco papeles maternales que ha interpretado en la filmografía almodovariana, ella podría considerarse su madre de ficción por excelencia. Pero no hay que olvidar que las madres aparecen sin salvedad en toda la obra del director.
Película a película, las madres le han servido a Almodóvar para aludir a sus propias raíces, pero quizá también para cristalizar en la ficción un deseo de partenidad/maternidad no cumplido en la vida real. En 2008, con motivo del estreno de Los abrazos rotos, confesaba a Vanity Fair que en cierto momento había considerado seriamente la opción de engendrar hijos: “Pero entonces lo último que yo quería era traer un ser nuevo al mundo, porque sentía que el mundo era un sitio atroz. Hasta que a los cuarenta me asaltó ese sentimiento animal de querer un hijo de mi sangre”.
De esta obsesión surge un amplio y variado repertorio de madres: buenas y malas, monstruosas también, rurales y urbanas, biológicas y adoptivas, incluso padres que se convierten en madres. Entre todas componen un retrato diverso y a veces contradictorio, como lo es la propia obra de su autor.
Madres del pueblo (manchego)
La madre de todas sus madres es la rural, a menudo trasplantada a la gran ciudad. Ella ilustra la paradoja del éxito de Almodóvar, que alcanza una universalidad poro frecuente a fuerza de ser local. Para casi cualquier espectador del mundo es fácil reconocer en esta mujer manchega un arquetipo perteneciente a su propia cultura: en ella habitan la mamma italiana, la mamá latina o la madre judía, entre otras. Es la Katina Paxinou de Rocco y sus hermanos de Visconti, pero también la Mae Questel del episodio de Woody Allen de Historias de Nueva York. Una mujer nutricia y protectora, exigente pero generosa, dotada de los recursos necesarios para sobreponerse a las adversidades y sacar adelante a su prole, y que sin embargo acusa el golpe de un entorno hostil.
Esta madre ha tenido algunas intérpretes privilegiadas en el cine de Almodóvar. Empezando por la suya en la vida real, Francisca Caballero. Su presencia resulta especialmente memorable en ¡Átame!, donde habla por teléfono desde el pueblo con una de sus hijas, Victoria Abril, para anunciar que está cocinando un pisto. La escena invoca el vínculo de esas dos hermanas urbanas, modernas y de vida frenética (Abril y Loles León) con unas determinadas raíces rurales, situación en la que no es difícil ver representada la del propio cineasta. Fallecida en 1999, doña Paquita fue, para el cine de su hijo, dos veces presentadora de televisión: en Mujeres al borde de un ataque de nervios y en Kika, donde además era la madre del director del programa, mimetizando de nuevo la situación que se producía en el plano real.
Chus Lampreave ha desempeñado el papel en ¿Qué he hecho yo para merecer esto? y en La flor de mi secreto, donde es una de las madres justamente más recordadas de este muestrario. También en cierto sentido en Volver: allí es una tía Paula que ejerce de madre de sus sobrinas huérfanas, aunque en su demencia deba a su vez ser cuidada por otra madre fantasmal (Carmen Maura). Actriz mucho más polivalente de lo que se ha pensado, Chus será también una madre urbanita y bastante terrible (aunque no menos entrañable) en Matador.
En Dolor y gloria la madre rural aparece desdoblada en dos: la real (Julieta Serrano) y la del cine (Penélope Cruz), que sería una especie de reemplazo para la primera. Uno de los temas de la película es la capacidad de la ficción para reparar la realidad, y en su desarrollo resulta fundamental ese doble personaje. Una vez más, pocos autores como Almodóvar han extraído tanto partido del juego de espejos entre la realidad y su representación.
Madres en camino
A juzgar por el modo en que presenta el embarazo, Almodóvar contempla esta condición como deseable, terapéutica incluso. La preñez es una noticia esperanzadora que abre nuevas vías a las protagonistas de Mujeres al borde de un ataque de nervios, Tacones lejanos o Carne trémula. En Hable con ella existe cierta ambivalencia, ya que el feto es producto de una violación, pero también se convierte en un factor decisivo para que el personaje de Leonor Watling salga del coma y se reincorpore al mundo, aunque la criatura no sobreviva.
En cambio, en Todo sobre mi madre Penélope Cruz afronta un embarazo de riesgo en un cuerpo debilitado por la enfermedad (transmitida por Lola, el padre/madre del niño) que acabará matándola, mientras su hijo supera el trance y se obra el milagro que lo libra del virus asesino. A su manera, es una conclusión cargada de optimismo y confianza en el futuro.
Madres terribles
¿Qué pasa? ¿Te aburro?
No, pensaba en mis cosas.
¿En qué cosas?
En nada… en la tormenta.
¿En la tormenta? ¡Tú sí que me atormentas!
Este diálogo entre una madre castradora y posesiva (Julieta Serrano) y un hijo desequilibrado (Antonio Banderas) que aparece en Matador refleja la maternidad desde su hipertrofia patológica: el Edipo freudiano. Los mismos actores tendrán una relación similar en Mujeres, donde la desequilibrada es Lucía, una mujer que por desamor quedó atrapada en la estética de los años 60, y que vuelca sobre su hijo el rencor que siente por el padre de este. Y Banderas también había tenido sus más y sus menos con lo edípico gracias a la madre (Helga Liné) que le tocaba en La ley del deseo.
La madre terrible suele aparecer como un personaje secundario, como ocurre con Eva Siva en Laberinto de pasiones (que llama “monstruo” a su propia hija producto de la reproducción asistida) o Susi Sánchez en Los amantes pasajeros (que está más preocupada de llegar a tiempo a un cóctel que del estado de su hija rescatada de una tentativa de suicidio). Son madres sin eso que llamamos “instinto maternal” que sirven a menudo para contrastar con otra madre protagonista y más benéfica: es el caso de Kiti Manver en Qué he hecho yo para merecer esto, Bibiana Fernández en La ley del deseo o Rosa María Sardá en Todo sobre mi madre. Pero también adquiere un papel protagonista con la Marisa Paredes de Tacones lejanos, madre terrible almodovariana por excelencia: diva pop ególatra y enfermizamente competitiva, se redime gracias un acto de generosidad al comprender el dolor que ha causado a su hija. Con lo que, en su lecho de muerte, muta en una perfecta madre dolorosa.
Madres dolorosas
La madre sufriente a causa de sus hijos es un tema universal que en la cultura cristiana encarna el modelo de la Virgen María. A pesar de la distancia irónica que ha interpuesto frente a la religión en la que fue educado, el director se ha servido de él en numerosas ocasiones.
Hablando de religión, en Entre tinieblas Julieta Serrano combina la madre terrible y la dolorosa: superiora del convento de las Redentoras Humilladas, asume ante sus pupilas un papel materno que sin embargo incluye elementos poco ortodoxos como el deseo carnal y el afán de posesión. Otra madre, la marquesa que interpreta Mary Carrillo, vive de una manera aparentemente menos traumática la pérdida de su hija en las misiones, enfrascada en sus clases de esthéticiènne y sus suntuosos planes de futuro que pasan por expulsar a las monjas del convento.
En cambio Gloria (Carmen Maura), la protagonista de ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, mantiene durante toda la película una expresión tan atribulada como su propia situación. De hecho, Dolor y Gloria es un título que no habría descuadrado aquí. El dolor de Gloria no proviene necesariamente de sus dos hijos (aunque motivos tiene: uno se dedica al menudeo de drogas y al otro lo incita a convivir con un pederasta), sino de unas condiciones socieconómicas que la asfixian abocándola a la drogadicción y a un consumismo de bajos vuelos. Algo similar le ocurre a la Josele Román de Tráiler para amantes de lo prohibido que, abandonada por su marido, malvive a cargo de su prole en un almacén de muebles.
Penélope Cruz es en Volver otra madre dolorosa pero algo sui generis: en este caso su dolor procede del incesto a partir del cual engendró a su hija, que es al mismo tiempo su hermana (los ecos del Chinatown de Polanski llegan hasta La Mancha), y del rencor que guarda hacia su propia madre por su ceguera ante esta situación monstruosa. Así que tras la maternidad también puede haber una cara siniestra, o al menos oscuros secretos que remiten al folletín. Es lo que ocurre con la Blanca Portillo de Los abrazos rotos: el padre de su retoño es su amigo y compañero profesional, el director de cine Mateo Blanco (Lluís Homar), hecho que había mantenido oculto.
En esa misma película, Ángela Molina intuye en un impresionante primer plano el destino que espera a su hija (Penélope Cruz). Otras madres que pierden a sus criaturas son la Petra Martínez de La mala educación, la Susi Sánchez de La piel que habito, y sobre todo la Emma Suárez de Julieta, cuya hija Antía desaparece de su vida sin dejar rastro ni proporcionar motivos, abocándola a otro tipo de sufrimiento hecho a partes iguales de ansiedad y de culpa. Al experimentar también la pérdida de un hijo, Antía comprende a su madre y accede a la reconciliación entre ambas.
Las madres de Todo sobre mi madre
Todo sobre mi madre es, quizá, la película en la que Almodóvar se acerca a la maternidad de forma más compleja y autorreferencial. Aquí Cecilia Roth se convierte en una dolorosa de manual con la muerte de su hijo. Sin embargo, esa escena se resuelve brillantemente gracias a la cámara subjetiva desde el punto de vista del fallecido, lo que evita la incursión literal en el cliché de la pietà (que sí aparecía, subvertido al incluir dos hombres, en el final de La ley del deseo). A partir de entonces el personaje se ubica en un lugar emocional que queda más allá del dolor, lo que da lugar a unas posibilidades narrativas de las que el guion saca el máximo rendimiento.
“A los hombres que actúan y se convierten en mujeres. A todas las personas que quieren ser madres. A mi madre”. La dedicatoria que cierra la película alude a una maternidad deseada. Todo es deseo en Almodóvar, y los modos de satisfacerlo, a menudo extremos o poco normativos, constituyen el principal motor de sus historias. Y aquí tenemos un buen ejemplo: en un universo poblado casi exclusivamente por mujeres, nada impide que una monja (Penélope Cruz) se convierta en madre, o que lo sea también el personaje de Toni Cantó. Todo lo contrario de lo que ocurría en el drama lorquiano de Yerma, que al final de la película interpreta la actriz Huma Rojo (Marisa Paredes), ofreciéndonos una clave para todo lo que antes hemos visto. Bajo este punto de vista, Todo sobre mi madre podría entenderse como un resarcimiento, a través del espejo de la ficción, del trauma por la incapacidad para alumbrar vidas.
Hijos que pierden a sus madres (o las recuperan)
Inversamente, Almodóvar también explora la pérdida del asidero emocional que supone una madre. Los protagonistas de Laberinto de pasiones están abocados a la neurosis por este motivo: Sexilia (Cecilia Roth) es huérfana de madre y arrastra su complejo de Electra de orgía en orgía, mientras que a su amiga Queti (Marta Fernández-Muro) su progenitora la abandonó para vivir un amor pasajero, dejándola en manos de un padre perturbado e incestuoso, con pavorosas consecuencias. También es huérfano el príncipe Riza Niro (Imanol Arias), que tiene una madrastra terrible, la emperatriz Toraya (Helga Liné). Repudiada por su esterilidad, Toraya planea regresar al trono del Tirán recurriendo a la maternidad asistida.
Si de nuevo todo esto suena a culebrón, tampoco se queda corta la premisa folletinesca que sostiene parte de La piel que habito. Allí Marisa Paredes recupera a su hijo delincuente (Roberto Álamo), que hace acto de presencia para hacer saltar por los aires el tenso equilibrio que se vive en la casa donde ella trabaja como ama de llaves. Casa que pertenece al doctor Ledgard (Antonio Banderas), quien resulta ser también hijo secreto del personaje de Paredes y por tanto hermano del malhechor.
Y sigue el recuento de fallecidas o ausentes: la muerte de la madre determina el carácter de sus vástagos en Kika, Carne trémula, La piel que habito o Volver (la madre rural que es Carmen Maura, pero también la madre hippy de Blanca Portillo); en Julieta Susi Sánchez era una madre aislada de su familia por la demencia senil; y la madre perdida regresa para enmendar sus errores -o acaso para empeorarlos- en Volver, Tacones lejanos y Julieta.
Madres de reemplazo
Con Almódovar siempre hay lugar para la esperanza, puesto que toda pérdida puede ser suplida. En Tacones lejanos, Miguel Bosé performa a la madre ausente de Victoria Abril caracterizado como Femme Letal. Y en Todo sobre mi madre Manuela -una madre que ha perdido a su hijo- se hace cargo del bebé de la hermana Rosa -un hijo que ha perdido a su madre-, lo que cierra el círculo argumental desde los principios de la reparación y el equilibrio recobrado. Mucha más ligereza había en Pepi, Luci, Bom, el primer largo del director estrenado en salas comerciales, donde la madre era una actriz teatral algo imprudente (Julieta Serrano) que se desentendía de su hijo para confiárselo a una pandilla de personajes amorales inmersos en el torbellino de la Movida.
Entre estos polos, con el asunto de las madres sustitutas Almodóvar alude al derecho, hoy tantas veces reivindicado, a crear nuestra propia familia más allá de los vínculos de sangre y las convenciones sociales. Esto ocurre sobre todo en La ley del deseo, donde Ada (Manuela Velasco) tiene una madre biológica frívola y egoísta (Bibi Andersen), así que es adoptada por la ex amante de esta, la cálida Tina (Carmen Maura).
Carne Trémula empieza y termina con sendas mujeres de parto. En ella, el huérfano Víctor (Liberto Rabal) encuentra en Clara (Ángela Molina) no solo una amante, sino también una figura maternal que lo inicia en los ritos de la edad adulta. Por su parte, Helena (Francesca Neri) abre una casa de acogida infantil en la que ejerce de madre de multitud de niños perdidos, compensando la aspiración que no puede cumplir junto a su pareja, el discapacitado David (Javier Bardem). Al final de la película, el nacimiento del hijo de Víctor y Helena sanará sus heridas emocionales, lo que se entremezcla con un discurso optimista (“por suerte para ti, hijo mío, hace ya mucho que en España hemos perdido el miedo”) que legitima esa materialización de la maternidad. Fue aquí la primera vez en que en el cine de Almodóvar la memoria del pasado y la maternidad quedaban unidas desde una perspectiva política.
Con ello Almodóvar parece expresar un deseo que la razón le había negado durante tanto tiempo: puede que, finalmente, este mundo al que las madres traen a sus hijos no sea un sitio tan atroz como él pensaba.
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