Tiempo de predicadores

Los que hemos pasado una depresión de esas malas malísimas, de empastillarte (las pastis ayudan; si las necesitáis, usadlas), de llorar de la mañana a la noche, de asearte porque ya era imprescindible para la convivencia, de no ver cómo ni por dónde… estas ex-almas en pena estamos siempre oteando el horizonte, observando la más mínima señal de la cuesta abajo, porque sabemos lo duro que es salir de ese pozo oscuro e infinito. A nadie, ni a nuestro peor enemigo, le desearíamos estar ahí.

Nosotros, los “supervivientes”, somos -salvando las distancias- como los alcohólicos o drogadictos rehabilitados: sabemos que puede aparecer en cualquier momento, y que hasta el más fuerte puede caer y recaer. No hay trucos ni recetas más que estar alerta.

Cuando alguien cercano ha estado en esa situación siempre le he recomendado ayuda profesional y algo más: hazte voluntario, echa una mano. Y no es ninguna tontería.

Me da mucho miedo esta situación que vivimos. No solo por mí, sino por todos. Me vais a permitir ser un poco Naty Abascal en este momento, porque me da miedo la salud mental de todo el mundo.

Aunque más miedo me dan (y bastante vergüenza ajena) los predicadores de las redes. Los que postulan de un lado (saldremos mejores), los que postulan del otro (a ver si nos extinguimos ya), los que postulan sobre ellos y su circunstancia… Estos son los peores. Los que creen que son el pulso de la realidad. Me flipan los que, de repente, se encuentran una miajita trastornados y se les ocurre vocear, al calor de sus miles de seguidores, que si a nadie se le ha ocurrido empezar a hablar de qué va a pasar con la salud mental de la gente después de esto. ¿A nadie?

Desde marzo llevo colaborando con quien me pide que le ayude a dar visibilidad a este problema tan gordo que se está creando. Me consta (por experiencia propia) que hay miles de personas y empresas que están implicadas en el bienestar de sus trabajadores, a través de servicios de apoyo psicológico, flexibilidad para conciliar, planes de formación, comunicaciones constantes con sus empleados, campañas en redes sociales y profesionales… ¿A nadie? Mira, vete a la mierda.

Digo que me dan miedo los predicadores de las redes porque no ven más allá de su ombligo y del de los cuatro que les aplauden. Deberían leer algo más que sus propios estados de Twitter, lo mismo descubren que quizá son ellos los que no hacen nada.

Las personas que me escriben, que me cuentan sus problemas (y muchas veces la cosa no va de sexo ni de relaciones), y a las que ayudo en lo que puedo (escuchar hace MUCHO bien), os mandan recuerdos, predicadores. Ah, y también los voluntarios de las bolsas de alimentos de los barrios y los que reparten comida y artículos de primera necesidad en focos marginales.

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