Teresa Ribera: la vicepresidenta que planeó el desconfinamiento vuelve a la carga contra el cambio climático

Además de ser vicepresidenta de Transición Energética, Teresa Ribera ha dirigido el tercer grupo gubernamental para afrontar la crisis sanitaria del coronavirus. Su equipo era el más discreto –los otros dos son se encargaron de la crisis sanitaria y la económica– pero en sus manos estuvo decidir y programar el fin del confinamiento que empezó el 21 de junio. A eso se ha dedicado la ministra en los últimos meses, cuando ha tenido un perfil público más bajo de lo habitual, aunque el suyo no era muy alto antes de la pandemia. Ahora ha vuelto, concediendo un par de entrevistas en las que ha insistido en que la agenda verde no debe olvidarse a pesar de la emergencia sanitaria que vivimos. Y ha generado cierta polémica al alentar el uso del transporte público, insistiendo en la paradoja que sostiene el Gobierno, que recomienda evitar espacios cerrados y aglomeraciones pero fomenta el uso de autobuses, metros y trenes.

Su vocación ecologista no es casualidad. En 1984, cuando Teresa Ribera tenía 14 años, su madre, Teresa Rodríguez aceptaba ser redactora jefa de Tiempos de Paz, una revista que nació al calor de la Guerra Fría y la amenaza de los euromisiles. Su primer número fue una declaración de intenciones: publicaron el "Manifiesto contra la guerra nuclear de Bertrand Russell y Albert Einstein". El motivo de la elección era que, 30 años después de haberse redactado aquel manifiesto, Europa volvía a barruntar un nuevo conflicto nuclear.

La hija mayor, que bebió en casa de esa idea de justicia, estudió Derecho, fue profesora en la Autónoma de Madrid y funcionaria del Cuerpo Superior de Administraciones del Estado. Los temas medioambientales –en los que es una firme defensora de acabar con las nucleares– la llevaron a ser Secretaria de Estado de Cambio Climático entre 2008 y 2011, durante el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. En 2012 pidió una excedencia como funcionaria y siguió su carrera en los mismos temos pero en el extranjero.

Desde entonces, no se ha perdido ni una de las Cumbres del Clima celebradas en las últimas dos décadas. De hecho, trasladar y organizar en Madrid la que debía celebrarse en Chile –que renunció por los disturbios que vivía el país– el año pasado fue uno de los méritos que hoy le cuelgan a Ribera

Experiencia internacional

Esta madrileña de 50 años llegó a ocupar una de las cuatro vicepresidencias del actual Gobierno de España respondiendo a la llamada de Pedro Sánchez. En ese momento, era directora del Instituto de Desarrollo Sostenible y Relaciones Internacionales de París, un centro por Laurence Tubiana y Michel Colombier en 2001 para investigar y asesorar a gobiernos y entidades sobre las consecuencias derivadas del cambio climático.

Quizá porque está acostumbrada a trabajar en la sombra o en puestos de poca exposición mediática, la discreción no le cuesta. Y quizá también por eso se la ve mucho más incómoda dando explicaciones públicas, ya sean de su vida personal o de su tarea política. Algo así le ocurrió en el encontronazo que tuvo con el periodista Carlos Alsina a cuenta del Delcygate –el caso de la vicepresidenta venezolana, Delcy Rodríguez, aterrizando en Barajas a pesar de tener prohibido sobrevolar Europa–, que acabó con la política mandándole al periodista que ese tema lo tratara con la ministra de Exteriores. Se le olvidaba que ya no era ministra del ramo, sino vicepresidenta del Gobierno de España.

Esa forma de expresarse, quizás demasiado seca o directa en ocasiones, la ha demostrado otra veces, pues está acostumbrada a hablar más claro de lo que suelen requerir las formas de la diplomacia. “A mí no me sirve de nada que dentro de la Convención todos seamos muy buenos y que luego los sistemas financieros, los sistemas energéticos, los sistemas de transporte, los sistemas de uso de suelo vayan en otra dirección totalmente diferente", decía en 2014 sobre la Cumbre del Clima celebrada en París criticando las buenas intenciones que no llevan a medidas concretas.

La contundencia en la defensa de sus ideas es otro de los motivos por los que Sánchez la elevó de ministra a vicepresidenta. Según informaciones que cirularon los días de enero en los que se formaba el nuevo gobierno, el presidente no estaba dispuesto cederle las competencias de medio ambiente a Unidas Podemos. Primero, porque era un asunto que quería convertir en uno de los pilares de su mandato. Segundo, porque tenía en su equipo un pesado pesado a nivel internacional y una militante convencida de la materia. Además, quienes la conocen aseguran que aunque es consciente de las trabas burocráticas, es una política optimista: “Se tiende a ver las cumbres del clima como una especie de partido en el que se gana o se pierde en función de si se logran acordar unas cifras concretas. Esto ya no es así. Lo que hay que activar es un proceso de transformación transversal a lo bestia. No bastan con cifras de un día”.

Hija de académicos y socialista

En casa, tuvo también modelos políticos y profesionales. Su madre, licenciada en Filosofía y adscrita al CSIC, realizó un trabajo sobre el exilio de los filósofos españoles en México tras la Guerra Civil. “Yo no quiero un mundo donde las cuestiones globales se resuelvan por la ley del más fuerte”, dijo la actual vicepresidenta, afiliada al PSOE, describiendo cuál es su idea de justicia climática. También su padre ha tenido una vida profesional activa y fructífera: José Manuel Ribera, es un reputado geriatra que en 1983 puso en marcha Clínico de Madrid la primera unidad de geriatría española dentro de un hospital terciario y ha sido presidente de la Sociedad Española de Geriatría, además de docente universitario, como su esposa y su hija.

Las críticas más duras le han llegado por su matrimonio con Mariano Bacigalupo, de su misma edad y consejero de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC). Que los dos se muevan en entornos donde se manejan informaciones sensibles y del mismo sector han hecho que se apunte en varias ocasiones a un posible conflicto de intereses en casa de los Ribera Bacigalupo, que son padres de tres hijas y viven en Majadahonda. Ella ha confesado en alguna ocasión que le gustan el senderismo y cocinar para sus amigos y su familia.

También su esposo está vinculado al PSOE. Su padre, Enrique Bacigalupo, fue el abodago del futbolista culé Lionel Messi en los problemas que tuvo con Hacienda. Antes, el veterano letrado había sido magistrado de la sala segunda de lo penal del Tribunal Supremo durante dos décadas y participó en juicios tan sonados en los años socialistas comoel caso Sogecable, Filesa o los GAL. Su mayor actividad tuvo lugar en la época en la que el hombre fuerte del socialismo era Felipe González, que nunca ha apoyado a Pedro Sánchez ni como candidato ni como mandatario. Sí lo hace ahora Ribera, en quien confió el presidente para coordinar el grupo de trabajo que decidió en qué momento y con qué garantías podíamos empezar a salir de casa.

Artículo publicado el 15 de abril de 2020 y actualizado el 19 de noviembre.

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