Es muy probable que la que mejor haya descrito a Reese Witherspoon (Nueva Orleans, 1976) sea Meryl Streep. “Es como un colibrí”, apuntaba la veterana actriz, compañera de reparto en segunda temporada de la serie de HBO Big little lies. “Sus alas se mueven tan rápido que parece que está quieta, pero es más veloz y resplandeciente de lo que el ojo puede apreciar”. Lo dijo en The Hollywood Reporter el pasado diciembre, en un reportaje sobre cómo Witherspoon, la más improbable de las candidatas, ha llegado a ser una de las personas más influyentes de EE.UU. Si el cambio de paradigma en la industria cinematográfica tuviera un apellido difícil de deletrear sería el suyo. Mientras todavía hay quien prefiere identificarla como esa rubia boba y encantadora de Una rubia muy legal, sin perder la sonrisa está transformando la forma de contar historias.
Hija de matrona y cirujano, estudiante aplicada y actriz desde los 14 años, las personas que han trabajado con ella destacan que le gusta tener el control. Lee todo lo que se escribe sobre ella, sabe qué imagen quiere proyectar, se reserva la gestión personal de muchas tareas y tiene la última palabra sobre su agenda. También hablan de la habilidad que ha demostrado para vencer a la frustración, convirtiéndola en su principal fuente de energía. Después de superar las etapas de niña prodigio, joven promesa, estrella taquillera y novia de América –presentó el primer Saturday Night Live post 11-S–, solo le quedaba obtener el reconocimiento de la profesión. Lo hizo al ganar el Óscar por su interpretación de June Carter Cash en el biopic En la cuerda floja. Sin embargo, fue ahí cuando llegó a una conclusión triste: Hollywood no tenía nada mejor que ofrecerle.
Ser madre a los 23 años, cuando aún interpretaba a chicas que iban al instituto, aceleró este despertar de conciencia. El nacimiento de su hija Ava, fruto de la relación con el actor Ryan Philippe, le empujó a buscar guía espiritual en la lectura compulsiva de libros y más libros. Comenzó a replantearse seriamente cosas que había dado por sentadas. Ya no aceptaría que su agente le dijera que vistiese más sexy para convencer a un productor de que no era la chica repelente y empollona que interpretó en Election. Tampoco comentarios sobre su barbilla o lo bajita que era (1,56 m). No quería que su hija, que actualmente estudia en la Universidad de Berkeley y hace trabajos ocasionales como modelo, tuviera que escuchar frases así algún día.
Tras unas cuantas malas películas y peores experiencias –Agua para elefantes provocó que, por primera y única vez, hablase mal de un compañero: dijo que Robert Pattinson era poco profesional, maleducado y sucio–, en 2012 un artículo de The New Yorker aseguraba que había pasado su momento. Observaba con incredulidad cómo Charlize Theron, que había conseguido el Óscar un año antes que ella, aceptaba el personaje de Mil maneras de morder polvo que ella había rechazado por considerarlo ofensivo y estúpido. “Todas las actrices de primera línea competían por ese papel”, le informaron sus representantes. No daba crédito e inició una ronda por los despachos de los grandes estudios para conocer qué historias con protagonistas femeninas tenían entre sus proyectos. Al descubrir que no las había, decidió encontrarlas. “Aunque hice ganar mucho a los estudios durante años, no me tomaron en serio como cineasta. No creían que 25 años de experiencia pudieran aportar algún conocimiento sobre qué películas funcionan y cómo ajustarse al presupuesto”, contaba Witherspoon. Había hecho tan bien el papel de rubia ingenua, que los ejecutivos de Hollywood no veían más allá. Como cuando formó parte de un tribunal popular y sus compañeros la nombraron presidenta del jurado, valorando su experiencia como “abogada” en el cine.
Con referentes como Goldie Hawn o Dolly Parton, ahora sigue los pasos de Oprah Winfrey como gran empresaria de la comunicación.
En sus manos cayeron las galeradas de dos libros escritos por mujeres –Perdida, de Gillian Flynn, y Salvaje, de Cheryl Strayed– y los convirtió en los primeros proyectos de su recién estrenada compañía. Como productora de Perdida, aceptó que el director prefiriera a una actriz menos conocida de protagonista. Gracias a eso pudo hacer Alma salvaje, por la que se llevó una segunda nominación al Óscar. Si quedaban dudas de su buen olfato literario, la siguiente novela de la que adquirió los derechos fue Big little lies, de Liane Moriarty. El resto es historia reciente de la ficción televisiva.
Witherspoon, que cita como referentes a Goldie Hawn –de ella aprendió que era mejor ser graciosa que sexy– y Dolly Parton –primera invitada en su programa de entrevistas Shine on with Reese–, sigue los pasos de Oprah Winfrey como gran empresaria de la comunicación. Al frente de Hello Sunshine, dirige un imperio que abarca la producción de películas, series y podcasts. Ha atraído a inversores como Laurene Powell Jobs, viuda de Steve Jobs, y todas las plataformas reclaman contenidos que lleven su sello.
¿Cómo lo ha conseguido? La clave, según ella, es que le gusta hacer muchas preguntas. Con 17 años, cuando ya había protagonizado varios filmes, trabajó como becaria de producción porque intuía que se estaba perdiendo algo y quería “entender realmente cómo funcionaba el cine”. Los que forman parte de su entorno más íntimo aseguran que es una devoradora de novelas, guiones, estudios, ensayos…
“Nunca he visto a alguien procesar tanta información como ella”, ha contado su amiga Nicole Kidman. Lo confirmaba la CEO de Hello Sunshine, Sarah Harden, durante una conferencia en Los Ángeles hace unas semanas. “Está obsesionada con los datos demográficos y las audiencias. Siempre está pidiendo que le demos cuántos más mejor”, reconocía su mano derecha. “¡Los uso para un buen propósito!”, se excusaba entre risas Witherspoon.
Forzó a HBO a corregir su política salarial, garantizando que actores y actrices ganasen lo mismo.
Esa visión de que debía haber más gente que echara de menos historias contadas y protagonizadas por mujeres ha quedado probada con series como Big little lies, Truth be told o Pequeños fuegos por todas partes (pendiente de estreno en España). Reese Witherspoon “se ha apoderado de la narrativa” y es coherente con su compromiso como promotora del movimiento Time’s Up. Desde su posición de showrunner, forzó a HBO a corregir su política salarial, garantizando que actores y actrices ganasen el mismo sueldo por el mismo trabajo.
También ha abordado los abusos sexuales en el entorno laboral desde una perspectiva compleja y nada complaciente en The Morning Show, la ficción que la ha reunido con su “hermana” en Friends, Jennifer Aniston. Junto a America Ferrera, Shonda Rhimes o Laura Dern, forma parte de su círculo de amigas. Se conocieron hace dos décadas, en el plató de la sitcom. “Ya sabía qué mensajes quería enviar, no aceptaba que la callasen con una palmadita en la espalda y diciéndole lo mona que era”.
Con un valor neto que Forbes estima en 240 millones de dólares, ella es su propio negocio. El club de lectura que inició en 2017 eleva cualquiera de los libros que selecciona a lo más alto de la lista de bestsellers de The New York Times. Y su firma de moda, Draper James, se mantiene fiel al espíritu con el que nació: precios asequibles, prendas cómodas y sencillas, diversidad de tallas…
En su horizonte está el regreso de la abogada Elle Woods en Una rubia muy legal 3 y el sueño hecho realidad de ser Campanilla en una película de acción real de Disney. “Las mujeres ocupadas son las personas más productivas del mundo”, compartía con Natalie Portman en la entrevista que mantuvieron en Harper’s Bazaar. “La interpretación es mi principal ocupación, es lo que me llena, pero mi prioridad es atender a mis hijos”. Casada desde 2011 con Jim Toth, codirector de la agencia que representa a Scarlett Johansson y Matthew McConaughey, tienen un hijo de siete años, Tennessee James, a los que hay que sumar a Ava (20) y Deacon (17), de su matrimonio con Ryan Philippe.
Reese Witherspoon cree que el objetivo de un actor debería consistir en dejar de ser reconocido para simplemente ser visto. Como un colibrí, sabe que no se trata de que admiren cómo vuela sino de seguir moviendo las alas.
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