Sientes como un escalofrío te recorre la columna vertebral, unas «mariposas» revolotean en tu estómago y se te acelera el corazón. Esa canción es una verdadera descarga de energía que invade tu cuerpo, es como sentir prácticamente un orgasmo.
Seguramente alguna vez has visto como reacciona tu cuerpo cuando suena una canción que te gusta mucho, pero es que hay personas que experimentan un placer con tanta fuerza que describen sus sensaciones como un «orgasmos de la piel«.
¿Cómo puede la música provocar una reacción tan poderosa como el sexo en el cuerpo y en la mente?
En 1991 unos músicos profesionales llevaron a cabo un estudio sobre la cuestión y descubrieron que cerca de la mitad de los voluntarios que se sometieron a él, experimentaron temblores, rubor y sudoración, incluso excitación sexual, al escuchar su pieza favorita. Tal variedad de reacciones podrían explicar el origen de la expresión «orgasmos de la piel«.
De hecho, muchas culturas reconocen abiertamente las similitudes entre esas sensaciones con las del orgasmo con el que suele culminar el acto sexual.
Los sufíes del norte de India y de Pakistán, por ejemplo, discutieron durante mucho tiempo sobre la dimensión erótica de escuchar música.
Algunos de las personas que han experimentado el bautizado «orgasmo de piel«, suelen ser capaces de distinguir qué es exactamente lo que les provoca la reacción. Y basándose en esa información los investigadores han podido identificar las características que desencadenan cada tipo de sensación durante el escalofrío musical.
Los cambios repentinos en la armonía, los saltos dinámicos y las apoyaturas melódicas (notas disonantes que chocan con la melodía principal) son al parecer los que provocan las reacciones más poderosas.
Haciéndoles un escáner a los voluntarios mientras escuchan su canción favorita, los neurocientíficos han sido capaces de dibujar el mapa de las regiones del cerebro que reaccionan y trazar así el mecanismo tras el fenómeno.
Una de los claves del mecanismo parece ser la forma en la que el cerebro monitorea nuestras expectativas, dicen los investigadores. Desde el momento en el que nacemos empezamos a aprender ciertas reglas sobre la composición. Si una canción sigue las convenciones al pie de la letra, resulta sosa y no suele captar nuestra atención. Y si rompe con los patrones del todo nos suena a ruido.
Pero cuando la composición de una melodía está en el límite de lo familiar y lo desconocido, es entonces cuando existen más posibilidades de que se produzca el fenómeno.
Es que, al no coincidir con nuestras expectativas, la melodía parece asustar al sistema nervioso central y esto provoca un pulso acelerado, disnea y rubor. Y todo esto puede desencadenar un escalofrío.
Es la misma reacción que pueden generar las drogas o el sexo, lo que podría explicar por qué resultan tan adictivas las canciones que producen tales reacciones. Además, una vez que conoces la canción estas sensaciones pueden volverse incluso más intensas.
Luego está la empatía, el intento de entender lo que sintió el compositor al crear la melodía o el cantante al entonarla, y la capacidad que las canciones tienen para evocarnos recuerdos.
«Nuestras propias experiencias autobiográficas interactúan con la música y es por eso que cada quien encuentra su propia canción que le genera emoción hasta el punto del escalofrío», aseguran los expertos..
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