En La puerta de la infamia, Antonio Muñoz Molina recopiló las crónicas que publicó en El País sobre el juicio por el secuestro de Segundo Marey, un comercial a quien los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL) confundieron con Mikel Lujua, miembro de ETA. Fue uno de los procesos más importantes que ha tenido lugar en España: destapó los GAL, que llevaron a prisión a José Barrionuevo y a Rafael Vera, ministro del Interior y secretario de Estado de Seguridad, y sentó en el banquillo como testigo a Felipe González, entonces presidente del Gobierno.
La sentencia del procés llegó con dos libros bajo el brazo. Uno es El encargo, de Javier Melero, abogado de dos de los encausados, Joaquim Forn y Meritxell Borràs. El otro título lo firma uno de los condenados: Raül Romeva. En su caso, se trata de un cuaderno de dibujos realizados durante las sesiones del proceso. Lleva por título Des del banc del acusats y se ofrece como el relato de “52 jornadas de injusticia caricaturizadas durante el juicio”.
También el libro de Muñoz Molina contenía ilustraciones. En su caso, de la dibujante y diseñadora de moda Tíscar Espadas, pero hay algo que diferencia aquel ejemplar de estos dos últimos: La puerta de la infamia salió en 2015 y hablaba de un caso de 1998 en el que se enjuiciaron hechos de 1983. Los títulos anteriores se anunciaron casi a la vez que el fallo judicial.
Oportunidad
Días antes de esa sentencia, Pablo Ordaz presentó El juicio sin final, recopilación de sus crónicas sobre el mismo proceso en El País. “Es lícito hacer una recopilación, es un trabajo ya publicado, no engaña a nadie. Pero si presentas un libro como nuevo de un hecho que aún está ocurriendo, es distinto. ¿O no pierde sentido hablar de ese juicio sin incluir la sentencia?”, explica a Vanity Fair Antonio Rubio, profesor del Máster de Periodismo de Investigación y Datos de la Universidad Rey Juan Carlos.
Elegir el momento adecuado para sacar un libro no es deshonesto. Es lo que han hecho los editores de Los entresijos del procés, firmado por Oriol March en 2018, al anunciar una traducción en fecha próxima a la de la sentencia. Eso sería oportunidad, el oportunismo es otra cosa: por ejemplo, que solo dos meses después de jurar como president de la Generalitat, hubiera en las librerías cuatro biografías de Carles Puigdemont siendo su único valor –todas se escribieron en un tono cómplice y elogioso– haber salido en un momento muy adecuado.
Las cuatro eran obras de periodistas, nada raro al tratar un asunto de actualidad, pero un libro no se cuece con los tiempos y los ingredientes que una pieza de diario. “En principio, [la diferencia] es una cuestión de extensión. Un libro permite añadir más contexto, meter más datos, ampliar la información. A cambio, un artículo, por la dinámica del medio en que se publica, permite ser más ágil y rápido a la hora de llegar a los lectores”, opina Miguel Aguilar, editor del sello Debate.
Para Rubio, esa inmediatez tan propia del oficio periodístico deberían evitarla las editoriales. Lo dice por experiencia: El origen del Gal, escrito con Manuel Cerdán, salió en 1997, diez años después de empezar ambos las investigaciones que publicaron en el diario El Mundo. “Con casos así, de esa relevancia política y mediática, hace falta reposo”, opina el periodista.
Edición y revelación
Pero no es solo tiempo lo que necesita un libro: “Cuando publiqué Quini, del secuestro a la libertad con Enrique Cordero tardamos solo unos meses, pero tuvimos una editora de excepción: Montserrat Roig”. Esa figura –y sobre todo el cuidado–también se ha perdido en la prensa: "Algunas editoriales están copiando lo peor de los medios", dice Rubio, que también es coordinador editorial de Libros.com, sobre la prisa y la precariedad con la que se hacen productos solo para dar el golpe, consumirlos y olvidarlos. En resumen, el instant book es a la editorial lo que al periodismo al clickbait.
Ese mimo sí lo ponen en Debate, cuyo nombre ya indica cuánto y cómo les ocupan las cuestiones del presente. En su caso, el foco es más amplio y el objetivo, más ambicioso: un ejemplar suyo sobre el tema que nos ocupa, Análisis del procés, lo firmaron varios autores, y aunque ninguno se manifiesta partidario de la independencia, algunos ofrecen una profundidad argumental y expositiva que no está en otros libros. Pero su editor reconoce que "no es fácil decidir cuándo un tema está suficientemente cerrado como para publicar un libro y que no quede superado por los acontecimientos al poco de salir”.
En lo que están de acuerdo Rubio y Aguilar es en que, además estar bien escrito, un producto editorial debe aportar algo que no se haya dicho ya. El responsable de Debate lo llama “revelaciones que conviertan al libro en sí en parte de la conversación".
MIguel Aguilar, editorial Debate: “No es fácil decidir cuándo un tema está suficientemente cerrado como para publicar un libro"
Para lograr estar en ese debate, algunas editoriales han fichado periodistas, aunque no todos han buscado dar un retrato completo de una situación o una persona, algo que en principio, está en la base de su oficio. Sí lo ha intentado Carlota Guindal, de La Vanguardia, que ha anunciado Ni vencedores ni vencidos: El juicio al procés, la historia sin la venia de un fracaso colectivo para el 19 de noviembre. Lo publica Ediciones Península y pretende abarcar todos los detalles sin contarlos desde un lado, algo a lo que quizás ayude que su autora sea una informadora especializada en tribunales, no en política.
Distinto es el caso de Hasta que seamos libres, firmado por Sergi Sol, a quien la editorial presenta como periodista aunque ha desarrollado su profesión, codo con codo, con el protagonista de su libro: Oriol Junqueras. Otro caso es La batalla de l’exili, donde Josep Casulleras sostiene que la estancia del expresidente Puigdemont en Bélgica es fruto de una persecución política. Ninguno de los dos promete una visión poliédrica de un asunto complejo, sino una de parte.
Pero, ¿qué ocurre con los protagonistas de esas noticias? ¿Tienen más “derecho” que otros a contar historias parciales?Para Rubio sí, pues la primera persona, el testimonio, tiene un valor distinto. Nadie va a pedirle a Romeva que sea ecuánime con sus ilustraciones, ni con el libro que publicó anteriormente, Esperanza y alegría. Tampoco hay nada que objetar en que Oriol Junqueras escribiera sus Cuentos desde la prisión, pues no hay nada ilícito en generar unos ingresos, dar rienda suelta a la creatividad o desahogarse.
Lo que sucede es que, al igual que los libros de memorias de Pedro Sánchez o José María Aznar, al referirse a personas con cargo o peso público, esos títulos son maneras de lanzar un mensaje que beneficie la imagen o la causa de su autor. Es decir, de hacer propaganda. Porque, ¿no tiene un valor simbólico añadido el hecho de que Romeva no acuda a la presentación del suyo porque está en prisión? ¿O que Gabriel Rufián muestre el de Junqueras desde la tribuna del Congreso y luego se lo regale, con las cámaras delante, a Pedro Sánchez? Por todo eso, en este proceso como en otros, algunas editoriales parecen actuar como altavoces de una y otra parte: solo hay que echar un vistazo al catálogo que dejó como editor Quim Torra.
Polarización, también editorial
Dos sellos han puesto un especial hincapié en "informar" sobre el procés. Por un lado, Ara Llibres, responsable del título de Romeva, así como de otros apoyos o líderes de la causa independentista como Jordi Cuixart, autor de Ho tornaren a fer (Lo volveremos a hacer), que vio la luz en julio, en plena celebración del juicio del que ha salido condenado a 9 años de cárcel. Por otro lado, Los Libros de la Catarata, que tienen una sección en su web llamada “Cataluña para el debate”. En su caso, sus firmas forman parte del universo socialista: Miquel Iceta, líder del PSC; Pau Marí-Klose sociólogo que se presentó a las últimas generales con el PSOE oManuel Cruz, presidente del Senado por el mismo partido.
De ese modo, aunque una editorial no se rige por las mismas rutinas de producción que un diario ni tiene sus mismos objetivos, coinciden con algunos periódicos en darle al lector una única visión de un tema tan delicado como es el del asunto catalán. De esa manera, también contribuyen a la polarización del debate público –y del posicionamiento político– de la que tanto se habla y que es, en parte, fruto de esa exigencia al periodista, al pensador o al ciudadano de que tome partido sobre cualquier tema en un segundo, sin entrar en matices y lo más escoradamente posible.
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