"Si tuviera que decidir si debemos tener un gobierno sin periódicos o periódicos sin gobierno, no dudaría en preferir lo segundo”. No lo dijo un periodista sino un político. Fue Thomas Jefferson, no Pedro Sánchez ni Pablo Iglesias, que en el pasado reciente fueron críticos –con razón– con la pantalla de plasma que usó Mariano Rajoy para evitar preguntas de la prensa en algunas de sus comparecencias. Hoy, ya presidente y vicepresidente del Gobierno, son ellos quienes organizan actos donde los periodistas solo pueden limitarse a grabar lo que quieran decir. A veces ni siquiera eso: una prueba es el encuentro de este fin e semana en Quinto de Mora, resuelto con una fotografía entregada a los medios.
No son los únicos: para dar una noticia de trascendencia como el anuncio de unas nuevas elecciones en Cataluña, el president Quim Torra se presentó ante los medios sin admitir preguntas, fórmula a la que también parece abonado. Si usted cree que este asunto es algo que solo afecta a quienes se dedican a informar, siga leyendo. “Podría disparar a alguien en la Quinta Avenida y no perdería ni un voto”. Lo dijo Donald Trump y aunque hoy cueste creerlo –el descrédito de la profesión es evidente– la diferencia entre que una machada así fuera o no fuera posible puede ser el periodismo.
Trump y Boris
José Antonio Zarzalejos, ex director de ABC y columnista de El Confidencial, ubica la actual falta de consideración a los medios en 2016: "Viene de atrás, pero dos acontecimientos marcan la comunicación en Occidente: la elección de Trump, que se enfrenta totalmente a los mediosviniendo a decir que puede prescindir de ellos; y el Brexit, donde una serie de expertos en comunicación política demuestra que eso es así lanzando mensajes no contrastables que llevan a una mayoría a creer que es mejor irse que quedarse en Europa".
Precisamente la reciente salida de Reino Unido de la Unión Europea ha dado otra oportunidad de ver hasta qué punto los gobernantes ven beneficios en eso de no atender a la prensa: Boris Johnson pidió a la emisora pública BBC que transmitiera su mensaje institucional pero usando a su propio cámara, no a uno del ente público, eliminando así cualquier intermediación. Es el mismo político que organiza ruedas de prensa donde preguntan los niños, no profesionales de la información.
Como recuerda Zarzalejos: "Una comunicación así es más directa, pero no más democrática porque es una información sin garantías, un periodista la verifica, la autentifica, la contrasta. Esa función sí es democrática. Y lo es tanto que la constitución establece dos previsiones orientadas a las practica de la profesión: el secreto profesional y la claúsula de conciencia". La tecnología es uno de los factores que ha hecho viable ese desprecio, pues muchos políticos se han dado cuenta de que pueden llegar a los grupos poblacionales que les interesan a través de, por ejemplo, un teléfono y sin someterse a "procedimientos que consideran inquisitivos".
Ni Barack Obama
Para Eduardo Suárez, director de Comunicación del Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo, en EEUU ya se habían dado ejemplos antes de Trump y cita el caso de Barack Obama: “Su gobierno pidió durante años penas de cárcel para el periodista James Risen si no desvelaba sus fuentes”, cuenta haciendo alusión a uno de los cinco procesos –cifra nunca superada antes por un gobierno federal – que aquella administraciónemprendió amparándose en la Ley de Espionaje. Yéndose más atrás, el también periodista recuerda a Richard Nixon: “Quizá el caso más extremo, por el lenguaje agresivo durante los meses más duros del Watergate”.
Aludir a EEUU no es casual. El país norteamericano sigue siendo un espejo en el que se miran el resto en todo lo relativo a la comunicación política. Por eso Suárez ve tan grave que alguien como Trump esté al frente del gobierno de su país: "Nos guste o no, lo que ocurre en la Casa Blanca tiene un impacto en todo el mundo y muchos politicos de medio pelo se ven envalentonados al ver que Trump actúa como actúa".
Porque el fenómeno no es nuevo, pero sí está, efectivamente, "envalentonado". Tambén en España, donde solo hace falta ir a la hemeroteca para ver que la queja delas ruedas de prensa sin preguntas fue un clamor también en 2004. Desde Francisco Álvarez Cascos pasando por Juan José Ibarretxe o el propio presidente del momento, José Luis Rodríguez Zapatero, fueron criticados por organizar este tipo de comparencia sin avisar a los informadores. A esa modalidad sería más correcto llamarlo "declaración institucional", pero es una figura que no está reservada a una persona ni a un cargo, sino a una institución. Es decir, tiene sentido si la hace un presidente para mostrar el apoyo de un parlamento –o entidad parecida– a a una causa, a otro gobierno ante una catástrofe, por ejemplo. No para anunciar una medida de Gobierno como la subida del sueldo de los funcionarios sin admitir preguntas o dudas por parte de la prensa.
Otra forma de comunicar para otra política
Por tanto, el ninguneo a la prensa no es nuevo, solo muta, se refina, y al estar más extendido, parece legitimado. ¿Se han contagiado otros líderes después de ver que en EEUU o Reino Unido parece no tener consecuencias a corto plazo? La respuesta es sí. Como indicaba para esta revista el director del Observatorio Europeo de los Think Tanks, Olivier Urrutia, también el gobierno de Emanuel Macron en Francia ha adoptado una actitud desafiante con los medios. En España, aunque la diferencia entre los actuales jefes del Ejecutivo y Trump o Boris es evidente, su manera de ignorar a la prensa obedece a motivos similares a los que tienen los citados mandatarios. Pero Zarzalejos apunta a otra: "Además de las cuestiones tecnológicas que les permiten no contar con los medios para mandar su mensaje, hay algo que tiene que ver con la psicología: que abunda la desfachatez".
El periodista insiste en el poco peso que tiene para muchos la palabra dada "porque la reputación como un valor no importa", dice poniendo de ejemplo la falta de explicaciones claras y convincentes del caso de José Luis Ábalos y la vicepresidenta de Venezuela, Delcy Rodríguez o el del pago de grupos iraníes a diputados de Vox.
El profesor de Filosofía en la Universidad Jaume I habla de "cierta relajación moral de las costumbres" para explicar esa falta de pudor que Zarzalejos prefiere llamar desfachatez. Sobre la reputación, el autor de El ridículo como instrumento político, Vicente Ordóñez Roig, cree que a la nueva generación de servidores públicos parece importarle menos que a la anterior. Y apunta a que la exposición constante, la inmediatez y la rapidez con la que se emiten y olvidan la multitud de mensajes que reciben los electores tienen algo que ver en que los políticos crean que nada de lo que hagan o digan vaya a pasarles factura. "Antes eran porosos a ese temor, pero hoy parecen impermeables, actúan como si no tuviera consecuencias", indica a Vanity Fair.
Sectarismo en ambos lados
Nadie ignora que esa actitud que se afea a los políticos también se encuentra en algunos profesionales de los medios. Uno de los males que afectan a dos colectivos condenados, sino a entenderse sí a hablarse, es el sectarismo. Lo indica Zarzalejos y Suárez también lo señala al hablar de "un periodismo tendencioso, partidista o poco fiable que sufrimos todos los días y la presencia en las tertulias de personajes que tienen opiniones monolíticas y que se presentan como periodistas cuando en realidad son satélites vociferantes de los partidos políticos, de todos sin excepción".
De ese batiburrillo de información y opinión en el que han caído muchos medios –a veces para ahorrar costes– se han colado con fuerza medios que solo parecen medios, pues ni se opera en ellos con métodos periodísticos, ni la intención es ofrecer información o influir en el debate público. "Hoy jamás podrán descubrir un caso como el Watergate o el de los Papeles del Pentágono, porque nadie puede permitirse dejar que un periodista investigue durante meses un asunto. Nosotros sí”, dijo ufano Steve Bannon, cuando asumió la presidencia del digital Breitbart News, una web donde se han publicado noticia falsas, teorías de la conspiración de todo tipo y contenido misógino y racista.
En los medios "de siempre" también se han hecho cosas mal. Como lo cambios con los que han querido competir con las redes sociales –informaciones intrascendentes, vídeos virales, titulares tendenciosos sin más valor que atraer clics– e incluso con aquellos simulacros de medios a los que hoy se achaca parte del mal del que aquí hablamos. En ese sentido, la política también se ha contagiado de una "cultura buzz" que apuesta más por el tuit de impacto, la respuesta bronca y fácil que por el debate sosegado o el intercambio de ideas.
Algunos medios por su parte, en lugar de criticar o apaciguar ese comportamiento, lo han incentivado participando en el proceso de espectacularización de la política. Un ejemplo son los programas en los que se ha cedido el papel de un periodista a un cantante (Bertín Osborne), un humorista (Pablo Motos) o un aventurero (Jesús Calleja) en formatos donde el político da un lado más humano. No hay ningún problema en conocerlos en esa faceta, el problema es cuando sus entrevistas y sus explicaciones casi se reducen a eso.
Relaciones complicadas
A eso hay que añadir otro elemento que es tan viejo como ambos oficios: la complicada relación entre ambos colectivos. Nativel Preciado recordaba en su libro Hagamos memoria, y usando una cita del pensador francés Jean François Revel,que periodistas y políticos "fingen respetarse cuando no hacen más que temerse despreciándose". Algo de eso hay hoy, cuando no parece que la relación entre política y periodismo pase por su mejor momento. Las generalizaciones han contribuido a aumentar la rozadura. Los continúos casos de corrupción de los últimos años han creado una pátina de sospecha sobre la clase política. A eso se une el deterioro de algunas cabeceras tradicionales y de algunos digitales, perfectamente localizados pero que han servido para hablar también de la prensa generalizando. Es lo que hizo Iglesias –que tenía su propio programa de televisión, La Tuerka– al referirse a "cloacas del Estado y cloacas mediáticas", a las que acusó de haber impedido su llegada al Gobierno.
Zarzalejos, que trató personalmente a todos los representantes públicos relevantes de los años de la Transición, ve una diferencia actualmente:“Había unas reglas del juego que servían, por ejemplo, para pactar la fecha de publicación de una entrevista o respetar el off the record. Son cosas que una parte de las nuevas generaciones entienden como una sumisión y nunca fue así. Eso ha reventado una confianza que era necesaria para que hubiera respeto”.
También habla de que el político criticado estaba más dispuesto a hablar con quien lo había criticado y viceversa. "Se encajaba mejor la crítica y se respetaban los papeles”. Él tiene claro quién ha sido el político que mejor ha entendido la separación de roles y la ha respetado. “Felipe Gonzalez, una figura que se me agranda con el paso del tiempo. No solo dominaba la comunicacion en todas sus distancias: el one to one, la media y la larga. También entendía que además de información había que transmitir ilusión y emociones. Que no caben engaños y que el papel de los medios es fundamental en una democracia”.
También refiere a José María Aznar, a quien alaba que hiciera reuniones entre todos los directores de periódico, algo que fomentaba la cercanía entre posturas distintas, a veces opuestas. "Luego vino José Luis Rodríguez Zapatero, un hombre con recursos mas engañosos: puso en marcha el buenismo, por ejemplo. Rajoy, por su parte, no entendió jamás la comunicación y Sanchez tiene un sentido utilitario de la misma, muy partidista. Diría que oportunista, pues habla si le conviene y si no, impide que se le hagan preguntas".
¿Hay solución?
¿Se puede arreglar esa imagen, recuperar la función de control y fiscalización de los gobiernos que tiene la prensa? Por un lado, Suárez considera que la irrelevancia del oficio aún no es absoluta: "Las televisiones siguen teniendo audiencias millonarias y siguen cumpliendo una función, sobre todo cuando un político quiere llegar a un sector de más edad. También por motivos de marca y credibilidad". Sin ir más lejos, y aunque las redes sociales jugaron un papel fundamental en el ascenso de Podemos, la figura de su líder, Pablo Iglesias, cogió vuelo formando parte de las tertulias televisivas ya existentes.
Considera que sería conveniente crear una legislación que fije un número de debates televisivos y fijara la independencia de los moderadores, es escéptico a que en lo referente a las ruedas de prensa o las entrevistas se pueda regular de alguna forma. Esa rendición de cuentas, dice, forma parte de las normas no escritas de las democracias y una vez esas normas se erosionan, es difícil volver a ponerlas en pie: "No soy muy optimista".
En lo que ve una salida es en el factchecking (verificación de hechos). "Eso tiene un impacto, no tanto en hacer a la gente cambiar de opinión, pero sí en el sentido de avergonzar a los políticos y en dejar un registro de las mentiras que contaminan en el debate público". Es de los que cree que hablar de estas cuestiones no debería incumbir solo a los periodistas. "Decía Lippmann: ‘Las noticias sobre noticias deben ser contadas’, es decir, los periodistas tenemos que explicar muy bien qué hacemos, cómo lo hacemos y por qué lo hacemos".
Que el tema preocupa, o debería, a más gente que a los periodistas o a los estudiosos de la comunicación política es que es materia de documentales y cada vez más libros. Los últimos son parte de una colección, Cátedra +media, que según la propia editorial surge de la inquietud por unos asuntos que “afectan de manera radical a la forma en que vivimos, a cómo empleamos nuestros tiempo y por supuesto, a cómo concebimos la libertad en cuanto individuos y en cuanto ciudadanos”. Por eso, en este asunto de políticos que se niegan a respoder a los periodistas, ocurre como en aquel verso de John Donne que Ernest Hemingway escogió para titular una de sus obras más importantes: "No preguntes por quién doblan las campanas, doblan por ti".
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