El pasado 25 de julio, durante el debate de la investidura fallida de Pedro Sánchez, en el Congreso de los Diputados se invocó hasta tres veces a Miguel de Unamuno. El primero en hacerlo fue el portavoz de Esquerra Republicana de Catalunya, Gabriel Rufián, que recordó el famoso discurso del filósofo y escritor en la Universidad de Salamanca para desbloquear el acuerdo entre PSOE y Unidas Podemos. Santiago Abascal, líder de VOX, parafraseó a su manera aquellas palabras para pronunciar "ni venceréis ni convenceréis" y recurrió a la definición de separatismo del profesor –"paranoia para megalómanos"– para sostener su defensa de una España unida, grande y libre de la amenaza del socialismo y sus socios. "Escuchar al señor Abascal citar a Unamuno en defensa de sus posiciones… es impresionante", sentenció después Aitor Esteban, consiguiendo aplausos y risas entre sus señorías.
Asistiendo a esa sesión parlamentaria podía haber incertidumbre sobre si finalmente en septiembre habría gobierno de coalición. De lo que no cabía duda es de que la figura de Miguel de Unamuno se había apoderado del debate. Si este fervor por el intelectual seguía hasta la fecha de estreno el 27 de septiembre, Alejandro Amenábar y los productores de Mientras dure la guerra tenían media campaña promocional hecha. Incluso la representación que se hace de Francisco Franco, interpretado por el gallego Santi Prego, podía incendiar los ánimos a un lado y otro de las dos Españas. El Supremo puso su granito de arena haciendo pública su sentencia favorable a la exhumación del dictador tres días antes de que que Mientras dure la guerra llegase a la cartelera. El filme, que tiene su escena climática en el enfrentamiento entre Unamuno y el general Millán-Astray que originó la celebre cita, tenía todos los ingredientes para convertirse en un fenómeno comentado por todos. También los principales líderes políticos.
No ha sucedido así. Podría decirse que, en lenguaje partidista, se ha establecido un cordón sanitario en torno a la película de Amenábar. No se conoce una declaración de ninguno de los candidatos a la presidencia del gobierno en las elecciones del 10 de noviembre sobre Mientras dure la guerra. "No tenemos constancia de que la hayan visto", informan desde la productora. Revisando las hiperactivas redes sociales de Pedro Sánchez, Pablo Casado, Pablo Iglesias, Albert Rivera, Santiago Abascal e Iñigo Errejón no se registra mención alguna a un título que fue líder de taquilla en su fin de semana de estreno, acumula más de medio millón de espectadores y sigue creciendo en audiencia pese a haber sido destronada por Joker. Salvo sorpresa mayúscula, acaparará junto a Dolor y gloria, de Pedro Almodóvar, y La trinchera infinita, gran triunfadora del pasado Festival de San Sebastián, la mayoría de nominaciones en la próxima edición de los Goya.
¿Ha pasado desapercibida la lección de historia que ofrece Amenábar para nuestros líderes políticos? No será porque no le recomienden su visionado tuiteros de todo signo. Da igual si se llaman Pedro Sánchez, Pablo Iglesias o Santiago Abascal, a todos se les ha comentado la pertinencia de acudir al cine para verla. Ni siquiera el diputado de Vox, que considera a Unamuno doblemente español por el hecho de ser vasco, ha querido mentar la película. Sí lo hizo su compañero de grupo parlamentario. Agustín Rosety Fernández de Castro, indignado ante una entrevista del director, que aseguraba que la presencia en las instituciones de Vox le producía temor. "Tiene razón en tenernos miedo", contestaba en un tuit Rosety. "Cuando gobernemos quitaremos las subvenciones y los “cineastas” españoles tendrán que hacer buenas películas".
Leyendo esa entrevista de Amenábar podrían en cambio haberse sentido aludidos en otro partido. "Personalmente el que Ciudadanos haya puesto la alfombra roja a la extrema derecha, que era lo que más temía Unamuno, me inquieta", expresaba el cineasta. Tampoco ha habido reacción alguna por parte de la formación naranja.
Con la vorágine electoral es comprensible que ni Pablo Iglesias ni Gabriel Rufián hayan encontrado tiempo para entrevistar en sus respectivos programas a Alejandro Amenábar. Pero, ¿ni un tuit? Lo único que ha habido es una condena generalizada del incidente protagonizado por miembros del partido de ultraderecha Europa 2000, que quisieron interrrumpir la proyección de la película en Valencia. Ni siquiera el emergente Iñigo Errejón, candidato de la nueva fuerza Más País y reconocido cinéfilo, se ha pronunciado al respecto. Queda menos de un mes de la consulta en las urnas, estamos en precampaña, y Mientras dure la guerra sigue sin entrar en la conversación política.
¿Por qué? A falta de una respuesta desde los partidos, caben tres explicaciones. La más probable es que ninguno de los seis haya visto todavía la película. Reconozcámoslo, incluso cuando se han puesto el esmoquin para acudir a la gala de los Goya, en la mayoría de los casos habían llegado hasta allí sin los deberes hechos. Algunos no han tenido inconveniente alguno en expresar su rechazo por el cine español. ¿Se acuerda alguien de cuando Pablo Casado decía que Javier Bardem era "imbécil" y "subnormal"? En ese caso, sorprende que ni siquiera los que solían increpar a los profesionales de esta industria no hayan aprovechado la ocasión para cargar contra un gremio al que gusta tanto acusar de subvencionado y sectario.
Puede que haya llegado la paz con Mientras dure la guerra, o simplemente que el escenario de diálogo y acuerdo en el que se quiere desarrollar esta campaña haga que nadie quiera reabrir heridas del pasado. Tampoco desenterrar viejos fantasmas. Esto es aplicable al cine español y sus enfrentamiento con los gobiernos del PP, pero también al cadáver de Franco. La izquierda no ha atacado la equidistancia unamuniana de Amenábar ni la humanización de Franco cuando era persona. La derecha, salvo algunos exaltados, no se ha lanzado contra una historia que sólo muestra la barbarie militar desde el bando insurrecto. Incluso los incondicionales de Millán-Astray se han aplacado tras el estreno pese a su rechazo inicial del retrato del fundador de la legión. Ni siquiera desde el disputado centro se ha enarbolado el conciliador mensaje de la película, "ni rojos, ni fachas: españoles".
La primera opción, la de que los hombres llamados a dirigir nuestros destinos no hayan pasado por taquilla, es triste, para qué negarlo. Lo compensan las otras dos, tanto el que renuncien a usar el cine español como arma arrojadiza como que no fomenten la crispación social. Si además Sánchez, Casado, Rivera, Iglesias, Abascal y Errejón han visto Mientras dure la guerra la noticia es incluso mejor: se han puesto de acuerdo para dejar tranquilo de una vez a Unamuno.
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