El fallecimiento de la actriz Pilar Bardem supone la despedida de la cabeza visible de toda una saga dedicada al cine y el teatro. Porque mucho antes de convertirse en la madre de Javier, Carlos y Mónica, fue hija, hermana y sobrina de grandes intérpretes. Sus padres, Rafael Bardem y Matilde Muñoz Sampedro, junto a sus tías Mercedes y Guadalupe Muñoz Sampedro, pertenecían a esa estirpe de actores que valían por igual para encarar un drama que una comedia costumbrista de los años sesenta.
Cuando Pilar era tan sólo una niña, su prima Luchy Soto, fallecida prematuramente, ya era toda una estrella nacional del cine de posguerra. Incluso su hermano, Juan Antonio Bardem, dirigió la que fue la primera película española que compitió en los Oscar, La venganza (1959). Toda su familia triunfaba profesionalmente sin imaginar que sería ella la que continuase la saga, alzándose tiempo después como la más mediática y siendo su hijo Javier quien obtuviese por fin la preciada estatuilla americana.
Aunque se subió a los escenarios cuando todavía era menor de edad, no fue hasta 1963 cuando tuvo lugar su debut ante las cámaras, dirigida por Fernando Fernán Gómez en El mundo sigue. Un debut frustrado debido a que la película no se estrenó hasta dos años más tarde, en una única sala de cine y con la censura franquista pisándole los talones hasta abocarla al ostracismo. La actriz añadía la teoría de que el autor de la novela en la que se basaba la película, Juan Antonio de Zunzunegui, era gafe. Aunque Pilar desempeñaba un papel de reparto, su personaje de una modelo que en ocasiones ejercía la prostitución, supuso el principio de una constante que marcaría buena parte de su carrera. Más de una docena de veces interpretó la actriz a deslenguadas prostitutas en películas como La descarriada, El reprimido, El libro de buen amor, o ya en los noventa, Las edades de Lulú y Entre rojas. Y secundaria, siempre secundaria, pero de esas que saben robar una escena a base de una sonrisa, una mirada o simplemente el tono de su voz, imponiéndose por encima de cualquier protagonista.
Su vida sentimental al lado del padre de sus hijos supuso un terrible error, tal y como lo definió la propia actriz. Su marido, un estudiante de Económicas llamado Carlos Encinas, no le aportaba ninguna estabilidad, desaparecía constantemente e incluso se despedía de los trabajos sin importarle la economía familiar y la manutención de sus tres hijos, hasta el punto de que llegasen a pasar hambre y comer de prestado. Todo ello, añadido a su carácter violento, fue motivo suficiente para que Pilar decidiese separarse tras 11 años de matrimonio, dispuesta a sacar a sus hijos adelante. Resulta curioso que el mismo año en que él fallecía, 1995, ella comenzase una nueva vida iniciando el momento más prolífico de su trayectoria y por el que obtendría por fin un merecido reconocimiento.
El actor Agustín González también ocupó su corazón, en un romance furtivo que le valió más de una pelea con María Luisa Ponte, compañera profesional de ella y sentimental de él. Aquella historia imposible, de relación a escondidas, supuso para Pilar una nueva ilusión tras su fracaso matrimonial, aunque eso conllevase incluso el recibir algún bofetón por parte de la Ponte.
La actriz se definía esotérica, pero sin intención de convencer a nadie de sus creencias. Siempre cargada de anillos y colgantes que le servían de amuletos, llegó incluso a realizar sesiones de espiritismo, a las que puso fin cuando se le apareció el mismísimo diablo. Confesó incluso haber contactado involuntariamente con el que fuera presidente del Gobierno durante el régimen franquista, Carrero Blanco, poco después de que éste fuese asesinado por ETA.
Se mostraba agradecida a Mariano Ozores, que contó con ella en varias ocasiones, cuando todavía no era una actriz popular. La escasez laboral durante la década de los ochenta mutó en éxito al llegar los años noventa. Su madurez, su constancia y su talento la llevaron a rodar bajo las órdenes de nuevos realizadores como Julio Medem o Enrique Urbizu. En 1995 le llega la gran oportunidad de encarnar a Doña Julia, la suegra bondadosa de Victoria Abril en Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto. La ópera prima de Agustín Díaz Yanes le trajo el Goya a Mejor Actriz de Reparto, esa modalidad que había hecho tan suya a base de décadas de trabajo, y con la que crítica y público se rindieron a sus pies.
A partir de entonces el teléfono nunca más dejó de sonar. Desde la taquillera Airbag hasta multitud de series de televisión engrosaron su currículum. También Pedro Almodóvar, al que conocía de hacer la compra en el mismo supermercado, llamó a su puerta con Carne Trémula, para brindarle una secuencia en la que ayudaba a parir a Penélope Cruz dentro de un autobús, sin imaginar que años después se convertiría en su suegra en la vida real.
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La Bardem se caracterizó por su implicación en numerosas batallas sociales. Desde encabezar el movimiento de “No a la guerra” en 2003, pasando por la lucha contra la violencia de género, o la lectura del manifiesto por la defensa del matrimonio igualitario. Durante 16 años fue la presidenta de AISGE, la asociación que se encarga de gestionar los derechos de la propiedad intelectual de los intérpretes. Fue por entonces cuando, consciente de la soledad y la precaria situación en la que terminan muchos artistas, Pilar se hizo cargo en 2013 del velatorio de la actriz María Asquerino, fallecida sin que nadie reclamase su cuerpo y con la que compartió amistad, tablas y hasta el amor de Agustín González.
Tremendamente querida por la profesión, se marcha una actriz con una vida tan intensa como los personajes a los que interpretó.
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