Hay mucha literatura médica sobre el estrés de los políticos. No aquí, sí en Estados Unidos, donde se ha analizado, estudiado e incluso psicoanalizado de arriba a abajo a sus principales líderes. Por eso sabemos, por ejemplo, que Harry Truman era un líder temperado, es decir, capaz de lidiar con situaciones de tensión máxima como la de ordenar lanzar las bombas atómicas sobre Japón y lograr que esa responsabilidad no lastrara su sueño o su descanso. Como vicepresidente segundo de España, Pablo Iglesiasno ha tenido que tomar una decisión parecida a la de Truman, pero en su actitud de las últimas semanas se aprecia un cambio que parece buscar ese equilibrio: el de alternar altas responsabilidades con un perfil público más discreto. El resultado es que aparece menos, pero también que lo hace menos crispado.
El cambio coincide con la aparición de un nuevo liderazgo en Unidas-Podemos: Yolanda Díaz. ¿Ha provocado su aparición que Iglesias deje en sus manos parte del protagonismo que suele acaparar él? "No es su estilo", se limita a decir un excolaborador del partido poniendo en duda que ese sea el motivo que ha llevado al líder de Podemos a adoptar un papel secundario. En su entorno apuntan otras razones. Por un lado, celebran la fuerza de Díaz en las encuestas de aceptación ciudadana, pero niegan que su protagonismo tengo algo que ver con el nuevo papel de Iglesias, que atribuyen al hecho de que no puede "partirse la cara por todo".
En su lugar se ven más ahora a Ione Belarra y Nacho Álvarez, secretarios de Estado de Agenda 2030 y de Derechos Sociales y encargados estos días de temas como la subida de la luz. Algunos esperaban que Iglesias apareciera con motivo de la emergencia ocasionada por el temporal Filomena y la posterior nevada caída en Madrid, pero se quedó al margen. Una fuente próxima al PSOE consultada cree que la actitud de Iglesias no busca el bien común sino un descanso y apunta, con malicia, que tampoco tiene que ejercer de nota discordante dentro del Ejecutivo de Pedro Sánchez porque de eso se encargan ahora dos ministros socialistas: el titular de Interior, Fernando Grande-Marlaska, y la ministra de Defensa, Margarita Robles.
Al margen de cuál sea su intención, cierto "descanso" es algo que deberían tomarse en serio los políticos, que desempeñan una de las profesiones más estresantes que existen. Implica una toma de decisiones constantes y un alto nivel de exposición pública, pero además, a esa situación habitual hay que añadir dos circunstancias especiales: una, la pandemia y dos, que forman parte de un gobierno de coalición – con sensibilidades, trayectorias y puntos de vista muy diferentes– que lleva trabajando juntos solo un año. En el caso de Iglesias, además, es la primera vez que tiene responsablidades de Gobierno.
"La adaptación es vital", explicaban en un trabajo académico sobre el estrés de los líderes Robert S. Robins y Robert M. Dor, expertos en psicología política, que hablan también de la necesidad de saber descansar. Por eso, aunque algunos lo usen como arma arrojadiza, que Pablo Iglesias vea series es importante. Es un tiempo de ocio y de distancia de las tareas cotidianas que oxigena. Otra cosa es que las apariciones públicas del vicepresidente segundo del Gobierno relacionadas con trabajos extra parlamentarios –artículos en en blog de Eldiario.es; el espacio de entrevistas que tiene en Youtube; presentaciones de libros; charlas con escritores o historiadores por zoom– ocupen más tiempo de su timeline que los actos relacionados con su condición de miembro del Consejo de Ministros.
El estudio de Roberts y Dor, autores a su vez de un libro titulado Political Paranoia: The Psychopolitics of Hatred (Paranoia política: la psicopolítica del odio), es de 1993. Es decir, no existían las redes sociales, otro tablero de juego que contribuye a aumentar el estrés de los servidores públicos, muy pendientes de lo que se dice e incluso, como en el caso de Iglesias, de decir cosas en ellas a diario. Pero también en ese entorno se aprecia un cambio de tono. En el último mes, lo que más ha hecho el líder morado en Twitter ha sido retuitear: a la ministra de Igualdad, Irene Montero; a la de Trabajo; a su portavoz en el Congreso, Pablo Echenique. Sus tuits o comentarios propios relacionados con la actualidad política han sido para apoyar al ejército por su papel en la nevada; aplaudir una sentencia a favor de los riders; o hacer un análisis sobre lo ocurrido en el asalto al Capitolio de Estados Unidos.
En los medios convencionales, también sorprendió el tono empleado al contestar qué le parecía que Salvador Illa alternara el ministerio de Sanidad con su candidatura a la Generalitat: "No me corresponde a mí valorarlo", dijo y añadió que el socialista le parecía un político "muy digno". Si su respuesta chocó más es por lo distinta que fue la de Yolanda Díaz, que pidió sin ambages que si Illa tenía una campaña electoral ya en marcha, debía dimitir como ministro. El tono de la ministra, sin embargo, es, de natural, menos crispado que el de su jefe en el partido, algo que valoran sus interlocutores en distintas negociaciones, incluida la CEOE. Por eso, aunque en la formación morada no admiten ni cansancio ni una protección extra del vicepresidente, es obvio que en él, sea por necesidad o por estrategia, se aprecia un cambio.
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