La trágica vida familiar de Alessandro Lequio

La vida de Alessandro Lequio nunca ha sido fácil en lo familiar. Este mes ha cumplido 60 años marcado por la mayor de las tragedias, la muerte de su hijo Álex, fruto de su relación con Ana Obregón, que llevaba dos años peleando contra el cáncer. Es el último mazazo en una trayectoria donde la tristeza golpeó pronto: en 1971, cuando Lecquio sólo contaba con 11 años, su padre Clemente Lequio di Assaba falleció al defenestrarse desde un balcón en la casa famliar de Turín. Una caída en mitad de una labor de jardinería –al parecer, Clemente Lecquio estaba colocando unas hiedras en la balconada– que le causó la muerte en el acto. Sus restos fueron enterrados en Pinerol, de donde provenía: una pequeña ciudad de 36.000 habitantes a 40 kilómetros de Turín. Allí, una de las calles principales lleva el nombre de otro Clemente Lequio di Assaba, antecesor directo de nuestros protagonistas, y recordado héroe de guerra: un "valiente general del Piamonte, de Pinerol, distinguido en la guerra turca y la Primera Guerra Mundial", como recogen los anales militares italianos. Porque los Lequio di Assaba no eran nobles en origen, sino militares (su apellido viene recogido en los callejeros y en las crónicas como "Lequio", no como "Lecquio").

Allí, en Pinerol, a escasos metros de la Via Clemente de Lequio, se celebró también en 2015 el funeral íntimo por Sandra Torlonia, madre de Alessandro, y prima carnal del rey Juan Carlos I. Sandra Torlonia quiso siempre estar enterrada al lado de su marido, en la pequeña localidad de los héroes del Piamonte, y a mucha distancia del panteón romano donde reposan las distintas ramas de los Torlonia, esta sí una de las familias más poderosas de Italia.

En el caso de la madre de Lequio, su pedigrí venía más por apellidos que por derechos dinásticos. Su madre fue Beatriz de Borbón y Battenberg, infanta de España, hija de Alfonso XIII y casada con el 5º príncipe de Civitella-Cessi: Alessandro Torlonia. Una boda nacida del exilio forzoso de los Borbones, que encontraron refugio en Roma tras tener que huir de España en 1931, provocando finalmente la unión de Alessandro y Beatriz. Un matrimonio en el que ella tuvo que renunciar a sus derechos sucesorios, puesto que los Civitella-Cessi eran príncipes, pero no de la dinastía que regía Italia. Una de esas cuestiones de matemática genealógica que tienen las aristocracias. De aquel matrimonio nacieron varios hijos, la segunda de ellos Sandra, cuyo matrimonio con Clemente Lequio fue poco menos que escandaloso.

Lequio, al fin y al cabo, no sólo no era noble, sino que tenía fama de cazafortunas, y venía de haber dejado un primogénito discapacitado abandonado en Sudamérica, donde se había casado, engendrado, enviudado y heredado una fortuna, en ese orden, antes de volver a Italia. El segundo matrimonio con la Torlonia no venía acompañado de títulos, por las razones antes mencionadas, pero tampoco era obstáculo para el futuro conde: para eso estaba el retirado en Estoril Humberto de Saboya, el más breve de los reyes de Italia y a la vez último de ellos, que reinó tras la Segunda Guerra Mundial lo que dura un trozo de la primavera. A Saboya nada le quedaba ya de su corona, salvo la pequeña indulgencia de seguir nombrando a espuertas a condes, duques, marqueses y todo tipo de nobles. Títulos tan vacíos como los tronos de la península italiana a este lado del de San Pedro. En la Italia neorrealista era sabido que una visita al depuesto rey en la que se le alegrase el oído con sus pretensiones monárquicas garantizaba por lo menos un título. En este caso el de conde Lequio di Assaba.

El que ostentaba Clemente, descendiente de generales, conde por la gracia de un rey sin corona, nacido en París, cuando murió en Turín en 1971, a los 45 años, en su propia casa. En cuanto a Sandra Torlonia, es quizás la más noble de la familia, pariente directa de reyes. Porque su rama, la de los Torlonia y Borbón de donde salen los príncipes de Civitella-Cessi, es la más aristócrata de una familia de mercaderes. Que luego serían banqueros, y que terminarían convirtiéndose en el apellido de confianza del Vaticano a la hora de manejar sus finanzas, siempre desde la discreción, el poder y el secretismo. Han sido poderosos burgueses, alcaldes de Roma, nobles por la gracia de varios matrimonios y príncipes eclesiásticos –noblezas que el Vaticano dispone y nombra al margen de la sangre– pero forjados a sí mismos antes que por los títulos que fueron adquiriendo. Alessandro Torlonia, abuelo de Alessandro Lequio, fue el que más se acercó al Gotha al desposar a toda una infanta en el exilio. A la otra rama, les basta con la fortuna estimada en 2.000 millones de euros que maneja la familia (y por la que mantienen desde 2017 amargos enfrentamientos hereditarios) antes que con la cercanía a las casas reales del resto de Europa.

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