Asunción Balaguer fue una mujer feliz que vivió 94 años y siempre fue joven. Siempre feliz y siempre joven. Eso es lo que, de una manera u otra, escuché decir sobre ella a familia y amigos el sábado 23 de noviembre. Y es verdad.
Una vez me dijo que cada mañana se llevaba un susto, porque el recuerdo de sí misma se había quedado en los sesenta y tantos, una niña, y el espejo le llevaba la contraria cuando se miraba en él. También cada mañana cruzaba de su casa a la de mi madre, su hija, con una taza en la mano para tomar juntas el café. Me divertía mucho verla cruzar el jardín, con pasitos pequeños y muy rápidos, porque ella caminaba como bailando, contoneando su alegría y sus caderas, con las manos siempre acompañando el paso, elegante. Cuando había flores, se paraba a mirarlas todas. "¡Ay, nena, cómo tienes los rosales!". Si de flores se trataba, mi madre paraba su urgencia para recibir con orgullo el halago. Si algo han tenido en común las mujeres de mi familia es el amor por los jardines. Mi abuela los prefería silvestres, con más plantas que flores, como si nadie nunca hubiera tirado una semilla allí; mi madre, en cambio, muy cuidados, con muchas flores que por la noche te devolvían ese olor a verano que a cualquiera le frena el paso.
Los olores son una herramienta infalible para la memoria. De vez en cuando, me cruzo por la calle con algún señor que todavía se perfuma con colonia Silvestre, y pienso que mi abuelo ha venido a darme un beso. El poleo menta siempre ha sido un viaje en el tiempo, a nuestros veranos en Cercedilla, con mi prima Candela revolviendo los armarios para hacernos disfraces de telenovela. Ahora, además, vendrá mi abuela y me dará un beso.
Ella contaba las historias como nadie, reía a carcajadas, interpretaba cada personaje. Así conocí yo la historia de mi familia, como en un teatro. Nació en 1925, siempre se dedicó a lo que más amaba y no tuvo nunca otra profesión que la de actriz. Se casó con el hombre que ella quiso, y mi abuelo a ella la quiso siempre. Estuvieron juntos cincuenta años, cincuenta años se quisieron, y eso, es muy difícil.
Su vida juntos fue una auténtica aventura. Viajaron por todo el mundo haciendo lo que más les gustaba y conocieron a toda la gente a la que admiraban. Tantos nombres que han hecho historia que, cuando yo iba al colegio, sentía pudor por saber más de ellos de lo que aparecía en los libros de texto.
Mi abuela se lleva en su memoria tantas cosas que ya no voy a poder preguntarle… Toda una vida de anécdotas. Siempre he lamentado que no se le hiciera una entrevista a ella, a esa mujer que nació a principios de siglo, que tuvo el valor para ser libre, que fue testigo de la Segunda República y de la Guerra Civil. Se puso pantalones cuando en España era un escándalo que una mujer los llevara puestos. No le importó lo que opinaran los demás, porque ya nunca más se quitó los pantalones. Según ella, era cuestión de tiempo que se acostumbrasen.
Echo de menos una entrevista a esa mujer que nunca estuvo a la sombra de nadie, que hizo una carrera y un camino admirable. Vosotros, abuela, siempre os admirasteis y apoyasteis el uno al otro. Yo lo sé. Imagino que era también cuestión de tiempo que la intimidad de una mujer fuera eso, intimidad, y que se nos respetara al mismo nivel que los hombres. No hemos llegado a tiempo de que se te conociera a ti, con tus propias palabras, con tu risa que lo inunda todo, sin meter el dedo en una llaga que no lo sería de no haber metido el dedo. Y aun así, has sido siempre tú.
Todavía, una semana más tarde, nos suena el teléfono a todos para hacernos llegar el cariño que te ganaste. Me dicen que has sido trending topic, que muchísima gente se ha querido despedir de tí y lanzarte un beso al aire. Y eso, abuela, es muchísimo amor.
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