La gente debería decir: ‘Te quiero, por ahora”. Luis Zarraluqui, el abogado que ha divorciado a media España

"Todo es cierto, pero nada es verdad”, me cuenta Luis Zarraluqui, abogado matrimonialista que acaba de publicar su primera novela, Aurelia Villalba (La esfera de los libros), donde recoge casos de divorcios en los que la realidad es escurridiza: “Cada cónyuge tiene su versión. Siempre hay dos puntos de vista”, explica mientras cenamos en un restaurante cercano al estadio Santiago Bernabéu de Madrid. Dice que ha elegido a Aurelia como su álter ego porque no quiere que el libro sea autobiográfico. Sin embargo, la verdad de estos casos es prueba del viejo adagio que asegura que la realidad siempre supera la ficción: “Cuando te inventas las cosas, generalmente cometes errores”.

Conocí a Zarraluqui en Madrid en los ochenta, pero le perdí la pista durante tres décadas. Acaba de cumplir 60 años, tiene tres hijos y se ha divorciado dos veces. Sigue llevando relojes más grandes que él y me pregunto si se los quita cuando juega al tenis cada semana. El derecho de familia le corre por las venas. Dirige el despacho de abogados que fundó su abuelo, Luis Zarraluqui Villalba, hace casi un siglo. “En su época las mujeres eran un cero a la izquierda y solo se podían separar. En la de mi padre (también llamado Luis Zarraluqui y segunda generación) el 90% de los divorcios eran por infidelidades del marido. Ahora ya no necesitas argumentar causas. Te puedes divorciar simplemente porque estás aburrido. No te deseo ningún mal, pero ya no quiero estar contigo. Quiero hacer mi vida, viajar, hacer el Camino de Santiago, llegar a casa y ver la serie que me dé la gana y que no me cuentes nada”, resume explicando las conversaciones que suele oír.

"¿Y por qué se acaba el amor?”, le pregunto como si tuviera ante mí un oráculo genéticamente predispuesto a entender los secretos del matrimonio. “Las promesas que haces son solo de ese momento. Nadie sabe lo que trae el futuro. Cuando la gente dice ‘Te quiero’, debería añadir: ‘Te quiero, por ahora”. Luis empieza a darme una clase de física con una de sentimientos: “Es difícil sincronizar la velocidad y la dirección en la evolución de una pareja. Aunque tengas las mejores intenciones cuando te comprometes a querer, es complicado de mantener”.

“¿Ha visto algún divorcio con final feliz?”. “Define final feliz”, me reta. Le explico que, según Woody Allen, depende del momento en el que pares la película. “Un final feliz es salir con las menores magulladuras posibles y mantener la ilusión y el optimismo. Lo bueno de la vida es poder remontar de los errores. ¡La gente que no se ha equivocado no ha vivido!”. No hay nada más optimista que volverse a casar, que, según dicen, es la victoria de la esperanza sobre la experiencia.

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