“A mí no se me quería echar de la política, se buscaba la destrucción personal”. Así resumió Cristina Cifuentes lo que creía que habían hecho con ella tras conocerse el robo de cremas que la puso en la picota y el caso Máster, por el que acaba de iniciarse un juicio en el que la Fiscalía pide tres años para la ex presidenta de la Comunidad de Madrid, a la que acusa de ser la inductora de la falsificación del acta que acredita que había acabado y defendido su máster.
En esa manera de analizar su caída en desgracia podría estar el motivo de que la ex política optara por iniciar una carrera profesional en los medios de comunicación, en los que no sólo tendría una forma de ganarse el sustento, sino también una plataforma desde la que defenderse y restaurar su imagen. Un caso práctico se vio en una de sus apariciones en el programa de Risto Mejide, Todo es mentira, donde colabora desde hace un tiempo. En ese programa, estando Cifuentes en plató, entró en directo José Luis Peñas, el concejal de Majadahonda que destapó la trama Gürtel. Cuando él la acusó de haber querido "meter en el congelador" el asunto, ella arremetió: “Lo primero es decir que muy positivo que tu denunciaras y sacases a la luz todo el ‘caso Gürtel’. Pero tienes que reconocer que tú participabas de eso y por eso estás condenado”. La mejor defensa, lo dice el dicho, es un buen ataque.
El juicio de la audiencia
De ese modo, la televisión se ha convertido en su estrado y aunque no la exime de ningua responsabilidad legal, le da la posibilidad de ganar el juicio público. Y ante un audiencia enorme, pues la emisora elegida para desarrollar su faceta mediática ha sido Mediaset, líder mes tras mes en número de espectadores. Y lo hace en programas que a su vez encabezan los ránkings de los más vistos: fue en el plató de Sálvame Deluxe donde hace un año dio las primeras explicaciones largas sobre su situación como política defenestrada.
Allí, además, mostró soltura: hasta se autoparodió –“No me voy, me quedo. Me voy a quedar", dijo remedando la frase que pronunció cuando aún se negaba a dimitir– pero en un contexto y un momento muy distintos, mostrando capacidad para adaptar su discurso, algo que no todos los políticos controlan. Y eso también forma parte de su plan: mostrarse cercana, al menos más que muchos ex compañeros aún en ejercicio, a quienes Cifuentes reprocha su frialdad y su distancia.
Protegerse exhibiéndose al máximo es una estrategia inteligente y muy de nuestro tiempo, en el política y espectáculo se mezclan constantemente. Lo confirma el hecho de que antes de Todo es mentira fueran espacios como Ya es mediodía o El programa de Ana Rosa –en los que se alterna la actualidad con la prensa rosa y el comentario de realities de Mediaset– donde la ex política ofreciera sus servicios como comentarista.
Tendencia al alza
Cristina Cifuentes no está sola. Es la enésima política que en los últimos tiempos ha optado por una segunda carrera profesional ante los focos. De esa forma, y como si la polarización no estuviera suficientemente enconada en el Congreso, se sustituye el supuesto equilibro que se les presume a periodistas y analistas por la opinión de personas que aunque no estén en primera línea de la política siguen defendiendo posiciones partidistas.
Esa moda ha llevado a que incluso la televisión pública haga una apuesta por sus perfiles. No hay más que ver la lista de colaboradores que tiene La hora de La 1, conducido por Mónica López: José Bono, Cristóbal Montoro, Leire Pajín, Joan Tardá, Xavi Doménech o Celia Villalobos.
La tendencia llega a tal extremo, que incluso algunos que aún están en ejercicio también forman parte de charlas televisivas. Dos ejemplos son Gabriel Rufián, portavoz de ERC en el Congreso, o Andrea Levy, concejala de Cultura en el Ayuntamiento de Madrid. Ambos participan en una mesa política organizada por Ana Rosa Quintana y aunque el republicano especificó que ni cobra ni va en calidad de tertuliano, lo más normal en un cargo público es que responda preguntas, no que se le dé espacio para defender su ideario, algo que ya hacen con mayor ahínco en tiempo electoral y cada día en sus escaños.
Esa presencia forma parte de una estrategia con la que todos los partidos pretenden copar el máximo tiempo en el especio comunicativo. Sobre todo en televisión, cuyo alcance puede ser menor que el de las redes sociales, pero que sigue llegando a un tipo de público –y de votante– que no frecuenta Twitter ni Instagram, donde Cifuentes también ha mostrado habilidad.
Pero en su caso, se intuye otra intención: mantener a raya a sus rivales, que no son pocos, y que podrían guardarse de atacarla viendo la enorme repercusión que puede tener cualquier cosa que la madrileña diga en directo, como se pudo ver en el cara a cara que tuvo con Peñas en Todo es mentira.
Lo contradictorio es que esa nueva dimensión mediática no se corresponde con una mayor apertura con los periodistas, pues desde que contestó a las preguntas de Jorge Javier Vázquez, hace ya un año, ha preferido salir en pantalla opinando pero ha evitado las entrevistas. Es contradictorio pero no chocante. Uno, porque el juicio por el máster acaba de empezar y debe ser cauta con las respuesta que dé a preguntas delicadas formuladas fuera de un juzgado. Y dos, porque no tiene no tiene ahora cargo público, aunque como se ha visto en los últimos tiempos, lo de dar ruedas de prensa sin admitir preguntas de la prensa u ofrecer discursosvía zoom sin que nadie pueda interrumpirlos, es algo que han normalizado hasta los políticos en ejercicio.
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