(Hemeroteca) Enrique Irazoqui: Cuando Pasolini me vio exclamó ‘¡He encontrado a Jesús!

El puerto de Cadaqués, un Sábado Santo soleado, se presenta tan concurrido que por momentos parece Torremolinos en hora punta veraniega. Sin embargo el Bar Marítim, justo frente al mar, se ofrece relativamente tranquilo. Allí me encuentro con Enrique Irazoqui (Barcelona, 1944) , a quien todos los camareros conocen y que a simple vista no se diferencia de cualquier otro vecino del pueblo. De hecho es un vecino más, un profesor retirado con aspecto de tener muchas historias que contar y no tanta gente a la que contarlas. Pero también es alguien que se ha codeado con la flor y nata de la intelectualidad progresista europea, entre ellos el poeta y cineasta Pier Paolo Pasolini, para el que fue quizá el mejor Jesucristo que ha dado el cine en una de sus grandes películas, El evangelio según San Mateo.

Todo empezó en febrero de 1964, cuando Irazoqui tenía solo diecinueve años. Había viajado hasta Italia con una misión, y un encuentro inesperado cambió no solo el rumbo de aquella tarea, sino de toda su vida.

Usted estaba en Italia dedicado a asuntos revolucionarios, y sin embargo lo eligieron para protagonizar una obra maestra del cine. ¿Cómo sucedió aquello?
Yo era el secretario general del sindicato universitario de Barcelona, por supuesto clandestino, y como mi madre era italiana me mandaron a Italia para conocer gente importante que pudiera venir a las universidades españolas o que nos diera dinero, porque no teníamos un duro. Estuve en Florencia y en Roma, donde conocí a los escritores Rafael Alberti, Vasco Pratolini y Giorgio Bassani, entre otros. Y el último día, el chico de las juventudes comunistas italianas que me acompañaba me dijo que teníamos tres horas para ver a un poeta que se llamaba Pier Paolo Pasolini.

¿Usted no sabía quién era Pasolini?
No, no lo conocía. Ya de camino aquel chico me contó que hacía cine y que era homosexual. Llegamos a la casa, a nueve kilómetros de Roma, y nos abrió Pier Paolo. Entramos, nos hizo acomodarnos en el sofá, y entonces él se fue corriendo a llamar a Ninetto [Davoli, joven al que Pasolini descubrió como actor y que entonces era su pareja], exclamando “Ho trovato Gesù! Gesù è a casa mia!” [“¡He encontrado a Jesús, Jesús está en mi casa!”]. Yo no entendía qué estaba pasando. Pero empecé a dar mi discurso de siempre: “Las universidades españolas y sus organizaciones contra el fascismo, etcétera, etcétera…”. Y él, en lugar de interrumpirme como hacían todos los demás, se puso de pie y empezó a dar vueltas a mi alrededor.

¿Se puso a dar vueltas alrededor de usted mientras hablaba? ¿Cómo interpretó usted eso?
Yo tenía diecinueve años y era estalinista. Vamos, no tenía ni puta idea de nada. Pero sí sabía que él era homosexual. Y esto de dar vueltas alrededor de alguien bien visto no estaba. Cuando acabé mis diez minutos me dijo que sí, que nos ayudaría –y lo cumplió, porque vino a Barcelona en noviembre de 1964–, pero que a cambio quería pedirme un favor a mí. Y lo que pensé fue: “Ay, madre. Esto acabará a hostias”. Pero entonces me dijo que hacía dos años había leído el Evangelio de San Mateo y que quería hacer una película basada en él y que yo lo interpretara. Porque llevaba esos dos años buscando a su Cristo y no lo había encontrado. Me enteré después de que había pensado en gente como los escritores Yevgueni Yevtushenko y Luis Goytisolo, pero no le habían convencido. Y yo le dije que no, que no me interesaba.

Usted era un hombre con una misión muy seria y no estaba para frivolidades.
¡Claro! Tenía cosas mucho más importantes que hacer que una película sobre la vida de Jesús. Pero él llamó corriendo a una amiga suya, que llegó al cabo de veinte minutos y se sentó a mi lado en el sofá. Yo estaba entonces acostumbrado a las señoras de peluquería y collar de perlas, a veces incluso con visón, y aquella señora de unos cincuenta años me pareció rarísima porque iba vestida y peinada de cualquier manera. Pero al cabo de dos días era ya la mejor amiga que tuve nunca. Se trataba de [la escritora] Elsa Morante.

¿Fue ella quien le convenció, entonces?
Pues no. Así que vino el productor hablando de millones de liras, y tampoco. Quien lo hizo fue mi acompañante, Giorgio Manacorda, que me dijo que si mi misión era recaudar dinero para la causa podía entregar el sueldo que me dieran por la película. Evidentemente, a eso no supe qué contestar. Entonces le dije a Pasolini que yo era menor de edad, porque entonces la mayoría era a los veintiuno. Y él me respondió: "Tu padre no pondrá obstáculos". Yo tenía muchas dudas, pero así fue.

Casi todas las personas que conocieron a Pasolini coinciden en que quedaron marcadas por la experiencia. ¿Cómo era él?
Era muy dulce, con una voz de adolescente. Y abandonado a su sufrimiento. Recuerdo por ejemplo que llegaba a casa de Elsa Morante de lidiar con el productor, se sentaba y decía “Che angoscia!” [“¡Qué angustia!”]. Esa era su frase más habitual. También era un hombre con una capacidad de trabajo como no he visto otro. Cada día rodábamos diez horas, y al cabo de ese tiempo se iba con el director de fotografía, Tonino Delli Colli, a ver las localizaciones del día siguiente, y al mismo tiempo estaba corrigiendo las poesías del libro que publicó al año siguiente. Y además cada semana daba un mitin político antifascista, que lo hacía divinamente bien. El tío tenía fama de intelectual, pero cuando le preguntaban si había leído libros respondía: “Lo siento, no tengo tiempo de leer”.

De leer quizá no, pero de jugar al fútbol sí.
Sí, sí. Le gustaba mucho jugar al fútbol y nada jugar al ajedrez. Después de cenar, los actores y los técnicos nos poníamos a jugar al ajedrez. Pero él nunca quiso jugar conmigo, porque era tremendamente competitivo y sabía que perdería. En cambio al fútbol nos ganaba a todos.

Cuando usted rodó esa película era un joven de 19 años que venía de la España franquista y tenía muy poca experiencia vital. ¿Cómo fue encontrarse de pronto inmerso en ese rodaje?
Pasolini me dijo que iban a ser unas vacaciones. Y efectivamente lo fueron. Cuando haces una película, el rodaje son diez horas diarias. Pero tú llegas allí vestido de Cristo, y en esas diez horas te llaman una o dos de veces. El resto eran vacaciones. Hablaba con Elsa Morante, con los actores… Y cuando rodábamos en el sur de Italia había gente vestida de negro, contratados como figurantes, que venían a mí en fila de a uno, y no distinguían entre la persona y el personaje y me llamaban Jesús. Era muy impresionante. Los primeros dos días sí fueron duros. No me salía la voz, y con todos aquellos focos no veía nada. Pero a partir del tercero ya fue todo normal.

De hecho su voz fue doblada, algo muy habitual en el cine italiano de la época.
Sí, por Enrico Maria Salerno. Yo hablaba italiano porque mi madre era italiana. Pero como ves hablo de manera muy rápida y era mejor doblarme para la película.

¿Qué es lo que más recuerda de aquellos días?
A Elsa Morante. Después de rodar, a las ocho de la tarde, quedábamos en un restaurante en Piazza del Popolo, y cenábamos todos juntos. Y al acabar nos íbamos a casa de Elsa, donde escuchábamos las músicas que componían el Evangelio. Bach, Prokófiev, la Misa Luba, todo. A Elsa no la incluyeron en los créditos de la película por la música porque no estaba sindicada. Pero el gusto era todo de ella. Seguramente a Pasolini lo que entonces le gustaba era Domenico Modugno.

Se esperaba que Pasolini hiciera algo incendiario, y sin embargo la Iglesia premió la película.
En todas partes salvo en España, donde yo mismo estuve castigado quince meses por haber participado en una película de propaganda comunista. Y en cambio en Venecia recibió el premio de la OCIC [la Organización Católica Internacional de Cine]. Cuando la película se estrenó en el festival, me enfadé con Pier Paolo porque dedicó la película al Papa Juan XXIII. Incluso se me puede ver en una foto hablándole enfadado.

Es que resulta llamativo que siendo un comunista supuestamente ateo dirigiera la película sobre la vida de Cristo más fiel al espíritu cristiano que se ha hecho nunca.
Al contrario que la que hizo Mel Gibson, que es una porquería. Mira, él dijo que un día estando en un hotel en Assisi se encontró sin ningún libro salvo los Evangelios, y al leerlos pensó que antes había conocido la belleza estética y la moral, pero nunca hasta entonces la belleza absoluta. Eso lo explica todo.

Pero de hecho la figura de Cristo ya aparecía en sus películas anteriores, en La ricotta, Accatone, Mamma Roma. En esta última había incluso una cita literal al Cristo muerto de Andrea Mantegna .
Es que antes de ser poeta, cineasta y novelista, lo que él quería era ser pintor. Le gustaba mucho la pintura. La estética tenía mucha importancia para él. Pero también había tenido un hermano que había muerto siendo muy joven como resistente contra los alemanes. Yo creo que esto le marcó toda la vida.

Después volvió a España, donde hizo dos películas de la llamada Escuela de Barcelona, Noche de vino tinto, de José María Nunes, y Dante no es únicamente severo, de Jordá y Esteva, ambas con Serena Vergano, la mujer de su primo Ricardo Bofill. Imagino que esos directores veían en usted sobre todo al actor de Pasolini.
Seguramente. Luego también tenía un físico que más o menos les podía gustar. Pero eso ya fue dos años después. En realidad yo no quería haber hecho ninguna otra película. Pier Paolo me dijo que tenía un proyecto cuyo guion ya había escrito, que se llamaba Il Padre selvaggio (El padre salvaje) , que se rodaría en Kenia con dos protagonistas, uno negro y uno blanco, y que yo era el blanco. Me dijo que si no estaba yo la película no se hacía, y en efecto no se hizo. Yo quería dedicarme a la revolución. Pero en 1966 tenía que hacer el servicio militar, y lo evité por dos motivos: mi mujer y mi hijo. Porque me casé con veinte años. Sobre las películas, te diré algo: yo no he visto ninguna de ellas.

¿Ni siquiera El Evangelio…?
No. Cuando organizan algún pase, salgo de la sala y vuelvo a entrar cuando faltan diez minutos para que acabe. Me da una vergüenza tremenda. Ya la de Dante debe ser tremenda, imagino. Y rodando con Nunes, cuando él venía hacia mí para felicitarme, yo corría en la otra dirección. Siempre corría. Pero con Pasolini no, ¿eh?

¿Porque él le parecía más auténtico?
Mucho más. Los directores de la Escuela de Barcelona lo que hacían era ponerse a la rueda del cine francés, de la nouvelle vague. Pier Paolo en cambio era de una autenticidad extraordinaria. Más cada día, hasta el último momento. Desde el 71, cuando lo abandonó Ninetto [Davoli se casaría con una mujer, Patrizia Carlomosti, poco después], escribió a un amigo suyo diciéndole que la vida se le hacía insoportable. Ya aparecía ahí la idea de morir.

Hablando de esto, ha habido muchas conjeturas sobre la muerte de Pasolini. ¿Cuál es su teoría al respecto?
Mi teoría es que los que se han dedicado en los últimos diez o quince años a averiguar sobre la muerte de Pasolini lo hacen para que se hable de ellos y para absolutamente nada más. Los motivos de su muerte no se sabrán nunca. Y si se saben, los que establecen autorías lo que deberían hacer es ir a la policía. Para mí es un misterio total.

Su gran amiga Laura Betti, ya fallecida, siempre habló de un crimen cometido por fascistas.
Tengo una simpatía enorme por Laura. Por eso yo hablaba de los últimos diez o quince años. Laura Betti era otra cosa, ella era su mujer casta. Pero a partir de ahí, toda esa gente que no lo ha conocido en la vida… No.

¿Vio la película que rodó Abel Ferrara sobre los últimos días de Pasolini? Willem Dafoe, el protagonista, también había interpretado a Jesús en La última tentación de Cristo, de Scorsese.
La vi durante diez minutos y me salí porque me pareció una aberración total. El protagonista se enfadó conmigo porque dije que lo que había hecho Ferrara con Pasolini es lo mismo que hicieron los nazis con Polonia. No entienden absolutamente nada de lo que era aquel hombre prácticamente desesperado. Nada. Ninetto, que cobraba un sueldo como asesor… No sé si debería contar esto, pero él me lo dijo. Que lo llamaban y él les contaba cosas, y después no utilizaban nada de nada.

En los 60 quería hacer la revolución, pero entonces entró en contacto con la gente de la gauche divine.
Parece ser que soy de los pocos en decir esto, pero para mí la gauche divine tuvo una importancia extraordinaria en el mundo de la cultura. Piensa que la mayoría de los editores que lanzaron el boom de la literatura latinoamericana pertenecían a ella. También había arquitectos como Correa o Bofill. En verano venían a Cadaqués, al hostal, y nos divertíamos mucho. Eso de que no era ni gauche [izquierda] ni divine es una estupidez. Lo decían los típicos imbéciles que pensaban que para ser gauche había que ir a Rusia. Aunque yo nunca pertenecí a ella, ¿eh?

En los últimos tiempos ha sido usted muy crítico con los políticos, en especial con los independentistas catalanes.
Desde que Artur Mas empezó a hablar de la independencia en 2010 o 2012, me parece que no tiene ningún sentido, porque en el voto popular nunca ha ganado. En las últimas elecciones logró un 47%. Enfrentar a una parte de la población con otra, dedicar a las Embajadas catalanas de Raül Romeva los fondos que debían dedicarse a la sanidad, esas son cosas que no me han gustado nunca. Y hablar de que una Cataluña independiente tendría una sola lengua que sería el catalán teniendo en cuenta que según datos de la Generalitat el 53% de los catalanes tiene como lengua materna el castellano y un 32% el catalán, eso es de un fascismo tremendo.

Habla usted de fascismo. Y sin embargo, en el relato independentista se ha vinculado este proceso con un halo digamos progresista o revolucionario.
Los progresistas son una minoría. Por los CDR [Comités de Defensa de la República] yo sí podía tener más simpatía. Por Esquerra Republicana en cambio no demasiada. Si te lees las declaraciones de su fundador, son de un clasismo y un racismo extraordinario.

Es cierto que el nacionalismo tiende a incorporar contradicciones. Pero el propio Pasolini era políticamente contradictorio. Por ejemplo, está su posición frente al Mayo del 68, del que pronto se cumplirán cincuenta años.
Yo fui a Roma en diciembre del 68, e inmediatamente me fui a casa de Elsa, y ella me dijo que las cosas ya no eran como antes con Pier Paolo. Que había un distanciamiento extraordinario entre ellos, porque ella estaba a favor del 68 y él profundamente en contra. Yo lo entiendo, aunque no lo comparta en absoluto. Pasolini se podría llamar de una izquierda reaccionaria.

Bueno, de hecho es así como a menudo se lo ha llamado.
Su mirada no estaba puesta en el futuro, sino en el pasado. Se dedicaba a maldecir la televisión, por ejemplo. A él le parecía que ya no quedaba nada de lo de antes. En las barriadas, que era lo que le gustaba, ya no veía ningún encanto. Decía que allí todos tenían coche y todos sonreían. Esa es una izquierda que no propone nada nuevo sino que se vuelva al pasado, cuando la izquierda debería mirar hacia el futuro.

¿Usted mira hacia el futuro?
Yo mismo tengo personalmente un conflicto de personalidad, porque soy de izquierda pero cada vez más elitista. Me gusta Cadaqués y me gusta la música, menos mal que tengo eso.

Pero en su día apoyó a Podemos. ¿Por qué ya no lo hace?
En Cataluña lo han hecho muy mal. No han querido desenmascarar el independentismo y han preferido jugar con las dos barajas. Así que me borré de Podemos, que era mi gran esperanza.

¿Y qué esperanza le queda, entonces?
(Señala al puerto a través del ventanal) El mar. La música. Los recuerdos. Pero en el plano político, ninguna.

Artículo publicado originalmente el 3 de abril de 2018.

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