Fran Lebowitz: Soy una persona profundamente superficial. No tengo mayor problema con eso. Mi problema es la seriedad

"¡Moveos! ¡Haced como si esto fuera una ciudad!" Es el grito con el que Fran Lebowitz saluda a los turistas aborregados que obstruyen las arterias de la metrópolis en la que todo va deprisa, deprisa. O iba, al menos hasta hace año y medio, cuando para pasmo global tuvimos que empezar a pretender que, en efecto, esto en lo que vivimos eran (son) espídicos núcleos urbanos. Sic transit gloria urbi. La circunstancia quiso que, a principios del pasado enero, Netflix estrenara la miniserie documental con la que Martin Scorsese celebra a su amiga, esa escritora, columnista e intelectual cascarrabias que durante casi medio siglo ha moldeado la imagen –la sensibilidad o el significado, mejor– de Nueva York para el mundo a través de su sardónica mirada. Pretend It’s a City, se titula en el inglés original (ni caso a la traducción española), refiriendo el exabrupto de su protagonista. Siete episodios rodados en 2019 que, de repente, han devuelto a la Dorothy Parker de Studio 54 a los titulares. Y, de paso, a las librerías.

Por uno de esos bloqueos de escritura típicos de quien, en realidad, tiene mucho que contar, Lebowitz (Morristown, Nueva Jersey, 1950) solo ha publicado dos libros: los ensayos Metropolitan Life (1978) y Estudios sociales (1981), luego refundidos por comodidad en The Fran Lebowitz Reader (1994), el volumen que ahora aparece oportun(ístic)amente en España como Un día cualquiera en Nueva York, editado por Tusquets. La exigua autora tiene también un cuento infantil, Mr. Chas and Lisa Sue Meet the Pandas (1994), y un par de novelas anunciadas, Exterior Signs of Wealth y Progress, de las que seguimos sin noticias. Por lo demás, se despacha con artículos aquí y allí, intervenciones en late night shows y conferencias/charlas universitarias o de postín literario-artístico, mientras los millennials la redescubren como referente estético y estilístico queer, esa señora gruñona de americanas masculinas –a medida, gentileza de la sastrería Anderson & Sheppard de Savile Row–, camisas blancas –también de hombre, marca Hilditch & Key– de puños cerrados con un par de gemelos de oro antiguos firmados por Alexander Calder, vaqueros Levi’s 501 y botas de cowboy. Humorista, la llaman. Si acaso, periodista. Pero alguien cuya labor siempre ha sido observar, juzgar y criticar el comportamiento humano debería figurar entre los filósofos de nuestro tiempo. "Ahí le has dado, no puedo estar más de acuerdo contigo", responde al otro lado del teléfono. El suyo, uno fijo, que ni gasta ni se lleva bien con la tecnología.

Revelaciones pandémicas

Primero, las buenas noticias: Fran Lebowitz ya tiene la pauta de vacunación covid completa. Desde febrero, quizá enero, no se acuerda. "Te voy a decir una cosa: si he podido sobrellevar el confinamiento ha sido absolutamente por vivir sola. La idea de haber estado con alguien… No han inventado a la persona que pueda soportar durante tanto tiempo". Se oyen el clic de un mechero, la bocanada al cigarrillo, antes de continuar: "Vivir sola no significa estar sola. Yo he vivido sola toda mi vida, es una elección. Aunque también me he sentido siempre dividida: la mitad de mí busca la soledad; la otra, estar por ahí porque soy muy sociable. Por eso he echado tanto de menos salir durante la cuarentena. Hasta el punto de que, en cuanto abrieron los restaurantes, me planté en una terraza para comer. Y jamás, pero jamás, he comido en la calle en Nueva York. O hace demasiado calor o demasiada humedad, hay mucho ruido y suciedad. Pero ahí estaba yo, en pleno invierno helador, comiendo a la intemperie, en Nueva York". A pesar de tamaña gesta, la autora asegura que ya nada puede sorprenderle de lo que haga: "Hace mucho, mucho tiempo que paso de descubrir cosas nuevas sobre mí, no soy esa clase de persona. Tengo un par de amigos que han hecho un montón de cosas mientras estábamos encerrados en casa. Yo no, ni aprender a manejar un ordenador por fin".

Fran and the city

"No me imagino en ningún otro sitio que no sea Nueva York. Es una ciudad que moldea la vida de todo el que se mude aquí huyendo de donde sea que venga. Y eso que no puede ser más dura. Es carísima, irritante, nada es fácil y, aun así, millones de personas siguen viniendo porque es mejor que cualquier otro sitio en este país". Esperen, que ahora viene la pulla: "Los primeros que dejaron la ciudad cuando estalló la pandemia fueron los ricos. O sea, los muy ricos, con segundas residencias por ahí. El resto es clase media, esos que escaparon buscando un patio trasero porque pensaron que era un buen sustituto de Nueva York. Pues adiós muy buenas, que no vuelvan. Esa no es la gente que crea la cultura de esta ciudad, es la que la consume, no suponen pérdida alguna". Por supuesto, más allá de su círculo habitual, Lebowitz tampoco siente especial querencia por sus convecinos. Al menos más allá de los límites de su isla: "Soy absolutamente manhattancéntrica", confiesa. Y luego se arranca: "Mis padres vivían en Brighton Beach, en Coney Island, justo antes de que se llenara de rusos –o sea, de que al Gobierno estadounidense le interesara alojar a quienes podían salir de la Unión Soviética–, e iba por allí a menudo. Lo bueno de aquí es que el metro funciona de maravilla, aunque todo el mundo se queje de él. Cuando voy a alguna parte y me preguntan: ‘¿Cómo has venido?’, siempre respondo [bajando la voz, en modo susurro secreto] "En metro". Es un gran invento, y fíjate si es viejo".

La ciudad interior

"Soy una persona profundamente superficial. No tengo mayor problema con eso. Mi problema es la seriedad. En especial en este país, que se lo toma todo tan a pecho. Claro, porque fue fundado por puritanos, por eso todo lo que resulte placentero es sospechoso y pecado. Es una idea muy americana". Resulta que la reina de los mundanos no ha visto La gran belleza. No tenía ni idea de que Paolo Sorrentino creó un álter ego católico, apostólico y romano aunque ateo a su semejanza, igual de observador, igual de cáustico, igual de fiestero, igual de rácano en libros, pero en hombre. Le digo que me extraña que Scorsese no se la haya mentado, y que quizá debería programarla en esas sesiones de cine que se marcan para celebrar el año nuevo. "Solo vemos clásicos, pero me la apunto. ¿Cómo dices que se titula? ¿Sorre qué? Descuida que la veo y ya te haré llegar mi reseña", responde. El interlocutor telefónico no detecta retintín. "De todos modos, el catolicismo tiene una ventaja: el drama. Con dramatismo todo es mejor", continúa entre risas. ¿Y qué hay del dramatismo judío? "Si he usado el humor, la ironía y el sarcasmo como escudo, no he sido consciente. Aunque haya mucha gente que lo crea. Quizá sea verdad. Tampoco lo pienso. Lo único que puedo decir es que todo aquello por lo que fui castigada de pequeña (y de eso hace ya mucho, en los años 50), en casa y en el colegio, por el tipo de comentarios que hacía y que nadie esperaba de una niña judía, es lo que me ha dado la vida aquí".

Hate NY

Fitzgerald, Salinger, Parker, Vreeland, Capote, Warhol, Halston, Scorsese, Allen, Lebowitz. Existe una idea a propósito de Nueva York cimentada a golpe de intelectualidad, artisteo y progresía redicha que no se supera. La que fuera columnista de Interview es consciente, pero no asume su parte de culpa. "Es cierto: Nueva York es la ciudad más odiada de todo Estados Unidos. Los motivos pueden variar según el momento y la época, pero básicamente la razón por la que siempre va a ser detestada es porque en Nueva York vive la clase de gente que odia el resto del país", esgrime. "Para empezar, es donde reside la mayor población judía de lejos, y ya sabemos qué poco gustamos los judíos. Y luego hay muchos negros y muchos inmigrantes. La diferencia es que nosotros, y cuando digo nosotros me refiero a la gente como yo, sí queremos a estas personas aquí. Esta es una ciudad hecha de inmigrantes, ellos han conformado su cultura. Por supuesto, se trata de un problema racial. Y es así desde el principio". ¿Y si tuviera que mudarse, dejar Nueva York, a dónde iría? "La única otra ciudad que puedo considerar como tal es Chicago. Es una metrópolis de verdad, con genuina emoción urbana y, a diferencia de Nueva York, hasta bonita. Está llena de grandes ejemplos de arquitectura estadounidense. ¿Los Ángeles? Dicen que es una ciudad, pero yo no puedo llamarla así. San Francisco es muy pequeña; al cuarto día empiezas a cruzarte con la misma gente, uf".

Europa ha muerto

Hablando de inmigración, construcción de identidades/nacionalidades y geopolítica, resulta que Fran tiene un mensaje que no solo es urbi, sino también et orbe. O, al menos, de alcance europeo: "Siempre he pensado que la Unión Europea es una mala idea. Para la propia Europa. Los europeos tenéis vuestras culturas, en cada país: existe una cultura española, una cultura francesa, una cultura italiana… Nosotros no tenemos nada de eso". A ver cómo le explica el periodista que, encima, cada una de esas culturas no es homogénea ni sola… "Vale, de acuerdo. Pero tengo que decirte otra cosa: me quedé de piedra al ver lo rápido que renunciasteis a vuestras monedas en favor del euro. Entiendo que eso ayuda abrir las fronteras y es bueno para mucha gente, pero desde una perspectiva egoísta lo cierto es que nosotros, los estadounidenses, necesitamos las culturas europeas occidentales". Mejor volvamos a Nueva York.

Días de disco y rosas*

Quedan cinco minutos de entrevista. La propia Lebowitz ha pedido que sea el periodista el que la avise cuando se acabe su tiempo. Se lo comunica y le solicita una prórroga. Venga, tres, cuatro minutos más, concede. Así que vamos con una pregunta crucial: ¿era de las que se desmelenaba bailando disco en la pista de Studio 54 o de las que no se movía de los sofás plateados vip, copa en ristre? Se ríe. "Es un poco un cliché ya, Studio 54 arriba, Studio 54 abajo, que si la música disco. A ver: todo aquello pasó al final de la era disco, no al principio. Estaban mucho mejor los clubes a los íbamos antes, que eran ilegales o privados. No digo que no fuera divertido, claro que lo pasé bien, pero era una escena que se hizo demasiado grande, enseguida fue pasto de los medios. Por eso duró poco", responde. Tiene razón: sus mejores momentos night out en los 70 los pasó en Max Kansas City y el CBGB, en compañía de The New York Dolls. "Aunque el rock’n’roll tampoco me perdía", apostilla. ¿El jazz entonces? "Era lo que escuchaba la mayoría de la gente de mi generación, pero tampoco". Por cierto, ella y Warhol no se soportaban. El día que se personó en las oficinas de Interview para pedir trabajo, llamó a la puerta presentándose como Valerie Solanas, la escritora feminista que había disparado al rey del pop art en 1968. En sus célebres Diarios, él escribió, con fecha 21 de marzo de 1978: "Bob [Colacello] me ha enseñado la crítica del libro de Fran Lebowitz que ha hecho John Leonard en The New York Times, y no lo puedo entender. ¿Te parece gracioso lo que escribe? Una chica que conocemos le hizo una crítica muy elogiosa en el Sunday Times, y ahora John Leonard. A mí su rollo, todos esos sofocones y quejas, no me hace gracia alguna. No le veo interés. Por eso Bob quería demostrarme que hay gente que no piensa como yo y que es una suerte tenerla en Interview‘".

Icono, a su pesar

En 2010, y a instancias de Graydon Carter, Martin Scorsese dirigió Public Speeking, un documental a propósito de Lebowitz para HBO. Más allá de los círculos cinéfilo-literarios de rigor, no pasó nada. Seriado por capítulos y en una plataforma que responde como ninguna otra a la forma de consumo cultural de nuestros días, Pretend It’s a City lo ha petado vía Netflix. De ahí los jóvenes fans que le han salido a la escritora, celebrada tanto por sus bufidos como su estilo/estilismo. Ella, que nunca ha querido ser ni hacer bandera de nada. "Todo el mundo piensa que detesto a los jóvenes, pero lo cierto es que nunca he dicho algo así. Lo que pasa es esto: si siempre he gravitado alrededor de gente mayor es porque no le veía el sentido a estar con personas que supieran menos que yo. Claro, ahora esto ya no es posible", dice. "Los jóvenes controlan cosas que a mí se me escapan, pero me importa un bledo. No tengo 15 años, no tengo 20, no tengo nada que ver con la gente de esas edades. Tampoco tengo hijos, que es algo maravilloso en todos los sentidos. La verdad es que nunca vas a entender a la gente que no es tu contemporánea; aunque creas que sí, lo cierto es que no". Si pensaban que se iba a despedir sin otro dardo, descuide: "También he decir que los adolescentes me resultan más interesantes que los cuarentones. Al menos, no son tan pesados".

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