La historia del viejo Hollywood funciona como la historia mítica de nuestros días: las estrellas de aquellos años dorados para el cine ocupan el papel de los antiguos dioses y encarnan, además, estereotipos con los que mujeres y hombres del pasado siglo se identificaron. Hoy los recordamos aún como figuras míticas, aunque no nos identifiquemos tanto con ellas como con las marcas, creadoras de los poderosos imaginarios audiovisuales a los que aspiramos hoy. En «Hollywood», la nueva serie de Ryan Murphy para Netflix, podemos ver como personajes secundarios algunas de las estrellas más deslumbrantes del cine clásico, como Rock Hudson, el compositor Cole Porter o Vivien Leigh, la inolvidable Scarlett O’Hara de la película «Lo que el viento se llevó» (1939). Leigh fue una actriz prodigiosa y se casó con otro prodigio de la interpretación, Laurence Olivier. Ganó dos Oscar (fue la primera británica que consiguió este galardón), pero fue sobre todo una actriz de teatro: interpretó a Ofelia, Cleopatra, Julieta, Lady Macbeth… En 1999, el American Film Institute la nombró una de las 25 estrellas femeninas más importantes de la historia de Hollywood.
En «Hollywood», la actriz Katie McGuiness encarna a Vivien Leigh en dos episodios en los que los guionistas logran hacer referencia a la gran paradoja que Leigh vivió a lo largo de su carrera: la cruel industria del cine la tachó de «actriz difícil» e incluso de «adicta al sexo», aunque en realidad sufrió durante casi toda su vida de depresión, ansiedad y, finalmente, trastorno bipolar. La bipolaridad se disparó en 1945, durante el rodaje de «César y Cleopatra», con motivo de un accidente que lehizo perder el bebé que esperaba. Sin embargo, mucho antes ya había dado muestras de un temperamento muy inestable, que jamás fue objeto de diagnóstico médico. En 1937, cuando Leigh y Olivier ensayaban «Hamlet» (1937) en el Old Vic Theatre de Londres, la actriz perdió los nervios en varias ocasiones, con escenas de gritos y llantos que terminaban tan rápidamente como llegaban. Los médicos jamás acertaron con su dolencia. Entonces, este tipo de conductas se englobaban bajo la etiqueta de lo maniaco-depresivo, aunque los síntomas fueran mucho más graves.
En realidad, todas estas «rarezas» se consideraba un atributo de su carácter de diva, sostenido por una carrera en la que consiguió prácticamente todo lo que se propuso. Aún era una recién llegada cuando se presentó al casting de «Lo que el viento se llevó», superando a Bette Davis, Katharine Hepburn o Joan Crawford. El rodaje fue durísimo, muy estresante, tanto que Leigh sufrió una sobredosis de píldoras para dormir. Hoy sabemos que la falta de sueño es un efecto colateral de la depresión y que el estrés juega un papel central a la hora de disparar episodios maniacos en el trastorno bipolar. Muchos de sus grandes papeles tienen mucho que ver con la locura, y probablemente Leigh se sirvió de ellos para canalizar sus crisis. Le sucedió con Lady Macbeth, en la producción teatral que compartió, de nuevo, con Olivier, o en «Un tranvía llamado deseo» (1951), por la que ganó su segundo Oscar.
Sin embargo, en 1953 ya no pudo contener sus ataques y sufrió de paranoia y alucinaciones en el set en Sri Lanka de «Elephant Walk». La sustituyó Elizabeth Taylor pero, durante la vuelta en avión a Los Ángeles, trató de saltar desde el avión. Tras pasar por una clínica mental (donde recibió el único tratamiento que había en la época: descargas eléctricas), volvió al trabajo, pero sus constantes infidelidades (la líbido disparada es otro síntoma del trastorno bipolar) terminó con su matrimonio, no sin antes perder un segundo bebé. Vivien Leigh murió a los 53 años de tuberculosis, pero su intensidad y viveza aún sigue viva en sus personajes, increíblemente electrizantes todavía hoy. Cuatro años antes ganó un Tony Award por «Tovarich».
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