El faro de Portugal

En los años setenta, la CIA, esa todopoderosa CIA que todo lo puede y todo acojona de las películas y de la realidad tras ellas, cerró su delegación en Lisboa. En Portugal, pensaban, no pasaba nada y no era necesaria. Pocos meses después estalló la Revolución de los Claveles que dio la democracia al país y la independencia a las colonias. Recuerdo la anécdota ahora que miramos tanto a los lados, a nuestros vecinos de bloque posiblemente por primera vez, pero seguimos sin hacerlo, absurdo complejo de superioridad histórica, supongo, a nuestros vecinos de frontera. Cuando era pequeño para mí Portugal era solo la figura de un gallo de Barcelos que había en casa. Después crecí y Portugal fue Lisboa, el escondite más bello del mundo, y con esa tristeza que tienen siempre, como aprendemos ahora a la fuerza, los escondites. Hoy Portugal es punto de luz de faro atlántico en la tiniebla.

Mientras Alemania recurre desesperada ahora a las decenas de médicos y enfermeros entre los refugiados de Siria e Iraq a quienes les habían prohibido ejercer, en Portugal regularizan de forma exprés a los inmigrantes con trámites de residencia para que tengan cobertura social y sanitaria. El pasado 26 de marzo su primer ministro, António Acosta, llamó directamente repugnante y mezquino al Gobierno holandés por su rechazo al SOS español e italiano. Ni siquiera defendía a los suyos, porque reaccionaron rápido, probablemente los únicos en Europa que lo hicieron, y decretaron el estado de alarma cerrando todo el mismo día que España. Tenían entonces solo un centenar de contagios oficiales.

Buscamos referentes mirando desnortados en los extremos de los mapas del mundo o hacia arriba en los de Europa a las potencias con las que queremos compararnos. No es una cuestión política ni económica. Los países no son colores en los mapas y PIBS sino una suma de personas, unas y otras, que hacemos lo mismo y nos comportamos igual en nuestras vidas. Mirar a esos extremos o hacia arriba es lo que consideramos aspiracional sin darnos cuenta de que la verdadera aspiración son otros valores y están más cerca. A los lados e incluso en eso que consideramos abajo pero que, y Portugal vuelve a demostrarlo, no lo es.

David López Canales es periodista freelance colaborador de Vanity Fair y autor del libro ‘El traficante’. Puedes seguir sus historias en su Instagram y en su Twitter.

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