Había oído que esto existía, pero me negaba a creerlo. Pensaba que era la típica estupidez con la que uno se cruza de vez en cuando en Instagram. Hasta que hace poco fui invitado a una casa —sospecho que no volverá a ocurrir tal cosa— en la que todos los libros, que no eran pocos, estaban colocados estratégicamente con los lomos hacia dentro.
“No necesito que los demás vean lo que leo”, nos dijo el anfitrión con cierta solemnidad. “Da más sentido de unidad. En El Escorial los tienen así”.
Obviando la mamarrachez que supone comparar sin atisbo de rubor tu biblioteca con la de El Escorial, estas modas me resultan estomagantes. Porque están pensadas para la foto. Lo decorativo sobre lo funcional.
Hay líneas rojas que uno no debe cruzar nunca. Por ejemplo, la de tener ordenados los libros como un psicópata.
Huelga decir que uno en su propia casa es muy libre de hacer lo que quiera. Pero conozco cómo funcionan las modas y temo que esta se nos vaya de las manos. Porque es tan absurda que reúne todos los elementos para triunfar. Es por tanto mi deber utilizar esta tribuna para hacerme eco y dar la voz de alarma antes de que esas bibliotecas sin alma se instalen en nuestros hogares. Que no digan que lo supe y preferí mirar hacia otro lado mientras el horror trepaba por las paredes y estanterías de nuestras casas cual hiedra venenosa.
Ordenar una biblioteca tiene que hacerse, como tantas otras cosas en la vida, con una elegancia relajada. Si se nota un esfuerzo desmedido caerás en lo obvio. Todos hemos estado en casas con bibliotecas fascinantes, llenas de vida, que despiertan admiración y envidia a partes iguales. Y siempre parece que no hay ningún método, ningún orden, ningún criterio, aunque luego delicadas corrientes subterráneas sean las encargadas de colocar cada ejemplar en su sitio correspondiente.
Los lomos de los libros prestan una enorme y discreto servicio social, pues con un simple vistazo puedes hacerte una rápida composición del tipo de persona que es el anfitrión. Sirven para descartar ciertos temas de conversación o para saber que no estás en la casa de un asesino en serie. Porque guardar los libros hacia dentro es inquietante. Propio de alguien que oculta cosas. Como si todas las puertas de una casa estuvieran cerradas bajo llave, con pinta de estar recién pintadas y desprendiendo un penetrante olor a desinfectante. A lo mejor luego coleccionaba American Pyscho en todas las ediciones posibles. Pero para cuando lo descubra la policía científica ya habrá sido demasiado tarde.
Lo de colocar los libros por colores es una excentricidad inaceptable, por supuesto. Y francamente inútil. Puede que visualmente tenga un efecto agradable para personas con ciertos trastornos. Pero se desaconseja esta práctica por cargante. Ordenarlos por tamaño, de orden creciente a decreciente, como si fueran matrioskas, es algo de lo que se sentiría orgullosa Monica Geller.
Hay quien que cree que quedarse mirando los libros en una casa es de mala educación. O de cotillas. Típica convención social que me da bastante igual. Me encanta hacerlo. Y lejos de molestarme cuando lo hacen en la mía, lo considero un halago.
Una sincera muestra de interés en la otra persona. Los “mirabibliotecas”, pese a nuestra fama, nunca juzgamos por la calidad de los libros presentes. Ni por la cantidad de ellos. Es un genuino interés por descubrir y aprender de los demás. De conocer su historia.
Umberto Eco tiene un magnífico libro, Cómo viajar con un salmón (Lumen), donde narra con fina ironía sus batallas cotidianas en un mundo insensible.
El propio Eco decía, con su brillantez y claridad habituales, que una biblioteca no es un depósito de libros leídos, ni siquiera por leer, sino un instrumento de trabajo. No ya para escribir, sino para la vida.
Dicho esto, siempre habrá alguien peor que el que esconde los lomos: “¿Me prestas este libro? Soy de los que los devuelven”.
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