Aunque llevaban seis meses viviendo allí, el momento no dejaba de estar cargado de simbolismo. Lo sabían y no lo desaprovecharon. Un día después de ganar las elecciones, Boris Johnson y su novia, Carrie Symonds, posaban juntos y sonrientes en la puerta más icónica del mundo, con su aldabón en forma de león y su famoso dintel blanco. Al cerrarla, el nuevo inquilino del 10 de Downing Street rompía la tradición y se convertía en el primer ministro de la historia en ocupar la residencia con su pareja y sin estar casados. Fue, obviamente, un gesto consciente. Probablemente, muy meditado. Diseñado para lanzar un pequeño mensaje al mundo. Para algo su novia es experta en comunicación política. En los últimos seis meses, Johnson y Symonds han demostrado que forman un tándem casi perfecto. Al “casi” llegaremos en un rato… Él puede presumir de haber deshecho el nudo de la crisis política más grave del Reino Unido desde la II Guerra Mundial. Si nada se tuerce, el 31 enero Johnson cumplirá su promesa y el Brexit será por fin una realidad. Y ella, que cumplirá 32 años en marzo y es 21 más joven que el primer ministro, ha sido una pieza clave en su campaña. Según la prensa británica, su presencia en los mítines no era casual: estaba diseñada para atraer el voto joven y femenino. Y la estrategia ha funcionado. La imagen de ambos saltando de alegría en un despacho de Downing Street la misma noche electoral cerraba el círculo de una relación que empezó con un pequeño escándalo.
Ahora, cuando se cumplen once días desde que el premier británico anunciase que había dado positivo al Covid-19, y lleva dos días ingresado en la Unidad de Cuidados Intensivos, Carrie Symonds se encuentra en la situación más difícil desde que llegó a la residencia oficial. Con planes de boda a corto plazo y embarazada de seis meses,ella también manifestaba haber contraído el virus.
«Pasé la última semana en la cama con los principales síntomas del Covid-19. No tuve que hacerme la prueba y, después de siete días de descanso, me siento más fuerte y estoy mejorando», eran unas palabras que, sin embargo, llevan a las dudas y la confusión, porque no se ha realizado el test para despejar la incógnita de si, efectivamente, lo ha contraído. «Estar embarazada con Covid-19 es obviamente preocupante. Pero después de informarme estoy más tranquila», terminaba su mensaje Symonds. Con la responsabilidad de gobierno en manos del ministro de Asuntos Exteriores, Domic Raab, la máxima preocupación de la pareja formada por Johnson y Symonds es superar la enfermedad. Aunque tendrán que hacerlo por separado al menos durante el tiempo que el premier británico esté en la UVI, desde donde advierten que se mantiene «estable» y «con buen ánimo».
El nombre de Symonds no saltó a las páginas de los periódicos hasta septiembre de 2018, al mismo tiempo que Johnson anunció su separación de Marina Wheeler, su mujer de los últimos 25 años. El affaire no era más que el último renglón del expediente amoroso de un reincidente. El político y Wheeler, una prominente abogada que forma parte del consejo asesor de Isabel II, se casaron apenas 11 días después de que Johnson firmara el divorcio de su primera mujer, Allegra Mostyn-Owen. Wheeler también es la madre de cuatro de los cinco hijos del primer ministro. La quinta, una niña, fue fruto de una relación extra matrimonial que el político tuvo con la consultora de arte Helen MacIntyre y que tuvo que reconocer legalmente en 2009. Por eso, Carrie Symonds solo parecía la última en una larga lista de conquistas. Pero cuando su relación se hizo pública, la pareja dejó, automáticamente, de esconderse. La primera señal de que no era, precisamente, un lío de una noche.
Carrera y clase
Aunque muy conocida en los círculos de poder londinenses, Symonds era una completa desconocida para la opinión pública británica. Creció en una familia de clase alta y muy bien conectada, tanto en el mundo político como en el mediático. Su padre, Matthew Symonds, es uno de los fundadores del diario The Independent; su madre, Josephine Mcaffee, trabaja como abogada para el mismo periódico. Su abuelo paterno fue parlamentario laborista en los años 70 y su abuela, periodista de la BBC. Estudió en colegios privados y se licenció en historia del arte y teatro por la Universidad de Warwick. De esa época de su vida, se conoce más bien poco. Excepto que en 2007, cuando tenía 19 años, un taxista que la llevaba a casa por la noche la drogó con la intención de abusar de ella después de ofrecerle champán y vodka. Symonds testificó contra él durante un juicio en el que otras 14 mujeres le acusaron de hechos similares.
Poco después de terminar la carrera, entró a trabajar en el departamento de comunicación del Partido Conservador. Su camino se cruzó por primera vez con el de Johnson en 2012, cuando el político aspiraba a ser reelegido como alcalde de Londres y ella formó parte de su equipo de campaña. Poco a poco, y mientras trabajaba para otros destacados dirigentes tories, fue ascendiendo en el organigrama. De hecho, en 2017 la revista especializada PR Week destacó a Symonds como la segunda publicista más poderosa de todo el Reino Unido. Y en 2018, con apenas 30 años, se convirtió en la directora de comunicación del Partido.
Unos meses más tarde (y apenas tres semanas antes de que su relación con Johnson se hiciera pública), Symonds abandonaba su puesto para aceptar un trabajo en la organización medioambiental Oceana, dirigida por el exalcalde de Nueva York (y ahora candidato demócrata a la presidencia) Michael Bloomberg.
Aunque inicialmente mantuvo un perfil bajo, cuando Theresa May dimitió en mayo y el nombre de Johnson empezó a sonar con fuerza como su posible sustituto, Symonds renunció a la comodidad de la segunda fila. Y en julio, cuando ganó las primarias de su partido, se convirtió en el nuevo primer ministro y se trasladó a Downing Street, ella siguió sus pasos unos días más tarde.
House of cards
Aunque todo estuvo a punto de irse al garete. Y aquí viene el “casi” de su relación “ideal”. En junio, el diario The Guardian publicaba que, unos días antes, la pareja había protagonizado una fuerte pelea en su apartamento. Sus vecinos llamaron a la policía después de escuchar gritos y ruidos de objetos rompiéndose. Aseguraron haber escuchado como ella decía le “déjame en paz” o “sal de mi apartamento”. En otro lance de la discusión, él contestaba: “Deja mi puto ordenador”. Unos días más tarde, y en medio de una gran tormenta mediática, The Sun hablaba con uno de los exnovios de Symonds. Y no para defenderla, precisamente. “Cuando las cosas iban bien era fantástico, pero cuando iban mal, era terrible”. Pero la pareja reaccionó con habilidad, orquestando una bucólica fotografía (aparentemente robada) en la que aparecían sonrientes y cogidos de la mano. Y esa imagen consiguió, milagrosamente, zanjar el asunto. Desde entonces, han logrado trasladar la impresión de ser una pareja enamorada y bien avenida y han sabido rentabilizar toda la atención mediática. Unas semanas más tarde, adoptaron a Dilyn, un Jack Russell abandonado por tener la mandíbula demasiado prominente. Symonds volvió a capitalizar el momento con otro posado, mascota incluida, en los jardines de Downing Street.
También ha sabido jugar al doble juego al que le obliga su condición de “primera novia”, un estatus inédito en la democracia británica. Por eso, aunque ha evitado asistir a cumbres internacionales, como la reunión del G-7 celebrada en Biarritz, sí acompañó a Johnson a Balmoral para cumplir con la tradicional invitación estival que Isabel II extiende al primer ministro y su pareja. Era la primera vez que la soberana recibía a la novia de un premier, algo que, según la prensa británica, incomodó a la reina. Symonds también ha querido marcar perfil político pronunciando discursos a favor del medio ambiente, en contra de la caza recreativa o sellando con un beso la conferencia anual del partido conservador.
Pero pese a su destreza, no ha podido esquivar la polémica. Como cuando en agosto, Estados Unidos le denegó un visado para volar a Nueva York por haber viajado en 2018 a Somalilandia, un territorio que el gobierno americano no reconoce como estado, sino como parte de Somalia. Sin embargo, lo que podría haber derivado en un rifirrafe diplomático, se saldó a su favor cuando se supo que había viajado en compañía de un activista contra la mutilación genital femenina. Sin pretenderlo, se apuntó un tanto más (el de la defensa de los derechos de las mujeres) ante la opinión pública británica.
Según la prensa inglesa, Symonds ejerce una gran influencia sobre el primer ministro. Tanto en cuestiones de estilo –se le atribuye la pérdida de peso de Johnson, su nuevo corte de pelo y esos trajes más entallados– como en materia política, un terreno en el que se siente cómoda. Su perfil, sin embargo, no encaja en el habitual molde del conservadurismo británico. Feminista declarada, ecologista sin ambages, fan de la irreverente Fleabag y admiradora de figuras progresistas como Michelle Obama, muchos analistas le atribuyen la proeza de haber suavizado la imagen vociferante e histriónica de Johnson. Otros van más allá y consideran que su influencia podría moderar el fondo de algunas de sus posiciones ideológicas. The Spectator, por ejemplo, ha dicho de ella que está definiendo “lo que significa ser un millennial conservador”.
“Quiere comprometerse con ella. Está totalmente enamorado. Es como un cachorrito a su lado: muy solícito, pero desesperado por no estropearlo”, le contaba una fuente cercana (pero anónima) al diario The Sun. Para eso, Johnson debe formalizar primero su divorcio. El trámite resolvería el inédito estatus de Symonds, a la que todo el mundo se refiere ahora como la “primera novia” sin que eso signifique nada.
Carrie, la “eco-fashionista”
Su debilidad son los vestidos, sobre todo los floreados. Como los de la diseñadora eco-friendly Justine Tabak. O aquel vestido rosa de Ghost que lució en julio durante un discurso de Johnson y se agotó en cuestión de horas. En apenas seis meses, Carrie Symonds se ha convertido en un indiscutible icono de estilo. Lo demostró, sobre todo, en el acto de apertura del parlamento británico, cuando combinó un vestido low cost de Mango con una vistosa diadema y le llovieron las comparaciones (nada odiosas) con la duquesa de Cambridge. Hasta el diario The Times le dedicó una columna al accesorio. Según la prensa británica, Symonds utiliza la web de alquiler de Looks My wardrobe para las ocasiones especiales. Un pequeño truco de eco-fashionista.
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