Aunque ya había ganado un Oscar, el mundo la conoció como la señora Robinson, la primera cougar antes de que las mujeres mayores que seducen jovenzuelos recibiesen ese nombre y de que la madre de Stifler se convirtiese en la primera MILF oficial gracias a American Pie. Anne Bancroft ha firmado actuaciones memorables tanto en el cine como en los escenarios, pero permanece adherida a la memoria de los espectadores como una depredadora de hombres jóvenes, a pesar de que sólo era seis años mayor que Dustin Hoffman. Sin embargo, para los estándares de Hollywood un señor de 30 años puede ser un mocito recién salido de la facultad, pero una mujer de 36 es ya una madura hastiada que busca refugio en brazos más jóvenes.
Bancroft llegó a detestar el personaje que la encumbró porque era consciente de que había opacado el resto de sus logros, un papel para el que ni siquiera fue la primera opción. El productor pensó primero en Patricia Neal, Geraldine Page, Deborah Kerr, Lana Turner, Susan Hayward, Rita Hayworth, Ingrid Bergman y hasta en Ava Gardner. Esta última llegó incluso ser entrevistada por el director Mike Nichols, pero lo rechazó, ya no le apetecía actuar. También lo rechazó Doris Day, o más bien su marido, que encontró el guion “sucio” y ni siquiera se molestó en enseñárselo a su esposa, según cuenta Sam Kasher en un largo artículo sobre el rodaje del clásico en Vanity Fair.
Pero a pesar de los intentos del productor por elegir a otra actriz con más tirón, Nichols siempre tuvo en mente a Bancroft; una decisión un poco extraña teniendo en cuenta que sólo tenía seis años más que Hoffman y ocho más que la actriz que interpretaba a su hija Katharine Ross, pero ocho años es una edad ideal para la maternidad según los productores de Hollywood. Sin embargo Gene Hackman, que llegó a grabar parte del papel de señor Robinson fue despedido porque, aunque era un año mayor que Bancroft, resultaba demasiado joven. El tiempo es relativo y en Hollywood, más.
Pero lo cierto es que a pesar de que la actriz llegase a detestar la película, transcurridos 50 años queda claro que ella, con su voz increíble, su mirada profunda y su infinita frustración disfrazada de libido, ira y desesperación, es la verdadera estrella de la función. De hecho pocos recuerdan el nombre del resto de los personajes, pero la señora Robinson es inmortal. El crítico Roger Ebert dijo de ella que erala única persona en la película con la que le gustaría tener una conversación. Cuando se lo comentó a la propia Bancroft ella respondió: "Por supuesto que sí, por qué crees que acepté el papel?".
No deja de resultar paradójico que Anne Bancroft haya terminado convertida en un sinónimo de sexo y lujuria cuando en sus inicios en Hollywood nadie sabía qué hacer con ella por su falta de atractivo. Era demasiado “étnica”, no resultaba creíble como protagonista femenina. Lo primero que hizo Fox para suavizarlo fue cambiarle el nombre, la joven Anna Maria Louisa Italiano pasó a ser Anne Bancroft, un nombre que eligió de una lista que le proporcionó el productor Darryl Zanuck,"Bancroft era el único nombre que no me hacía sonar como una bubble dancer", afirmó años después. Y esto es una bubble dancer.
Desde los cuatro años había tenido claro que lo suyo era la interpretación. Su familia la apoyó, pero con una condición: si no conseguía trabajo pronto, tendría que abandonar, la economía doméstica era muy frágil y no se podían permitir que una de sus tres hijas no trabajase. No tardó en encontrar pequeños papeles, pero su físico la encasillaba, era demasiado seria, demasiado elegante. Quedó relegada a novias y mujeres condenadas a un segundo plano. No tardó mucho en ser consciente de ello: en su primera película Niebla en el alma coincidió con Marilyn Monroe y nadie le prestó ni la más mínima atención. Acabó participando en películas que no estaban a la altura de su inmenso talento: hizo peplums decadentes como Demetrio y los gladiadores, interpretó a una mujer india, e incluso protagonizó una película en 3D La bestia negra cuyo coprotagonista era un inmenso gorila.
Cuando se terminó su contrato y sin haber encontrado todavía un espacio para ella, Fox no la renovó. Pero ella tuvo confianza en sí misma y apostó por pequeñas producciones independientes que no la llevaron a ningún sitio.
Se mudó a Nueva York, debutó en Broadway en Cualquier día en cualquier esquina junto a Henry Fonda y ganó un premio Tony. Por fin estaba a salvo de Hollywood y sus estándares femeninos. Al año siguiente interpretó el papel de Anna Sullivan en El milagro de Anna Sullivan y ganó el segundo Tony. La obra tuvo tanto éxito que se convirtió en uno de los grandes proyectos de Hollywood, era una historia demasiado buena para ser real aunque lo era: la vida de una niña sordociega aislada del mundo que acaba encontrando la manera de expresar sus emociones gracias al tesón de una joven profesora.
A pesar del éxito que la obra había conseguido con ella, no fue la primera opción para interpretar el papel, United Artist intentó contratar a Elizabeth Taylor y Audrey Hepburn, pero tanto el director Arthur Penn como el guionista William Gibson se enrocaron, tenía que ser Bancroft.
No se equivocaron, ganó el Oscar por ella en una ceremonia que es recordada por ser uno de los momentos más emblemáticos de ese zigurat del odio que es la rivalidad entre Joan Crawfordy Bette Davis, como deliciosamente nos contó Ryan Murphy en Feud. Sabiendo que Davis estaba nominada, Crawford se ofreció a recoger el Oscar en el caso de que cualquiera de las otras cuatro nominadas no estuviesen en la sala. Cuando Maximilian Schell leyó el nombre de Anne Bancroft, que en aquel momento se encontraba en Nueva York representando Madre coraje y sus hijos, Crawford, archienemiga de Davis, emergió espléndida para recogerlo y lo que todos los diarios mostraron al día siguiente fue su foto deslumbrante vestida como una ganadora y luciendo la mejor de sus sonrisas con el Oscar en la mano. Una sonrisa que no hubiese dedicado ni a su propia estatuilla porque disfrutaba más la tristeza de Davis por no haber conseguido su tercer Oscar que su propia alegría.
Y entonces llegó la llamada para El graduado y todos a su alrededor le dijeron que no lo hiciese: ¿Cómo iba a pasar de aquella virginal maestra, casi una santa, a ser una ménade furiosa ansiosa de sexo que es capaz de robar el novio a su propia hija? Todos menos una persona: su marido, Mel Brooks.
Es difícil pensar en una pareja más dispar aparentemente. Bancroft irradiaba un atractivo irresistible y permanecía asociada a papeles “densos”, mientras que Brooks era un comediante alocado que contaba chistes de pedos y, siendo amables, digamos que algo menos atractivo que ella. Pero conocerse es el relámpago que decía Pedro Salinas. Coincidieron en la grabación de un programa de The Perry Como Show y él se enamoró perdidamente. El director de El jovencito Frankenstein y La loca historia de las galaxias le gritó: “Eh, Anne Bancroft” y ella se sorprendió. “Esta voz agresiva salió de la oscuridad”, recordó en una entrevista con Roger Ebert, “y pensé que debía ser una combinación de Clark Gable, Robert Taylor y Robert Redford. Resultó ser Mel Brooks, y él nunca me dejó a partir de ese momento. Gracias a Dios". Y no la dejó literalmente, incluso le pagó a una mujer que trabajaba en el programa para que le dijera a qué restaurante iba a comer esa noche y así tropezarse "accidentalmente" con ella. Ella también se había enamorado perdidamente de él. Todos eran felices excepto la madre de Brooks que no entendía por qué su hijo se casaba con una italiana católica en lugar de una buena muchacha judía. Cuando Mel le dijo que iba a llevar a su futura esposa a casa para presentársela le respondió: “Muy bien, yo estaré en la cocina con la cabeza en el horno".
No era el primer matrimonio de ninguno, pero fue el definitivo. Por fuera les diferenciaban muchas cosas, pero realmente eran una chica italiana y un chico judío en Nueva York, acostumbrados a lidiar con el racismo, con los productores que no sabían ubicarlos y con un carácter endemoniado que les llevaba a discusiones que podrían haber rivalizado con las de ¿Quién teme a Virginia Wolf?, pero también un sentido del humor que les ayudó a superar los malos momentos. Nada explica tan bien la unión de aquella extraña pareja como las palabras que Bancroft le dijo un día a Nathan Lane, protagonista de Los productores, una de las obras más famosas de Brooks: "Sabes, somos como cualquier otra pareja. Hemos tenido altibajos, pero cada vez que escucho la llave en la puerta, sé que la fiesta va a comenzar". Es difícil describir mejor la felicidad conyugal.
Por eso, que uno de los guionistas de El graduado fuese el cocreador junto a Brooks de Superagente 86convenció a Bancroft. Su marido tenía razón,era la indicada para aquel papel. ¿Pero cuál sería el precio? Aquel personaje que nunca se quitó de encima le consiguió otra nominación al Oscar y un lugar fijo como fantasía sexual en la mente de miles de adolescentes que soñaban con se seducidos por una mujer así. La película se convirtió en un fenómeno social que costó 3 millones de dólares y recaudó 100, pero sobre todo generó un arquetipo inmortal y una canción de Simon & Garfunkel que es como nostalgia embotellada. Y también una maldición: a pesar de las veces que la obra se ha representado en Broadway con actrices con una sensualidad mucho más obvia como Kathleen Turner o Jerry Hall, nadie la ha podido desbancar; en la mente de los espectadores ella es la única señora Robinson. Además le otorgó su tercera candidatura al Oscar, la segunda le había llegado por Siempre estoy sola, otra historia de infidelidad, pero en este caso ella era la que la sufría.
Creyó que aquel éxito le haría candidata a los mejores papeles, pero era demasiado mayor y Hollywood no tenía hueco para mujeres de su edad (aunque por entonces tenía más o menos la misma que hoy tiene Scarlett Johansson).Todos los papeles que le llegaban la condenaban a ser una mujer madura, amargada, de amores imposibles y relaciones tormentosas.A pesar de ello obtuvo algún papel relevante que no gozó del favor de público como el de la doctora Cartwright en la última película de John Ford Siete mujeres, la historia de un grupo de mujeres atrapadas en medio de la guerra entre China y Mongolia, una obra maestra que sigue siendo una de las gemas por descubrir del director. El papel que Bancroft interpreta, una mujer dura que cabalga, bebé whisky fuma y se enfrenta al mundo a golpe de frases lapidarias es el que habría podido interpretar John Wayne en cualquier otra obra de Ford, aunque no lo habría hecho tan bien.
También brilló enEl prisionero de la Segunda Avenida de Neil Simon en la que interpretaba a la esposa de Jack Lemmon y en su papel de bailarina que ha sacrificado su vida personal por su trabajo en Paso decisivo de Herbert Ross. El duelo interpretativo que mantuvo conShirley MacLaine les valió sendas nominaciones al Oscar, la película obtuvo en total 11 y ostenta junto con El color púrpura el triste récord de ser la película más nominada sin ningún Oscar. La cuarta nominación le llegó gracias a Agnes de Dios, un drama también de origen teatral en el que una novicia que da a luz un niño que fallece tras haber sido, según su mente trastornada, visitada por Dios. Una película muy desasosegante cuyo visionado, por alguna curiosa razón, algunos colegios de monjas utilizaron en la época como actividad extraescolar para terror de las niñas que no entendían nada de lo que sucedía en la pantalla.
Aunque estaba muy dotada para la comedia, sus colaboraciones con su marido como Silent Movie o su versión de Ser o no ser no están entre las obras más exitosas de Brooks. Pero como productor también intentó arropar su carrera: fue la actriz Madge Kendall en El hombre elefante, producida por él (es difícil imaginar algo más alejado de las risas) y persiguió durante años los derechos de 84 Charing Cross Road, un papel en el que su mujer pudo lucirse como la escritora que mantiene una relación epistolar con el librero interpetado por Anthony Hopkins; gracias a ella ganó su tercer Bafta.
En la década de noventa los papeles para mujeres de su edad cada vez escaseaban más y admitió haber aceptado pequeñas apariciones sólo por actuar". Fue la senadora que lleva a Demi Moore a los Seals en la hiperbólicamente machista y ciclada La Teniente O’Neil y la estafadora mentora de Sigourney Weaver en la divertidísima Las seductoras. En 2004 tuvo que abandonar el rodaje de Spanglish que compartía con Paz Vega tras serle detectado un cáncer que mantuvo en secreto. Toda su vida privada se había desarrollado siempre lejos de los paparazzis, tanto su papel como esposa de Mel como de madre del escritor y guionista Max Brooks, autor de Guerra Mundial Z. Falleció el 6 de junio de 2005 en Nueva York, arropada por su familia. Las luces de Broadway se apagaron en su honor, allí siempre hubo papeles para ella aunque fuese demasiado "étnica".
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