Esta es la paradoja: no alcanzamos a formular la composición exacta de la parejaperfecta, pero sabemos distinguir una en cuanto la vemos. Algún tipo de congruencia cósmica orbita alrededor de dos personas excepcionalmente compatibles, al menos en apariencia. Hablamos de Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa, totalmente sincronizados en tratamientos antiaging y exquisitez lifestyle; Penélope Cruz y Javier Bardem, glamour hecho a sí mismo desde el barrio; y, ahora, Dolores Delgado y Baltasar Garzón, supervivientes algo maltrechos en los juegos del hambre del poder y amigos desde hace casi 30 años. La conversación entre el ex juez seducido por la política y la fiscal general del estado debe de ser apasionante.
En realidad, el romance entre Garzón y Delgado no tiene nada de asombroso: ambos están separados, han comunicado a sus respectivas parejas e hijos que han comenzado una relación sentimental y no es probable que los asuntos internacionales que lleva el hoy prestigioso abogado Garzón (la defensa de Julian Assange, por ejemplo) sean incompatibles con el cargo de la ex ministra de Justicia (en el primer gobierno Sánchez). ¿Por qué tanto revuelo al verles haciendo manitas en una cena romántica en Roma? Sencillo: les rodea el aura de la compatibilidad asombrosa. Encajar era esto.
A la vista de estas tres parejas aparentemente perfectas, surge una pregunta: ¿y si nos empeñamos en encontrar la pareja definitiva en el peor momento de nuestra vida? ¿Y si no tuviera sentido buscar un compañero para los restos sin haber levantado realmente el vuelo? ¿Y si el futuro de la pareja no estuviera en el poliamor ni en las fórmulas más o menos abiertas, sino en una sencilla cuestión de ‘timing’? Baltasar Garzón se ha divorciado de su esposa, Rosario Molina, madre de sus tres hijos y profesora de Biología. Dolores Delgado tampoco está ya unida legalmente a Jordi Valls Capell, padre de sus dos hijas, fotógrafo y alto ejecutivo de El Corte Inglés. Fueron matrimonios tempranos: él se casó a los 25 años y ella, a los 24.
Paralelamente a su trayectoria matrimonial, Garzón y Delgado fueron construyendo su complicidad y compatibilidad: colegas en la Audiencia Nacional desde 1993, compañeros de despacho, restaurantes y cacerías, amigos con derecho a confidencias. La afinidad en la madurez, la coincidencia en los intereses y ambientes, la seducción de la admiración mutua puede ser un pegamento mucho más potente para una pareja que el flechazo hormonal de los 20. Es esa indefinible coherencia que liga a ambos la que suscita tanta fascinación. Eso, y el morbo de ver juntas a dos de las personas que más saben sobre los circuitos subterráneos del poder en nuestro país.
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