La verdad ‘piadosa’ de Jesús Mariñas: Andrés Pajares fue un Charlot a la española

Andrés Pajares fue un personaje de los que ya no quedan ni aparecen. Único, irrepetible, muy en la línea de quienes sabían combinar humor, disloque y casi galanura. Triunfó en todos los campos, dejo huella personalísima aunque era más gracioso que chistoso, nada que ver con su casi mantenida, constante y reñida competencia con Tony Leblanc, que era mucho más castizo y achulado. Creó un estilo de interpretación muy afrancesado, nada barriobajero y así mantuvo el tipo y lo sigue haciendo tutelado por Juana Gil, a quien considera su ángel de la guardia. Como también lo fue Conchi, su primera esposa, que nunca reveló ni aireó intimidades matrimoniales que nos hubieran distraído mucho.

Consciente y con mucha inteligencia y ya jubilado del espectáculo, Andrés Pajares no se deprimió ni vino abajo ni siquiera a punto de los ochenta años y sin tener relación alguna con sus hijos, pero sí con los amigos. No mantiene ningún contacto, que debe de resultarle tristísimo, con Mari Cielo ni con Andrés Burguera, su primer hijo.

Por el contrario se recluyó en casa solo animado por unos pocos amigos y el redactor de sus Memorias, Juan José Montijano, también autor de otra obra sobre la amistad profesional entre Pajares y Esteso que sabe mucho pero lo calla, pienso que más por prudencia que por respeto. Quizá algún día nos sorprenda. Andrés Pajares y Fernando Esteso fueron pilares de espectáculos irrepetibles donde todo se centraba en su personalidad cómica, atractivo escénico y sentido del humor. Ya no quedan figuras así, capaces de llenar escenarios, abarrotar salas temporadas enteras y repetir triunfo en los platós.

Auténtico todoterreno, Pajares se retiró cuando estaba asqueado de la fragilidad de una profesión –cine, teatro y tele– muy ingrata. Sólo sostuvo relativo y constante contacto con su biógrafo y amigo, Juan José Montijano buen mantenedor de momentos cumbres únicos como ‘Los bingueros’, ‘La Lola nos lleva al huerto’ o ‘Yo hice a Roque III’. Era su lazo con el mundo y se entregó a sus recuerdos de funciones únicas donde fue una especie de Charlot a la española. Así lo recordaremos. Pero costará olvidarse de su ‘¡Ay, Carmela!’, un hito de Carlos Saura insuperable en la historia de nuestro cine. Marcó una época y elevó el género.

Pajares con sus guiños y muecas resultó imprescindible incluso hasta con sus en ocasiones exageraciones revisteriles. Un nombre grande, eso fue el actor y humorista, hoy caído en el olvido. Tan penoso como las comparecencias televisivas de Mari Cielo. Sin límites, censura ni autocrítica, llora sin reparo a lágrima viva. No se corta un pelo. Todo un numerazo que no parece improvisado sino más bien calculado y bien montado. Repito e insisto, había una vez un circo. Y este sigue atrayendo y haciendo disfrutar al público. Y aquí sigue. Ojalá dure para nuestro disfrute, regalo y esparcimiento.



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