Este martes recibíamos, con profunda tristeza, la noticia de la muerte de Michael Robinson. Él mismo había confesado, en el plató de ‘Espejo Público’, que era consciente de que se estaba muriendo, pero que no iba a dejar que el cáncer le estropeara esos últimos momentos que le quedaban por vivir. Aquel día, dio una lección de cómo hacer frente a una enfermedad que sabes que te está ganando el partido y para el que no tienes una táctica que lo contrarreste.
Robinson, que llegó a España a finales de los 80 de la mano del Osasuna de Pamplona y se quedó aquí, nos enseñó una manera diferente de hacer información deportiva y un punto de vista distinto del que ver, entender y disfrutar el fútbol. Será recordado por muchos espacios, pero su ‘Informe Robinson’, con reportajes en profundidad con su sello inconfundible, se ha convertido en historia de la televisión digna de coleccionista.
Precisamente en ese espacio, el suyo, hecho a su media, es donde concedió su última entrevista antes de dejarnos. Una charla en la que hace unas reflexiones sobre la vida que deberían enseñarse en las universidades para olvidar los superfluo y centrarse en lo que realmente importa… Fue concedida hace tan solo unos días a sus compañeros. Casualidad o no.
«Será de mí lo que yo decida, porque durante muchos días (espero muchas semanas, espero muchos meses), yo voy a decidir si dentro de diez minutos o una hora voy a sonreír, llorar… Yo decido cómo yo voy a vivir mi vida hasta que la ciencia me quite esa potestad», decía con contundencia y con ese inconfundible acento inglés que se había encargado durante décadas de que no desapareciera.
No pienso que la vida me debe nada, más bien, al revés»
Robinson no se sentía desgraciado por haberle tocado la china del cáncer: «A mí me ha llovido la suerte. Tengo 61 años y han sido 61 años amando y siendo amado. No cabe en la vida de 61 años tanta felicidad, tanta fortuna y buena suerte como tengo yo. Si de fortuna y suerte se tratara, ¡es que tengo 130 años!». Y remataba este pensamiento en voz alta con una sentencia que deberíamos grabarnos en la memoria: «Esencialmente soy muy feliz. No pienso que la vida me debe nada, más bien, al revés».
A lo largo de su discurso, tenía palabras de cariño hacia nuestro país que, como bien dice, también era el suyo por todo lo que nos deja: «Pienso que soy también parte de España. Su Robin, su Michael, su inglés. Yo soy feliz gracias a España«. Un agradecimiento que atiende a que somos «un país donde no nací, me ha permitido durante 30 años invadir su salón de estar, me ha dado el beneficio de la duda».
Es complicado encontrar en el mundo del periodismo, y más en el que se dedica al fútbol, encontrar una figura tan unánimemente querida y respetada. Lo sabíamos antes de su partida, pero ayer la tormenta de tuits llenos de cariño, lo pusieron de manifiesto.
Fuente: Leer Artículo Completo