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Zara Anne Elizabeth Phillips vino al mundo en los idus de mayo de 1981, un día de buenos presagios, en el Lido Wing donde nacen los royals. La hija menor –su hermano Peter le saca cuatro años– de la princesa **Ana de Inglaterra la convertía en la primera nieta de su abuela, la reina de Inglaterra Isabel II**. Y, sin embargo, esa fecha la plantó en el medio de una de tantas polémicas, alimentadas por el gran enemigo de la monarquía británica en un país donde el sentimiento republicano simplemente no sucede: los líos sentimentales.
El problema era que, dos meses y medio después de su nacimiento tendría lugar el evento del siglo: la boda de Carlos de Inglaterra y Diana de Gales. Y, justo antes de tan magna celebración, se producía otra, más pequeño pero de tremenda importancia para las Windsor: el bautizo de Zara (con los nombres de su madre y de su abuela, en otra premonición de lo unidas que estarían las tres generaciones de mujeres royals). Un bautizo al que Diana optó por no acudir, que si es algo que ya pasa factura en una famlia castellana, imaginen en la realeza británica.
Lady Di tenía motivos: el padrino de Zara sería Andrew Parker Bowles, ex de la princesa Ana, compañero de polo del príncipe Carlos y casado con la mujer que más odiaba Diana: la hoy duquesa de Cornualles, Camilla Parker Bowles, la gran rival por el afecto del príncipe con el que se iba a casar. Para esto le sirvieron a Zara Phillips los idus de mayo: para perpetuar el drama shakesperiano mantenido y alimentado por los díscolos hijos de Isabel II.
A Ana, como es normal, no le sentó nada bien que un evento en el que su hija era la protagonista (y a sabiendas de que no podría devolverle la jugada en una boda de Estado) quedase deslucido por la ausencia de la inminente princesa del pueblo. Una ofensa de largo recorrido y baja intensidad, como pasa entre los royals… Que también se tradujo en una cercanía entre el tío Carlos y la sobrina Zara, una de las primeras en aceptar públicamente la relación de Camilla y Carlos dos décadas más tarde (y que quedó al descubierto el mismo año que sus padres, la princesa Ana y el oficial Mark Phillips, se divorciaron). A cambio, Carlos le consintió macarradas de royal rebel, el apodo que le dio la prensa en su adolescencia, como presentarse en su la fiesta del 50 cumpleaños del tío príncipe de Gales con un nuevo complemento: un piercing en la lengua.Algo que no presagiaba su futuro como diseñadora de joyas. De hecho, presumía de no haberse puesto un anillo hasta que su hoy marido le propuso matrimonio.
Pero la anécdota del bautizo ya deja claro el mundo que le espera a la realeza según sale del Lido Wing.Y que explica por qué tanto Ana de Inglaterra como Mark Phillips declinaron los títulos y tratamientos para sus hijos: ni Peter ni Zara son "su alteza real" ni ostentan nobleza alguna en sus nombres. Siguiendo el deseo de su madre, que quería una vida normal y libre para ambos, a sabiendas de lo alejados que están en la línea de sucesión (Zara, en concreto, ocupa actualmente el puesto 18 en la línea).
Eso sí, a Zara Phillips le esperaba un mundo donde las ofensas y las faltas no tienen lugar: el de la hípica. Como su abuela y como su madre, Zara se convirtió pronto en jinete y aprendió a amar a los caballos. Con un talento espectacular y una perseverancia a la altura, que Ana, la primera royal olímpica en Montreal 1976, siempre atribuyó a su ex, doble medallista olímpico (en el concurso por equipos en tres jornadas): oro en Munich 1972, plata en Seúl 1988. No sólo para los caballos: durante su infancia y adolescencia, Zara Phillips era famosa por participar en casi todos los deportes escolares y destacar en todos ellos.
Un pedigrí que llevaría a Zara a competir en los Juegos Olímpicos de Londres 2012, en casa, frente a su orgullosa familia, donde se hizo con la medalla de plata por equipos, que le impondría su propia madre. Un final de cuento de hadas a un año mágico con un punto de tragedia, que había comenzado en julio de 2011, con su boda en Edimburgo con el jugador de rugby Mike Tindall, al que había conocido en 2003. Una boda familiar e íntima, vestida por uno de los diseñadores de la realeza británica, Stewart Parvin, llena de detalles privados, y que llenó a la abuela Isabel de orgullo. Hasta el punto de que la monarca tiene una foto del día de la boda, en la que abuela y nieta posan con tremendas sonrisas y cercanía, en su residencia oficial en Escocia. Ese día, Ana le hizo un regalo a su hija: una tiara de valorada en 4,5 millones de euros y que era un guiño al abuelo, Felipe de Edimburgo. Porque la tiara pertenecía a la madre de Felipe, Alicia de Battenberg, uno de los personajes más increíbles de la realeza.
Entre ambos eventos felices, en noviembre de 2011, la amazona tuvo un accidente en un concurso de saltos: ella se rompió la clavícula. Su caballo, Tsunami II, se rompió el cuello, y habría que sacrificarlo. Un durísimo golpe a poco más de medio año de los Juegos Olímpicos más importantes para la famila real. He ahí su perseverancia. La misma que la llevó a buscarse sus propios patrocinios para poder dedicarse profesionalmene a la hípica –no es que los necesite: su madre tiene un patrimonio estimado de 30 millones de euros y una generosa paga como miembro de la familia real–. Al no ser royal "oficial", Zara ha podido aprovechar su talento y la fama que sí le corresponde familiarmente para poner rostro y nombre como embajadora de varias marcas –incluyendo una casa de apuestas deportivas, uno de los puntos negros de su biografía–. Patrocinios cercanos también a otra de sus pasiones peligrosas: el motor.
Madre e hija comparten una tradición heredada directamente de su abuelo: se les da de maravilla saltarse las normas de circulación, que les quiten el carnet, que las multen y verse envueltas en algún que otro accidente. Incluso, a principios de siglo, pudimos ver fotografías de Zara Phillips con el rostro visiblemente herido tras verse envuelta en una colisión múltiple con uno de sus Land Rover, una de las escuderías predilectas de abuela, madre e hija.
Zara Tindall disfruta también del éxito como diseñadora de joyas. En 2015, sorprendió al mundo al lanzar su primera colección con Calleija, joyeros históricos del Royal Arcade, la galería comercial victoriana sinónimo del lujo en Londres desde hace dos siglos. Desde entonces, sus joyas de inspiración ecuestre se han convertido en colecciones cuasianuales cargadas de glamour. Nada mal para una amazona con piercing, que disfruta cocinando junto a su marido ingentes cantidades de espaguetis a la boloñesa. Y que pasa el confinamiento con él y sus dos hijas, Mia y Lena, entre los caballos y los perros de su finca campestre en Gloucestershire.
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