La estrecha relación entre los Romanov y la Corona británica a través de sus joyas y objetos personales

Entre las múltiples joyas atesoradas por la realeza británica hay una pieza por la que la reina Isabel II siente especial predilección: la tiara Vladimir, creada originalmente para la gran duquesa María Pávlovna de Rusia. Formada por 15 anillos de diamantes entrelazados y adornada con 15 perlas colgantes, esta espectacular reliquia ha protagonizado varios de los retratos oficiales de la monarca, que suele aparecer con ella en actos de gala. También la han lucido Camilla de Cornualles y Kate Middleton, sustituyendo las perlas por enormes esmeraldas.

Este ejemplo de opulencia fue uno de los objetos estrella de la exposición Russia, Royalty & the Romanovs en el palacio de Buckingham, que recogió a principios de 2019 alrededor de 300 obras de arte, fotografías, piezas de artesanía y documentos para trazar la relación familiar, política y diplomática entre la realeza de Gran Bretaña y la dinastía imperial rusa desde 1698, cuando Pedro I de Rusia visitó Londres por primera vez en un viaje secreto.

¿Cómo llegó la tiara hasta la familia real británica? Su camino es parte de la historia geopolítica que une a las dos dinastías. La caída del régimen zarista supuso la pérdida de una gran parte del patrimonio de los Romanov, que fue destruido, vendido o trasladado a otros países a salvo de los leninistas. Varios periódicos extranjeros aseguraron en la época que el "vandalismo" había acabado con una colección valorada en 500 millones de dólares. Un diario en concreto escribía: "Las joyas de la corona de los Romanov, un ajuar al que ninguna otra colección europea puede acercarse en términos de magnificencia, han desaparecido".

Fue el geoquímico Aleksandr Fersman, académico soviético, quien se encargó de inventariar la valiosa artesanía que los bolcheviques estaban requisando. Recorrió más de dos siglos de la dinastía de los Romanov a través de 406 objetos, como el impresionante cetro con el diamante Orlov de 189 quilates custodiado hoy en la armería del Kremlin, o la Gran Corona Imperial. Alrededor de 1926, el gobierno ruso prohibió la venta de todas las piezas, aunque luego varias de ellas acabaron en casas de subastas… o en el palacio de Buckingham.

Es el caso de la tiara Vladimir, atribuida al joyero oficial de la corte Carl Edvard Bolin. La reina Mary de Inglaterra se la compró a la princesa Elena Vladímirovna Románova, hija de la gran duquesa, después de la revolución rusa, y ha sobrevivido como parte del patrimonio de los Windsor. Pero hay muchos más ejemplos.

La colección conservada en Londres comprende centenares de objetos que intercambiaron las dos familias, unidas a través de lazos políticos y sentimentales. La boda de Maria Alexandrovna con el príncipe Alfredo, segundo hijo de la reina Victoria, en el palacio de Invierno de San Petersburgo en 1874 fue la primera unión directa entre las dos casas. En la exposición se pudo ver el boceto de su traje de novia y la tiara. "La cabeza le ha debido de doler con el enorme peso de las joyas, el collar de diamantes… lo más bonito que he visto", escribió en una carta la doncella de la reina Victoria.

La exposición fue una fascinante ventana a las mujeres que marcaron el estilo a lo largo de esos tres siglos. Maria Feodorovna, emperatriz consorte con Pablo I, está representada en un bello anillo de diamantes que recoge su retrato en miniatura. En el mismo apartado de la muestra aparecía una tabaquera redonda de oro con una semblanza de Catalina II de Rusia, gran amante de la artesanía y dueña de otras piezas, como la cafetera de oro que luego compró la reina Mary, o el medallón creado por el cincelador belga James Tassie, también adquirido por la monarca británica.


Otras influencias de los vínculos con Rusia se aprecian en el vestido de la princesa Carlota de Gales, el conjunto de seda azul de estilo sarafán con el que la esposa del futuro rey Leopoldo de Bélgica posó para uno de sus múltiples retratos. La existencia de este vestido tradicional ruso en el armario de una royal británica se explica por la estancia en Londres del zar Alejandro I, líder ruso entre 1801 y 1815, y quien pudo haber traído las tendencias del Este hasta Inglaterra.

Fabergé firma algunas de las piezas más importantes de la cita. Solo hay que ver el marco con marfil, cuatro tipos de oro y esmalte aplicado con la técnica guilloché que adorna el retrato en acuarela de Maria Feodorovna. Pitilleras estilo art-nouveau, sus famosos huevos, miniaturas, decantadores de la casa que bajo Peter Carl Fabergé proveyó al imperio con varios de sus tesoros más valiosos. Algunos de estos objetos tuvieron una trayectoria digna de relatar. El jarrón con flores de oro, plata y diamantes que fabricó Fabergé para el zar Nicolás II en 1901 fue confiscado por el gobierno revolucionario y comprado en 1933 por la reina Mary de Inglaterra.



La relación de la monarquía británica con los Romanov forma parte de los genes de sus descendientes. El año pasado se supo que el ADN del príncipe Philip, actual duque de Edimburgo, sirvió para identificar los restos descubiertos en 2007 del heredero al trono Alexei Romanov y su hermana Maria, asesinados junto a su familia el 17 de julio de 1918 pero enterrados lejos de sus familiares. El duque es sobrino-nieto por parte de padre de Alejandra Romanov, la esposa de Nicolás II y última zarina, y tiene primos rusos por parte de madre.

Con el declive de los zares llegó el fin de la cordialidad manifiesta entre las dos casas. Una teoría afirma incluso que el rey Jorge V de Inglaterra, primo directo del zar, miró para otro lado y evitó rescatar a su pariente perseguido por los revolucionarios, que terminaron con su vida. Las tiaras, cartas, abanicos y retratos dan testimonio hoy de la unión que marcó siglos de historia.

Artículo publicado originalmente el 13 de enero de 2019 y actualizado.

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