Campana y se acabó. El tañido del metal en la Abadía de Westminster será la única celebración más o menos sonada del 60º cumpleaños del príncipe Andrés, despojado de todas las pompas esperables en un hijo de la reina. Ni las banderas británicas enhiestas; ni el ascenso militar previsto –al que Andrés renunció "hasta la reincorporación al servicio público"–; ni siquiera los invitados previstos a una fiesta de cumpleaños con etiqueta de cóctel, pero a la que se le ha quedado un dress code de tristeza.
Son las consecuencias de la ignominia. De la sospecha de que Andrés se benefició del círculo de explotación sexual adolescente elaborado por su amigo, el pederasta convicto Jeffrey Epstein. Y, sobre todo, de la desastrosa entrevista pública en la que, más que defenderse, se mostró como un aristócrata torpe y aún más divorciado de la realidad que de Sarah Ferguson. La retirada como miembro en activo de la Familia Real –los royals que actúan en nombre de la reina y que cobran por ello– y el perfil bajísimo, rozando el ostracismo, que se le ha impuesto al duque de York, han convertido su cumpleaños en un acto deslucido.
Hace ya unos días que el propio Andrés anunció que había pedido voluntariamente que se retrasase el ascenso militar que se le confiere automáticamente a los miembros de la realeza. Al príncipe, orgulloso servidor de la Marina Real Británica hasta principios de siglo, le habría tocado a los 60 años convertirse en almirante. Pero, hasta que se calmen las turbias aguas, si lo hacen, le tocará conformarse con el vicealmirantazgo que obtuvo a los 55 años.
En cuanto a las banderas, cada institución elegirá si ondear a todo trapo la Union Jack en honor del príncipe. Una libertad que supone un cambio a una tradición casi inamovible –hay un calendario de días en los que ondear la bandera obligatoriamente, y el 19 de febrero estaba en ese calendario–, y que indica la precaria situación pública en la que se mueve ahora Andrés de Inglaterra. Por último, la prensa británica filtraba que la fiesta privada de cumpleaños, para las que se habían emitido invitaciones detallando la etiqueta y la celebración, no ha conseguido reunir a los invitados esperados.
Al RSVP sólo ha contestado sin dudas su familia cercana, sus hijas y las parejas de éstas, incluyendo a su yerno actual –Jack Brooksbank, marido de Eugenia de York– y su inminente yerno, Edoardo Mapelli Mozzi, el prometido de Beatriz. Fuera de la sangre, nadie quiere celebrar hoy la figura de Andrés. Y los días para rehabilitar su imagen corren en su contra: de ello depende la ya mancillada boda de su hija Beatriz de York.
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