Corría el año 2016 y el actor que había enamorado a miles de jóvenes –y no tan jóvenes– con sus irrestibles ojos azules llegaba en su propio avión a Ginebra. John Travolta había acudido a Suiza para inaugurar una de las boutiques de la firma relojera Breitling en la Milla de Oro de la ciudad. El norteamericano repetía como embajador de esta marca, distinción que había ostentado intermitente desde el año 2005. Su relación con la firma suiza no era casual. El nacido en Englewood siempre había tenido pasión por los aviones. Su amor por los altos vuelos comenzó siendo muy pequeño cuando acompañaba al aeropuerto su hermana, quien viajaba constantemente.
Los frutos cosechados por su fama le permitieron dedicarse a tiempo parcial a la aviación. Obtuvo el título de piloto y piloto comercial y se hizo con todo un arsenal de aeroplanos, desde un Boeing 747 a un Hawker 125. A tal punto llega su afición que incluso posee una pista de aterrizaje en su propia mansión; ubicada en Jumbolair (Ocala, Florida), una urbanización superexclusiva donde residen otros fanáticos de los aviones.
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A la periodista que escribe estas líneas, entonces para la revista GQ, el actor confesaba en una de las lujosas salas del Four Seasons, que “la fama, sumada a ser un piloto experimentado" le convirtieron en un foco de interés para la firma relojera. También explicaba que “ser piloto me permite disfrutar con su familia de momentos aún más especiales, compartiendo sus paseos en avión con sus hijos y su mujer”.
Tras la entrevista, el mítico actor se dirigió en limusina a la nueva tienda. Acompañado de una docena de azafatas cortó el lazo apertura del local. Del brazo, también le acompañaba su mujer, la actriz Kelly Preston. Como él mismo confesó, “intentaban asistir juntos a todos los eventos que podían”.
Después de la inauguración de la tienda, la lujosa firma relojera celebró una fiesta privada en la Ile Rosseau o la Isla del filólosofo. Una romántica isla que había servido como fortaleza de la ciudad y que, a día de hoy, se ha convertido en un íntimo jardín junto al Pont des Berguers.
Durante la velada, los invitados se agolpaban alrededor de la exitosa pareja. Ambos se sacaban fotos, firmaban autógrafos, sonreían y parecían encantados de que la marea de gente aclamase su éxito. Cerca de la medianoche, la turba se fue dispersando hacia la pista de baile. La pareja de actores no quiso quedarse atrás. Uno de los organizadores del evento, al verlos entrar en escena, pidió al DJ que pusiese una canción con la que el intérprete se sentiría muy identificado.
Los altavoces comenzaron a reproducir las primeras notas de You’re The One That I Want de la película Grease. El actor le hizo una reverencia a su mujer, invitándola al baile. La pista se despejó y ellos quedaron solos en el centro ante la atenta mirada de los presentes. Se reían, abrazaban y susurraban secretos al oído. También improvisaban algunos de los movimientos más famosos del actor en sus más laureadas películas. Como los zigzagueos disco de Pulp Fiction o los propios de Grease. También del baile que protagonizaron juntos en el largometraje Los expertos en 1989. Una película que los unió durante 29 años. Aquellos que los conocían de cerca aseguran que su vida amorosa ha sido un baile continuo. Ambos adoraban moverse al son de la música.
Cuando terminó la canción, el público rompió el silencio con un fuerte aplauso. La improvisada coreografía resultó todo un éxito. Tras ella, el actor se acercó decidido a un grupo de periodistas (que aún permanecíamos boquiabiertas por lo vivido). “Por favor, ¿podríais pedirle al DJ la canción de ‘Time Of Our Lives’?”. “¿La de ‘Dirty Dancing’?, contestó una de las presentes. “No mujer, la de Pitbull”, rio el actor. Al reconocer la música, Travolta y Preston comenzaron a saltar y dar vueltas. Con esta canción cerrarían una noche inolvidable para los presentes que seguro también quedó impregnada en sus recuerdos.
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