Fruto de la relación de Isabel Preysler con Miguel Boyer, ministro de Economía en los ochenta, Ana Boyer parecía estar destinada a convertirse en el fiel reflejo de su madre en todos los aspectos. Guapa, estilosa, educada, comedida en sus declaraciones y sin ningún escándalo a sus espaldas era la opción por la que la prensa y público apostaban para continuar con el legado mediático de ‘la Preysler’. Sin embargo, y como bien hizo Kylie Jenner con Kim Kardashian, de manera lenta pero segura, su hermana Tamara Falcó le arrebató el trono sin que nadie se diese cuenta.
Mientras que Ana Boyer, quien ahora tiene 31 años, se dedicaba a sus negocios y a mantener una más que estable relación sentimental con Fernando Verdasco (que terminó en matrimonio y en la llegada de sus dos hijos, Miguel y Mateo), Tamara Falcó vivía una vida más propia de cualquier treintañera que se precie, sin importar su estatus social ni cuenta bancaria. Y quizá ha sido eso lo que ha enganchado a público y crítica.
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Como si de una película de Hollywood se tratase, la vida de Tamara Falcó no tenía ninguna pega. Siendo hija de un marqués y una socialité, nada podía salir mal. O sí. Mientras que todos sus hermanos (y no son pocos) encontraban el amor y la estabilidad profesional, ella es el ejemplo de que la vida no siempre es como la esperábamos. Tamara, quien siempre ha sido la más ‘naif’ de los Preysler, ha tenido que enfrentarse a problemas que podríamos llamar de ‘andar por casa’, de esos que, por lo menos desde quien la observa de fuera, no parece que vayan a ocurrirle a alguien que vive en una mansión que cuenta con nombre propio, Villa Meona.
Efectivamente. Tamara vivió bajo el ala de su madre durante muchos años. Años en los que se esforzó por encontrar el amor y por hacerse un hueco en el mundo. Pero le costó. Tanto que sufrió un fuerte cambio físico (ganando veinte kilos y hablando de ellos en la portada de la revista que patrocina la vida de los Preysler desde que existen) y encontró en la fe cristiana el mejor apoyo para superar ese difícil momento.
“Me encontraba en un momento de mucho estrés emocional. Ese verano me quedé mucho tiempo en casa pensando en mis problemas y lo único que hacía era comer. Mi madre dice que casi no podía abrir los ojos. Decía: ¡Ay! ¡Sí! ¡Pobrecita! No se te ven los ojos”, confesaba de manera divertida Tamara en una de sus primeras apariciones como colaboradora de El Hormiguero.
Kilos de más y una madre señalando tu cambio físico es algo con lo que se identifican treintañeras de todo el mundo y es una de las cosas que hicieron que Tamara fuese vista por el pueblo como ‘una más’. Tamara fue, en aquel momento, el mejor ejemplo de que no hace falta ser pobre y desconocida para convertirte en una Bridget Jones cuando la vida se te hace cuesta arriba. ¿A quién no le ha pasado esto alguna vez?
Además, Tamara siempre ha asumido (como también lo ha hecho Julio José Iglesias Jr) que tiene fama de pija. “No descarto que sea pija, pero pelo conejos. Mi tío Miguel decía que ser pijo es como que eras gilipollas, pero yo nunca me identifiqué con eso necesariamente”, le confesaba también a Pablo Motos y, de paso, a la audiencia.
Porque Tamara es consciente de todo lo que se dice de ella y no lucha contra ello es por lo que ha conseguido ser la digna heredera de su madre. Además, ya era hora de que una mujer con 39 años, soltera, sin hijos, con titulo nobiliario y con una cuenta bancaria muy abultada fuese tan o igual de desgraciada, en algunos momentos de su vida, como cualquier otra mujer que se precie. Porque en el fondo, todas fuimos, somos o seremos Tamara Falcó.
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