La casualidad puso a Ana María Aldón en el camino de José Ortega Cano. Ella misma contaba en ‘Mi casa es la tuya’ cómo fue durante una visita a la finca del diestro, en la que acompañó a su madre (gran admiradora de este), donde se conocieron. Cómo él se quedó prendado de ella. Y cómo no tardaron en estar en la tesitura de esperar a su primer hijo en común.
Desde que la conocimos, ha estudiado diseño de moda. Pero, a pesar de afanarse en sus estudios y de intentar permanecer en la sombra, sin hacer mucho ruido, no ha podido quitarse la etiqueta de ‘mujer de’. Hasta ahora. Porque, qué duda cabe que ‘Supervivientes 2020’ marcará un antes y un después para Ana María.
No solo a nivel espiritual, por lo que haya podido reflexionar durante esos tres meses en medio de una isla, sino porque, a nivel de imagen, ha ganado peso específico como personaje con entidad propia e interés para los medios de comunicación. ¿Quién no va querer una entrevista con esta mujer que ha jugado con los límites de su amistad con Antonio Pavón o ha permanecido impasible ante los ataques de ansiedad de una Rocío Flores a la que dijo, claramente, no considerar parte de su familia?
Ana María Aldón quería que se la conociera. Y vaya si la hemos conocido. Llegó cantando. Mucho. Dando una alegría a la isla que, poco a poco, se ha ido desdibujando, no solo en ella, sino en todos sus compañeros. Pero ahí está, a unas horas de disputar una final histórica, a nivel personal y a escala de un concurso que ha sufrido las consecuencias de la pandemia y que está teniendo una recta final atípica.
Lo que hemos conocido
Han pasado ocho años desde aquel flechazo con el maestro. Desde que dejara de ser anónima, pero no ha sido hasta ahora cuando hemos conocido a la auténtica Ana María. Fogosa (o eso se deduce de lo relatos que ha hecho de su intimidad con su marido). Familiar (no descarta ser madre de nuevo junto a Ortega Cano). Con carácter (recuérdese aquí los insultos a una periodista recordando un rifi rafe con ella). Y atrevida. Mucho.
El que no lo crea, solo tiene que ver el cambio radical exterior con el que ha regresado de Honduras. No solo por los kilos que ha perdido, como el resto de sus compañeros, sino porque se rapó la cabeza por tres cocidos en un acto que, además, ponía de manifiesto que es una mujer de palabra. Un atrevimiento que, a la vez, le llevó a la valentía de relatar ese drama infantil vivido a manos de un padre que maltrataba a su madre.
Sin duda, en esta edición, dos de los perfiles que se presumían más fuertes, han cumplido. Quizás eran desconocidas para el gran público hasta el detalle en el que han entrado en estos tres meses, pero a nadie se le escapa que tanto ella como Rocío Flores (aquí, su gran cambio) salían de Madrid-Barajas en febrero con un cartel metafórico de favoritas. Y ahí están, en la final. Ambas habiendo experimentado un cambio de cara a la opinión pública espectacular. Convertidas en estrellas.
Este jueves, 4 de junio, una de las dos puede salir vencedora del ‘reality’, con permiso de Hugo Sierra y Jorge Pérez, que se juegan esa tercera plaza en la gran final.
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