Hay que guardar la bola de cristal. La belleza no se atreve a vaticinar: se conforma con abrir nuevos caminos y puertas.Uno de ellos es el de la higiene personal, que se ha elevado hasta convertirse en algo deseable. Quién nos iba a decir que hablaríamos de hilo dental en la sobremesa. Colutorios y desodorantes, antes desterrados al fondo del armario y carentes de todo sexy, se eligen ahora con el mismo cuidado que el sérum. Marcas como Keeko o Cocofloss defienden que lo básico puede ser hermoso y la pregunta es: ¿debe serlo? Igual ocurre con la higiene menstrual, que se le sacude todo rastro de pudor y drama. Las start-ups de tampones ecológicos y copas menstruales invaden ferias de cosmética alineadas con el discurso feminista.
En el futuro veremos cómo entran en la conversación temas hasta ahora silenciados; el acné es uno de ellos. Y si se debe a la mascarilla, ya tenemos uno de los palabros del momento: maskne. La pandemia —hasta decirlo irrita la piel— ha alterado nuestra vida y nuestra epidermis. Debemos estar fuertes. Por eso, centros como Clinique La Prairie Suiza o el Sha Wellness ofrecen programas enfocados en el sistema inmunológico. Y también queremos comprar bien: igual que buscamos la trazabilidad de una camiseta nos gusta conocer la de las cremas; Apoem o Guerlain se aplican para proporcionárnosla.
El activismo de cuarto de baño gana fuerza desde muchos frentes. Los jabones de cenizas de árbol de Ashes to Life son más que un producto: ayudan a reforestar bosques. La cosmética del futuro es política: el Black Lives Matter planea sobre ella e iniciativas como @BrownGirlHands denuncian la falta de manos de color. Esta puerta acaba de abrirse y ¡ay de quien no la atraviese!
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