A la televisión, como a todos nosotros, la pandemia le ha pillado desprevenida. Algunos programas han desaparecido, otros se mantienen bajo mínimos (menos equipo, menos colaboradores) y otros se han adaptado, por mera supervivencia, a los códigos visuales de la creación casera, y las redes sociales, con conexiones desde casa, algunas escasa calidad pero alto contenido emocional. Los hay que, como ‘El Hormiguero’, han apostado por una fórmula mixta, manteniendo el control desde plató pero acudiendo a las conexiones en ‘streaming’.
Otros, como ’Sálvame’ y ‘Deluxe’, han sacrificado su ADN para apostar por el servicio público, con debates médicos y consejos de seguridad para estos peligrosos tiempos. TVE ha llevado su apuesta más allá, estrenando el pasado martes ‘Todos en casa’, con Ion Aramendi, espacio de testimonios de esta cuarenta que va a cambiarnos más de lo que podamos imaginar. Lo mejor de esta apuesta de la pública fue la naturalidad de su presentador, que nos presentó a su familia, que nos abrió su casa. Y como todo va a la velocidad de la luz, al propio programa le pilló la realidad: la primera entrevista de la noche –a la que siguieron Anne Igartiburu y Pepe Rodríguez– fue al presentador estrella de la casa, Roberto Leal, que para entonces había fichado por ‘Pasapalabra’ de Antena 3.
Entretenimiento, por favor
Si repasan los hechos, verán que la tele ha pasado de mensajes tranquilizadores –‘esto no es más que una gripe’– a bombardearnos con los datos de una escalofriante realidad. Les diré que no entiendo la necesidad de informar sobre las estadísticas de edad de los fallecidos. La audiencia más joven recurre a internet para informarse –Twitter y Facebook principalmente– mientras nuestros mayores se quedan en la televisión lineal, aterrorizados ante unas informaciones que les dicen que pueden ser las próximas víctimas y las explicaciones sobre cómo fallecen solos, abandonados o aislados.
Hemos pasado de una información que banalizaba la enfermedad a otra que se recrea en datos que en nada ayudan a tranquilizar a la población más expuesta al miedo. No podemos sacrificar el entretenimiento en esta cuarentena. Nadie cuestiona la importancia de la información, al revés, pero tampoco es necesario dar la misma información constantemente, aunque no haya novedad. Hay que ofrecer alguna esperanza a los espectadores, darles alguna alegría con contenidos que permitan la desconexión en algunos momentos.
Somos muchos los que nos pegamos atracones de series y películas en las plataformas, pero también son muchos los espectadores que no pueden acceder a ellas. Pronto veremos las consecuencias de esta situación. Recordemos que en la última huelga de guionistas de Hollywood, en 2007, la industria paró y las temporadas se retrasaron.
Lo que vivimos ahora es mucho peor: todas las ficciones de todos los países van a parar. Algunas estaban por empezar, otras estaban en plena grabación. El caso de ‘El secreto de Puente Viejo’ es aun más gráfico: solo faltaban dos jornadas de trabajo para terminar el último capítulo de la serie. Las cadenas piden ayudas al Gobierno porque no tienen publicidad, las productoras se ven abocadas a ERTES. Nos enfrentamos a un panorama desolador. Pero hay esperanza para la industria: esta crisis ha demostrado que los necesitamos.
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