Megan Fox desvela cómo la hipersexualización a la que la sometió Hollywood acabó con su carrera

Hace una década, Megan Fox era la actriz que todos los directores querían tener en sus películas y todas las revistas en su portada. La mujer de moda. Pero de la noche a la mañana, aunque tenía por delante una prometedora carrera, desapareció por completo para, pasados los años y de euforia, retomar la interpretación desde un perfil más bajo.

En su momento, aquel parón se vendió como un problema exclusivo de Fox, que tenía fama de ser problemática en los rodajes. Al menos ese es el relato que vendieron desde los despachos donde se controla la industria del cine, que se encargaron de que todo el mundo supiera que la habían despedido días antes de empezar a rodar Transformers 3 por haber comparado a su director Michael Bay con Adolf Hitler.

Aunque no fue Bay sino el productor de la saga, Steven Spielberg, el que pidió que la echaran del proyecto. “Quiere ganarse una reputación de megalómano, es una pesadilla trabajar para él”, aclaró Meghan sobre sus declaraciones. Pero de nada sirvieron sus palabras: el daño ya estaba hecho y su nombre sonaba a veneno en la industria.

En cualquier caso, aquello suena ya a prehistoria. Más para el público que para la propia Megan, que ahora ha querido contar su punto de vista sobre todo lo que ocurrió en aquellos años convulsos en los que, por negarse a ser vista únicamente como un cuerpo, acabó al borde de una crisis mental sin precedentes.

Todo ocurrió pocos días antes de que se estrenaraEl cuerpo de Jennifer (2009), una comedia de terror en la que Megan interpretaba a una animadora poseída por el diablo. Una cinta en la que el único reclamo era verla matando a sus compañeros de clase vestida de sexy colegiala. Un enfoque promocional que obligó a la actriz ha decir basta.

“Creo que tuve un auténtico colapso psicológico. No quería que nadie me viera. No quería hacerme fotos para revistas ni pasear por alfombras rojas”, confiesa durante una conversación con Enterntainment Tonight.

“Pero no fue solo en esa película. Me sentía así todos los días de mi vida, todo el rato, en cada proyecto en el que trabajé y con cada productor con el que me crucé. Lo que me llevó al colapso venía de mucho antes”, dice.

“Tenía miedo de exponerme a la opinión pública porque estaba segura de que de alguna manera todos iban a burlarse de mí, gritarme y lapidarme simplemente por aparecer por ahí. Fue un momento muy oscuro de mi vida”, asegura.

¿Y a qué se debía ese miedo? Pues básicamente a no sentirse comprendida cuando denunció que los hombres con los que había trabajado solo la veían como una figura “hipersexualizada” de la que podían abusar física y psicológicamente como quisieran.

“En cierto modo, cuando conté lo mal que lo había pasado rodando Transformers, pienso que me adelanté al movimiento #MeToo antes de que la sociedad entendiera que era un problema”, se queja.

“Yo estaba ahí hablando en voz alta sobre todo lo que me había pasado y la única respuesta que recibía por parte de todo el mundo es “Oh, bueno, jódete. No nos importa, te mereces lo que te pasó’. No les importaba mi mensaje, solo se fijaban en mi aspecto, en la ropa que llevaba y en los chistes que hacía por aquella época”, sentencia.

Afortunadamente para ella, la luz al final de este túnel llegó en forma de Brian Austin Green, protagonista de la serie Sensación de vivir con el que se casó en 2010 y con el que ya tiene tres hijos: Noah, Journey y Bodhi.

“Cuando me quedé embarazada fue la primera vez que sentí que podía ver todo aquello desde arriba, que podía respirar y que podía ser normal”, recuerda. “Y luego llegó el siguiente, y el siguiente… Cada hijo que he tenido siempre ha sido como abrir una puerta para encontrar una versión mejor de mí misma”, concluye.

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