¿Te ha pasado que comes mucho y no sabes por qué sigues teniendo la sensación de tener hambre?
Seguro que te ha pasado más de una vez, acabas de desayunar, comer o cenar y si piensas en algo que te guste se te hace agua la boca ¿Qué le sucede a nuestro organismo entonces? ¿El estómago se ha estirado tanto que ya tienes más espacio?
Lo cierto es que el estómago cambia de tamaño cuando tiene hambre o está lleno. Se contrae a medida que se digieren los alimentos para ayudar a moverlos hacia los intestinos.
Después, gracias a un proceso iniciado por las hormonas, se expande nuevamente y se prepara para obtener nuevos alimentos. El estómago de la mayoría de las personas es bastante similar en capacidad, nada tiene que ver la altura y el peso.
Entonces por qué te da hambre después de un festín. Seguramente lo que no sabes es que las hormonas del hambre tienen la culpa. La grelina se libera cuando el estómago está vacío y estimula la producción de NPY y AgRP en nuestro cerebro, responsables de la sensación que tienes cuando necesitas comer.
Pero hay más de 12 hormonas involucradas en este proceso. Todas ellas acaban mandando una respuesta a tu cerebro y este a tu estómago de que puedes comer más y que estás hambriento. «Si tomas un trozo de chocolate o patatas fritas repetidamente después de la cena cuando te sientas en el sofá para ver la televisión, el cuerpo puede comenzar a asociar que cuanto estás ahí te encuentras bien, y como resultado cuando vayas de nuevo, experimentarás un antojo», asegura a BBC Karolien van den Akker, investigadora de Centerdata de la Universidad de Maastricht.
Estos atracones a menudo conducen a un sentimiento de culpabilidad. No existen alimentos buenos o malos, todos en su justa medida pueden ser beneficiosos para nuestro organismo. Algunos son más necesarios que otros, pero el control es la clave.
Cuando aprendemos a asociar las propiedades gratificantes de los alimentos, en particular de los que tienen alto contenido en azúcar, con tiempos, olores, imágenes y comportamientos específicos, el recuerdo de esa sensación se activa y comienza a desear. Esto desencadena no solo respuestas psicológicas sino fisiológicas, como la salivación. A veces, incluso nuestro estado de ánimo puede convertirse en el detonante del condicionamiento. Las personas suelen explicar que tienen menos autocontrol si están de mal humor o cansados.
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