¿Podrían abrírsele más frentes a la casa real británica? Sí. El domingo, comenzó a circular la información de que la reina Isabel II había muerto. Era Gibbo, una presunta fuente militar, quien comenzaba a difundir por WhatsApp que su majestad había fallecido. Las horas fueron pasando, hasta convertir el rumor en una bola enorme que sembraba la duda sobre sí, de verdad, había pasado. Porque, desde fuentes oficiales, ni siquiera se habían molestado en desmentirlo.
Era ayer cuando Charlie Proctor, uno de los mayores expertos en la casa real inglesa, se pronunciaba y daba al pueblo la tranquilidad necesaria. «Veo que hemos llegado a esa época del año en la que tengo que disipar los rumores de la muerte de su Majestad. La reina no está muerta. Está bien, viva y ansiosa por recibir al presidente Trump y otros líderes mundiales en el Palacio de Buckingham el martes para la recepción de la OTAN», eran sus palabras.
Lo curioso es que esta ‘fake new’ llegue justo en medio de los rumores de una posible regencia de su hijo, el príncipe Carlos, y con otro de sus descendientes, el príncipe Andrés, apartado de la vida pública por el escándalo en el que se ha visto envuelto por su relación con Jeffrey Epstein.
Lo cierto es que, además, la reina está atravesando un momento delicado en su relación con su nieto Harry por la manera que ha tenido, junto a su mujer, Meghan Markle, de atacar a la prensa sensacionalista. Y por la decisión de estos de pasar las Navidades en Los Ángeles junto a la madre de ella.
Lo cierto es que la reina Isabel, y la casa real inglesa por extensión, está haciendo frente a una de las épocas más complicadas que se recuerden en la historia reciente.
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