Dos generaciones un mismo sueño

Ellas representan, más que un relevo generacional, la capacidad de desarrollar al máximo el potencial de las mujeres. Son rectoras de universidad, abogadas, maestras, gestoras, médicos y artistas que nos hablan de sus esfuerzos por conquistar un espacio profesional y un lugar en el mundo, a contracorriente y pese a todo. Cuatro diálogos sobre cine, derecho, medicina y educación que funcionan como un espejo sobre quiénes somos, quiénes fuimos y quiénes queremos ser.

Cine con ojos de mujer

En 1999, cuando apareció esta revista, hacía un año que Isabel Coixet (59 años) afrontaba sin saberlo el mayor parón de su carrera cinematográfica: un lustro en el que se dedicó a la publicidad mientras redondeaba su primera obra maestra: Mi vida sin mí (2003). Por entonces, Carla Simón (32 años) era una adolescente de 13 que apenas soñaba con hacer películas. Coixet cuenta que su primer referente, esa imagen de una mujer a la que poder parecerse en un futuro, fue Agnès Varda, la mítica cineasta belga fallecida este año. El de Simón fue la propia Coixet: cuando vio Mi vida sin mí, la futura directora de Verano 1993 descubrió que “había mujeres haciendo cine en España”.

Dos décadas después, Coixet cree que con el tiempo “ha perdido el miedo a expresar lo que siento y decir lo que pienso, pero también a tomar decisiones sin dudar”. “Yo también he ganado seguridad –dice Simón–. Hacer una película es una experiencia que te hace madurar 10 años en pocos meses”.

Reunir a las dos directoras más exitosas y prestigiosas de sus respectivas generaciones aporta grandes luces sobre un arte que antes estaba solo en manos de hombres. “Salvo en el montaje, que era un oficio femenino desde tiempos del cine mudo, quizá porque se realizaba en la oscuridad y a las mujeres siempre se nos ha querido relegar allí. Hoy ya no: en Elisa y Marcela el 90% de mi equipo era femenino”. “Cuando estudiaba –responde Carla– no es que fuéramos más, es que apenas había un 20% de chicos en clase”. “Pero esto luego no se traslada al mercado laboral”, replica Coixet, que participa en el proyecto educativo Cine en curso, junto colegas como Meritxell Collel o Celia Rico. “Uno de los regalitos del patriarcado fue que, al vernos obligadas a defendernos de forma continua, no nos apoyamos más entre nosotras. Pero eso se ha acabado y hoy la sororidad se impone”, añade. “Así es –confirma Simón–. Ayer estuve cenando con Mar Coll, Valentina Viso y Aina Clotet. Nos damos consejos, compartimos el proceso, aprendemos juntas”.

Coixet, que ha adaptado a Philip Roth –“un autor conocido por su profunda misoginia”–, es también consciente de que, si las cineastas han logrado recuperar la narrativa sobre la mujer, toca ahora apropiarse de la de los hombres: contarlos a ellos desde un punto de vista femenino. “Acabo de terminar mi serie Foodie Love (HBO) y el personaje masculino tiene muchas cosas mías y dice muchas más cosas que yo pienso sobre la vida que el femenino. Me he sentido muy libre haciéndolo”.

Ambas establecen un punto de inflexión: las cineastas se han organizado. La creación de plataformas como CIMA o Dones Visuals, a las que pertenecen una y otra –y en las que se analiza la situación de las mujeres en la industria y se acometen medidas para atajar las desigualdades–, está dando sus frutos: “Cristina Andreu, presidenta de CIMA, se lo ha tomado en serio. Las nuevas cineastas le van a deber mucho por su implicación, por las medidas que propone, por cómo acude al Ministerio a pelear estas cosas. Es la única forma. Si no peleamos nosotras, nadie nos va a regalar nada”, reconoce Coixet.

Una justicia sin techos de cristal

Hace 20 años, Maia Román era una adolescente de 15 que ya sabía que quería ser abogada; Victoria Ortega, una letrada de 41 años, se convertía en la primera presidenta del Colegio de Abogados de Cantabria. Desde entonces, no ha parado de romper techos de cristal y en 2016 fue elegida presidenta del Consejo General de la Abogacía Española. “En 2001, las abogadas éramos el 33% de la profesión –recuerda Ortega– , y en 2018, el 44%; pero hoy, entre los compañeros con menos de 45 años, el número de mujeres abogadas ya es mayoría: más del 52%. No ocurre lo mismo en los puestos de mayor responsabilidad. Solo hay que echar un vistazo a la foto de apertura del año judicial…”. Porque las mujeres siguen estando infrarrepresentadas en el sistema judicial, especialmente en los altos puestos de la judicatura: por ejemplo, en el Tribunal Supremo donde, de sus 80 miembros, solo 14 son mujeres. De hecho, España es el país de la UE con menos mujeres en el alto tribunal, solo delante de Albania y Luxemburgo.

¿El principal caballo de batalla de las abogadas? En opinión de la presidenta del CGA, la conciliación. “El problema es que el verbo conciliar se conjuga demasiadas veces en femenino, poniendo más obstáculos reales a las mujeres. Y para la presidenta de la Confederación Española de la Abogacía Joven ¿cuáles serían los nuevos retos? “Sobre todo, un mercado cada vez más competitivo: si no es fácil para un abogado veterano, mucho menos para el joven que, cuando se colegia, tiene que decidir si ejercer por cuenta ajena o propia, en una profesión donde también sufrimos la precariedad laboral”.

Desde que terminó la carrera, Maia Román quería pertenecer al grupo de abogados del Turno de Oficio, “que son auténticos héroes”. En su primera guardia le tocó defender a una persona que creía ser otra: “Tras redactar su declaración, no quería firmarla porque decía que no era su nombre. A gestionar esas situaciones no te enseñan en la universidad…”.

Victoria Ortega no quiere dejar de recordar que, pese a las asignaturas pendientes, hay mucho de positivo en el balance de estos 20 años. “La abogacía ha pasado de ser una profesión en transformación a convertirse en una fuerza transformadora. Si escoges cualquiera de los derechos que hace dos décadas ni se contemplaban, detrás de ellos encontrarás a un abogado”.

En la primera línea de la sanidad

María José Mellado es una eminencia en Infectología y la primera presidenta de la Asociación Española de Pediatría. Su trayectoria está ligada al estudio de las enfermedades tropicales, la tuberculosis y el VIH en niños. Es una de las únicas cinco mujeres presentes en la última lista Forbes de los 100 mejores médicos en España, pero sus pequeños pacientes la llaman simplemente “doctora Pepa”. Con casi 40 años de experiencia, está convencida de que lo más importante en su profesión sigue siendo el contacto con el paciente. “La humanización de la medicina es fundamental. Si no estás dispuesto a preocuparte por los enfermos, es mejor que te dediques a otra cosa”, dice. Por eso le alegra escuchar a Paola Morán, médico residente de atención primaria, cuando dice que lo que más le gusta de su trabajo son los avisos a domicilio. “Hay una parte muy bonita, y muy dura, que es el soporte con paliativos”, dice esta doctora del grupo de trabajo de Médicos Residentes y Dermatología de SEMERGEN.

La veterana cree que, en estos 20 años, la medicina ha dado un salto exponencial y que ha sido clave el impulso dado a la investigación en red. ¿Hay mejor atención médica hoy? “Sin duda –dice–. Solo en La Paz tenemos tres plantas de hospitalización, donde tratamos a 2.500 niños al año. Y nos dedicamos en cuerpo y alma”. Paola Morán sonríe. “Ejemplos como el de la doctora Mellado son cruciales para la próxima generación”, afirma, sin olvidarse de la precariedad laboral. “Acabo en mayo y me inquieta el futuro”. Y es que ambas coinciden en que faltan recursos en todos los niveles de la salud: más tiempo en la consulta, más pediatras, más reconocimiento económico, más previsión de plazas y más equidad en la atención a niños y sus familias, según el lugar de residencia. “La suerte que tenemos los médicos es que, aunque tengas días malos, algún paciente siempre te aporta algo bueno”, dice Paola Morán. María José Mellado recuerda cómo hoy mismo le ha llenado de alegría ver a una paciente de 14 años a la que diagnosticó de VIH a los cuatro. “Está fenomenal y sacando unas notas buenísimas”. Afirma que ese tipo de satisfacciones compensan cualquier sacrificio. Y advierte a su joven colega de que le tocará hacer algunos. “Es una profesión absorbente. Dos de mis hijos nacieron cuando estaba haciendo la residencia, y durante unos años fue muy complicado pero, al final, no sabes ni cómo, acaba siendo posible”.

Subiendo los peldaños de la educación

El año pasado, Sandra Gulín se estrenó como maestra y tutora de alumnos de siete años, una experiencia transformadora y difícil. “Cada, día hacía 70 kilómetros de ida y 70 de vuelta, pero no cambiaría esa vivencia por nada”, dice. Pilar Arandacatedrática de Fisiología, docente en la Facultad de Farmacia y, desde 2015, la primera mujer rectora de la Universidad de Granada– se reconoce en la pasión docente de Gulín y habla de lo que ha cambiado en estas décadas. “Creo que más allá de la llegada de las nuevas tecnologías, el mayor cambio se ha dado en la relación entre los estudiantes y los docentes. Ahora es más cercana y más natural”, dice. Otra de las transformaciones es el hecho evidente (aunque todavía excepcional) de que las universidades ya no están solo dirigidas por hombres. De hecho, ella fue la primera, en los 500 años de historia de la Universidad de Granada, en ser elegida rectora. “¿Has sentido que tus decisiones contaran menos por ser mujer?”, le pregunta abiertamente Sandra Gulín. “En la universidad se reproduce lo que ocurre en la sociedad. Así que claro, me ha pasado que en una reunión yo diga algo, lo repita un compañero y un tercero haga referencia a lo que yo he dicho, pero citándole a él… Además, al principio se veía con recelo que una mujer se presentara a rectora. Durante año y medio fui la única en España. Hoy somos nueve. Creo que es importante romper con el miedo a que te llamen ambiciosa, y hacer visible el trabajo de las mujeres en el mundo académico”.

Además, Pilar Aranda expresa su preocupación por el bajo número de mujeres en las carreras STEM (de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas). “¿Va a quedar el mundo de las ciencias para los hombres y el de los cuidados para las mujeres?”, se pregunta la rectora. Ambas coinciden en que es en las aulas donde se puede inculcar la igualdad. Pero sería más sencillo si la figura del maestro estuviera más reconocida y menos feminizada. “Socialmente deberíamos darle un reconocimiento máximo”, dice Aranda; y añade que lo ideal sería que los mejores expedientes se dedicasen a la educación, como en Finlandia; y que los sueldos fueran en consonancia, añade Gulín.

El de Magisterio es un colectivo con un 70% de mujeres, que alcanza el 99% en infantil y solo tiene mayoría masculina en educación física. Sin embargo, se da la paradoja de que la mayoría de directores de los centros son hombres.

Sandra Gulín propone, para mejorar el sistema, reuniones periódicas entre maestros de Infantil, Primaria, Secundaria y Universidad, sin jerarquías. “Sí –coincide Aranda.– La Universidad está alejada del instituto y necesitamos tener más conexión. Es fundamental que no parezca un escalón diferente, sino que haya entre todos los niveles una continuidad”.

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