En sus ocho años en la Casa Blanca, Laura Bush fue una ‘first lady’ discreta, modesta y reservada, que abrazó causas nobles como la salud femenina, la lucha contra el cáncer de mama, la educación o el fomento de la lectura entre los más pequeños. No fue una primera dama combativa, pero tampoco controvertida. Y nunca trató de ser una figura influyente en los pasillos del Ala Oeste. Y quizá, precisamente por eso, fue una ‘first lady’ querida y admirada, cuyo índice de popularidad siempre superaba al de su marido en las encuestas.
Ya han pasado diez años desde que ella y George Bush abandonaran la Casa Blanca y dejaran Washington para instalarse de nuevo en Texas, donde residen. Desde entonces, ha escrito las típicas memorias (en las que confesó que todavía se sentía culpable por el accidente de tráfico que tuvo con 17 años y que le provocó la muerte a una de sus mejores amigas), y se ha dedicado a seguir defendiendo las causas que abrazó durante su periodo como ‘first lady’ desde el Bush Presidential Center. Aunque pronuncia conferencias y tiene una ajetreada agenda pública, la exprimera dama ha contado que su faceta favorita es la de abuela.
El matrimonio, casado desde 1977, tiene tres nietos, los hijos de su hija Jenna y su marido Henry Hager. «Cuando están con nosotros les dejamos hacer lo que quieran. Lo que más nos gustan es que cuando están en el rancho o en la casa de Maine se levantan a las seis de la mañana y vienen a meterse en nuestra cama». Su otra hija, Barbara, se casó con el actor Craig Coyne en abril. Después de que sus suegros, George H.W. Bush y Barbara Bush, fallecieran en 2018 con apenas unos meses de diferencia, Laura Bush se ha convertido a sus 72 años en la nueva matriarca del clan. Una matriarca que, además, ya no tiene pelos en la lengua. Amiga de Michelle Obama pese a las diferencias ideológicas que les separan, Bush no ha tenido reparos en criticar abiertamente a Donald Trump. Después de que ni ella ni su marido le votaran en las elecciones de 2016, el año pasado la exprimera dama publicó una durísima carta abierta en las páginas del Washington Post contra el presidente y su política de separar a los niños de sus padres en los centros de detención de la frontera mexicana: «Es una medida cruel. Es inmoral. Y me rompe el corazón». Así habla una auténtica primera dama.
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