Najat El Hachmi nació en Marruecos en 1979, se crió en Vich y escribe una literatura que nace de su “contexto”, como ella lo llama (el barrio humilde, las normas familiares, la religión musulmana) y que relata su ruptura con todo aquello. Tras ajustar cuentas con el machismo familiar (El último patriarca), el conflictivo erotismo de su generación (La cazadora de cuerpos) y la brecha generacional migrante (La hija extranjera, Madre de leche y miel), vuelve a fusionar ficción y vivencias personales en El lunes nos querrán (Destino, ganadora del Premio Nadal); una novela en la que habla de sus años de juventud y de cómo la amistad la sostuvo durante aquella época de decisiones difíciles.
Mujerhoy. ¿Qué papel jugó la amistad de otras mujeres en la época que relata en Los lunes nos querrán?
Najat el Hachmi. He tenido la suerte de tener grandes amigas, sobre todo en épocas en las que no tenía nada más. Fue un vínculo que me permitió sobrevivir a un entorno complicado. La amistad juvenil puede ser tan apasionante como el amor.
Que, de hecho, sale bastante mal parado en su novela…
Las protagonistas son la primera generación de mujeres de origen marroquí que se plantea el amor (para sus madres, no estaba previsto; sus matrimonios eran más cuestión de familia que de romance). Y prueban el amor sin tener ningún referente en sus familias, con la idealización que les viene de la televisión y la publicidad, que naturalmente se rompe al entrar en contacto con la realidad.
Todas las mujeres pueden identificarse con la premisa del título, ese “si no me quieren es que no soy lo bastante delgada, guapa, leída…”.
Todas hemos crecido con ese redoble de tambor. Nos esforzamos continuamente para mejorarnos porque nos han transmitido que si nos discriminan, si nos tratan mal… es porque algo falla en nosotras. ¡Y no! Si alguien no te quiere tal como eres, es que no te quiere; no va a cambiar porque estés más delgada o tengas más éxito.
Las madres quieren que sus hijas se comporten según las reglas, pero a la vez son cómplices de sus transgresiones.
Esas madres tienen un papel muy complicado: su deber es educar a las niñas para que cumplan las normas, y no quieren que sean parias sociales, no pueden transmitirles la idea de que se rebelen. Pero a la vez, han sufrido esa discriminación y, aunque no tengan un discurso feminista, son muy conscientes de su propio sufrimiento. Así que intentan que sus hijas puedan cambiar algo.
Hay mucha soledad en la novela. ¿Es también autobiográfica?
Ha sido un camino muy solitario, sí. Cuando lograba derribar una barrera que me imponía mi familia, me encontraba con otras en el mundo exterior. Por ejemplo, cuando logré trabajar aunque me estaba prohibido, nadie me daba trabajo porque era extranjera.
Usted intentó encajar en ese sistema: se casó joven, tuvo un hijo…
No quería tener que escoger. Ni quiero ahora, porque a mí no me supone un conflicto de identidad haber nacido en Marruecos y ser de aquí. El conflicto me lo ponen los demás. Pero renunciaba constantemente a mí misma intentando conciliarlo todo y hubo un momento en que ya no podía más. Cuando ya tenía a mi hijo, me divorcié y rompí con todo. Y probé el vino por primera vez [ríe].
Ahora tiene muchas lectoras que se identifican con sus relatos, que le cuentan sus vidas. ¿Qué supone esto para usted?
Para mí es importantísimo, porque esa soledad tan absoluta que sentía desaparece y porque hay chicas que me cuentan que ellas no se sienten solas por el hecho de leer mis libros. Es una de las cosas más satisfactorias que me han pasado como escritora.
Usted misma es madre de una niña.
Tenerla me ha reafirmado en este proceso. A mi hija nadie le va a decir que tiene que ocultar su pelo para ser decente, ni que corra a cubrirse si entra un hombre en casa. Nadie le dirá que su cuerpo es un problema [se detiene, ríe]. Al menos no desde cierta perspectiva.
¿Cómo lleva la fama alguien que escribe sobre la invisibilidad de la mujer musulmana?
Me ha generado muchísima ansiedad. Las primeras veces que salí en la tele o en un periódico, yo, que vengo de un lugar en que las mujeres se esconden cuando se hace una foto… Me he acostumbrado un poquito, pero cada vez que salgo en algún medio es como si rompiera de nuevo con la norma. Mi patriarca interior, que está bastante domesticado, resurge en momentos de crisis.
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