Ana Peleteiro, la atleta gallega que cree en las meigas, animalista y enamorada de un campeón portugués

Los primeros pasos de Ana Peleteiro (25) no fueron sobre una pista de atletismo sino sobre el suelo de linóleo de una academia de ballet. Tenía tres años y dos años más tarde le dijo a su madre que lo del tutú no era lo suyo. Poco después, su padre le apuntó a atletismo y se enamoró del deporte que tantas alegrías (y algún disgusto) le ha dado. Ahora la deportista se enfrenta a un nuevo reto pero en esta ocasión en televisión como participante de El Desafío, el nuevo programa que estrena Antena 3 este viernes en prime time con Tamara Falcó como jueza y en el que ha puesto a prueba mucho más que su habilidad sobre el tartán.

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A sus 25 años recién cumplidos hace algo más de mes y medio, Ana Peleteiro tiene en la cabeza hacerse con el triunfo en los Juegos Olímpicos de Tokio que en principio se celebrarán el próximo verano. Pero hasta ese momento, la gallega ha tenido que sortear algunos obstáculos. Nació en Ribeira, una pequeña aldea situada en la costa oeste de La Coruña, en la comarca de Barbanza. Fue adoptada a los dos días de nacer por una maestra y un jefe de recursos humanos y se convirtió en la niña mimada de la casa. Su infancia transcurrió feliz en el seno de una familia humilde de la Ría de Arousa en la que nunca faltó de nada.

Yo soy gallega al 100%. Mi madre biológica es gallega y mi padre biológico no sé quién es. No conozco a mi madre biológica, pero yo soy gallega y quiero que todo el mundo lo tenga claro. Mis padres no me adoptaron en Etiopía ni en Kenia, yo nací en Galicia, mis raíces son gallegas, pero la mitad de mis raíces, y se ve, yo soy negra, mulata, tienen que venir de África”, explicaba Ana en una entrevista en La Voz de Galicia. “Me gustaría ir a África, me gustaría conocer mis orígenes, pero no busco a mi familia biológica. Es solo que, cuando tenga hijos, quiero poder explicárselo. Siempre supe que era adoptada, pero mis padres no podían contarme más porque no tenían información”, revelaba.

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Su referente: su abuela Juana

Con esa sangre “medio gallega medio negra”, como a ella le gusta decir, fue forjando una personalidad fuerte y arrolladora, en gran parte gracias a la figura de su abuela materna, Juana, con la que prácticamente se crio. Ella siempre ha sido su referente. “Fue una supermujer. Mi abuelo tuvo un cáncer linfático con 47 años y ella se vio sola con tres hijas y una pequeña pensión. Mi abuelo era marinero, iba al bacalao a Terranova y, cuando mi abuelo se quedó en casa, ella tuvo que hacer horas extra para sacar a sus hijas adelante. La vida de mi abuela es para hacer una película. No sabía hablar castellano porque no pudo ir a la escuela. Y aún así siempre intentó aprender, escribir, transmitir a los nietos que hay que estudiar para formarse”, contaba en la citada entrevista con emoción, ya que Juana falleció en junio de 2019.

Y años después, ese orgullo de nieta fue mutuo cuando Ana empezó a ganar medallas. “Verme a mí competir por todo el mundo, ella que nunca pudo salir de Galicia… Pero ella era un logro. Mi abuela siempre me admiró muchísimo. La admiración era mutua. Es un referente, no porque haya conseguido grandísimas cosas, porque tuvo una vida normal, sino por todo lo que luchó durante toda su vida por sacar a sus hijas adelante. Ayudarse entre la familia es lo que ella siempre nos transmitió y ahora que ya no está tenemos que trabajar para que eso continúe igual”, concluía.

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Con seis años ya ganaba a todos

Con sus padres viajó desde niña, algo que le hizo empaparse de diferentes culturas desde muy corta edad. Los días los pasaba entre el colegio y jugando en la calle con sus amigos a la peonza, haciendo cabañas en el bosque o montando en bicicleta. Su sueño era ser profesora como su madre, aunque de mayor ha dicho en alguna ocasión que lo suyo es ser jefa. Y con seis años ya empezó a destacar en las pistas de atletismo ganando sin mostrar señales de esfuerzo.

Comenzó a entrenar un par de días a la semana en las escuelas de Ribeira dirigidas por la exvallista de los ochenta María José Martínez Patiño y después con Carlos Adán, otro atleta gallego que había competido a nivel internacional. Fue subcampeona gallega infantil de cross, pero lo que mejor se le daba era los saltos horizontales. Después de varios años se trasladó a entrenar a Pobra de Caramiñal, a diez minutos de su pueblo, y ya lo hacía cuatro días a la semana.

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Se sintió perdida durante cuatro años

Con 16 años se proclamó campeona mundial junior de salto y batió además la mejor marca europea en unos juegos juveniles. Un año más tarde se mudó a Madrid para seguir mejorando en el Centro de Alto Rendimiento y fichó por la sección de atletismo del F.C. Barcelona. En 2013, con 18 años, recibió el Premio Princesa de Asturias. Y ahí comenzó un tiempo en el que se vio inmersa en una vorágine mediática y vital que le hizo alejarse de las pistas. Estaba perdida, sin ganas de entrenar y, sobre todo, sin ilusión por ganar. Fueron cuatro años eternos hasta que conoció al técnico cubano Iván Pedroso, una especie de ángel de la guarda que la hizo superar el bache que atravesaba.

Llegó a los Mundiales de Londres en 2017 y quedó en la séptima posición. Pero había recuperado las ganas por ser la mejor. Un año después logró la medalla de bronce en los mundiales de Birmingham y el bronce en el Europeo de Berlín. En 2019 se hacía con el Oro en el Campeonato Europeo en pista cubierta con un nuevo récord de España absoluto y fue elegida la mejor atleta española del año. “¿Dónde tengo la medalla? Pues mira, en la vitrina donde está la vajilla de boda de mis padres. Me dijeron que me harían una estantería y aún estoy esperando. Allí está la pobre, con la sopera”, bromeaba en Sport.

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Amor en la pista

Desde el otoño de 2016 Ana ha establecido su residencia en Guadalajara donde ha conseguido enfocar su vida con una rutina diaria que no se salta (casi) por nada del mundo. Ahí conoció a su pareja, el también atleta portugués Nelson Évora (36), que además forma parte de su equipo. Él nació en Costa de Marfil, a donde sus padres habían emigrado desde Cabo Verde y con cinco años se instalaron en Portugal, país por el que compite hoy en día. La pareja de Peleteiro es especialista en triple salto y se proclamó campeón olímpico de esta prueba en los Juegos de Pekín 2008 y campeón mundial en Osaka 2007.

Para Ana fue especial el primer viaje que hicieron juntos a la Costa Oeste de Estados Unidos y el año pasado disfrutaron de unos días de relax en Bali. Los dos viven juntos y comparten prácticamente las 24 horas del día. Entrenan juntos, comen juntos y cuando llegan a casa les gusta jugar a la Play. Eso sí, el confinamiento lo vivieron en la distancia ya que a él le pilló en Lisboa.

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Moda, animales y pequeños caprichos

Ana Peleteiro compagina el deporte con sus estudios de Ciencias de la Actividad Física y Deporte en la Universidad Politécnica de Madrid. Sus grandes pasiones, además de su trabajo, son sus dos gatas Kenia y Venus (es animalista y también tiene un caniche llamado Tokio), y la moda. Cuenta que con 16 cambió el chip y dejó de ir siempre con chándal y zapatillas y empezó a maquillarse y a interesarse por la ropa, de hecho ha protagonizado algún editorial y campaña de moda.

Fan absoluta de la serie de HBO Juego de Tronos, seguidora del Celta de Vigo por su padre, admiradora de Rafa Nadal y feminista convencida, Ana siempre ha defendido en público que las atletas puedan ser madres sin tener que renunciar a su carrera deportiva. Aunque su vida está llena de restricciones, los domingos se concede pequeños caprichos como una copita de vino o una siesta viendo una película en la televisión. Asegura estar ‘enganchada’ a las redes sociales y durante el confinamiento no paró de subir videos bailando a Tik Tok.

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Tiene 18 tatuajes, su viaje pendiente es ir al Perito Moreno, en Argentina, con su familia, y a la isla de Pascua. Le gusta cocinar –lo que más echa de menos de Galicia es la comida de su madre– y su plato estrella es la pasta a la boloñesa. Y sí, como buena gallega cree en las meigas y dice tener “presentimientos”. “El día de San Juan me gusta ir a Galicia para lavarme con agua de San Juan. Si no voy, mi madre mete el agua en una botella. Tú te echas colonia todos los días, ¿no? Pues yo mis aguas de San Juan”.

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