Las comparaciones son odiosas, pero también inevitables. Y más cuando pueden hacer que una historia cambie completamente. ‘Rebeca‘ se convirtió en un clásico instantáneo en 1940 de la mano de Alfred Hitchcock, que con su primer filme en Hollywood ganó el Oscar a Mejor Película y sentó cátedra sobre cómo adaptar la atmósfera enfermiza de la novela de Daphne du Maurier. Ochenta años después, otra ‘Rebeca’ vuelve a la pantalla. Esta vez, a la pequeña, la de Netflix, que estrena una nueva versión dirigida por Ben Wheatley y protagonizada por Lily James y Armie Hammer.
La historia sigue siendo la misma: durante un viaje a Montecarlo, una joven que trabaja como dama de compañía de una señora adinerada conoce a Max de Winter, un hombre recién enviudado y de gran fortuna, y ambos se enamoran perdidamente. El flechazo acaba en una boda precipitada y el retorno de la pareja a la célebre mansión de los De Winter, Manderley, en la costa del sur de Inglaterra.
Pero lo que le espera a la joven en ese lugar no es el matrimonio feliz que se esperaba, sino una vida a la sombra de la difunta señora de la casa, Rebeca de Winter, a la que el ama de llaves (interpretada por Kristin Scott Thomas) aún guarda una feroz lealtad. Su muerte es aún todo un misterio y da la sensación de que su fantasma podría estar escondiéndose detrás de cada vestido, cortina o retrato. La nueva ‘Rebeca’ sigue de forma fiel la narrativa de Du Maurier. De hecho, conserva un detalle de la historia que Hitchcock modificó en su filme de 1940, y que puede cambiar completamente la percepción sobre los personajes.
[Cuidado: a partir de aquí comentamos un spoiler importante de la trama de ‘Rebeca’]
Durante toda la historia de ‘Rebeca’, la versión oficial que nos ofrecen sobre la muerte de Rebeca de Winter es que se ahogó en su barco. Pero en cierto punto descubrimos que esto no es así. Según lo escribió la autora, Max y Rebeca discutieron en la casita de madera frente a la costa y él acabó pegándole un tiro en el corazón. Fue su marido quien la mató intencionalmente, fruto de la rabia y el rencor que le tenía por hacer de su vida un infierno. Tras el disparo, el hombre dañó el barco, metió el cadáver dentro y lo lanzó al mar para encubrir su crimen. En la versión de Wheatley, también es así como ocurren los hechos. Pero no en la de Hitchcock.
En la ‘Rebeca’ de 1940, Max (interpretado por Laurence Olivier) cuenta cómo ambos estaban discutiendo cerca de la costa y, en un desgraciado accidente que nada tuvo que ver con él, Rebeca cayó y murió por el impacto. En lugar de contar lo que había pasado, el marido decidió meterla en el barco y deshacerse de su cadáver. La diferencia entre ambas versiones está clara: en la original, tenemos que aceptar que el protagonista de la historia es un asesino y que su nueva esposa está dispuesta a encubrirle aunque sea moralmente reprobable, mientras que en la modificada por Hitchcock el personaje está exento de toda culpa y podemos seguir apoyándole con la conciencia tranquila. Así, la versión clásica se deshizo de las contradicciones y la complejidad moral de ese momento de la historia sobre el papel. Pero, ¿por qué?
La razón tras este cambio está en el Código Hays, una guía de «recomendaciones» (aunque, por motivos comerciales, eran más bien «obligaciones») que estuvo vigente en Hollywood desde mediados de los años 30 hasta 1967, y donde se establecían una serie de normas (ajustadas a los valores morales de la época, especialmente desde los sectores conservadores estadounidenses) que las producciones de la industria debían cumplir. Entre todas esas directrices sobre los desnudos, el sexo, el alcohol, las blasfemias o las drogas, se encontraba un punto que afectó directamente a la historia de ‘Rebeca’: no estaba permitido mostrar el crimen de una forma positiva.
Por tanto, que Max de Winter asesine a su esposa y que luego no solo no pague por ello en prisión o con su propia muerte, sino que además tenga su final feliz junto a su nueva pareja, era inadmisible para la época. No, en aquel entonces no admitían fácilmente el hecho de que los protagonistas de la historia pudiesen ser seres despreciables o moralmente conflictivos. Y, antes de quedarse sin su final feliz, mejor exonerar de culpa al galán de la historia y permitir que coma perdices con Joan Fontaine.
Sin las restricciones del Código Hays, el verdadero final de ‘Rebeca’ ha podido ver la luz en la versión de Wheatley. Quizás su película no esté a la altura de la maestría visual de su predecesora, ni James y Hammer alcanzan los matices de las interpretaciones de Olivier y Fontaine, pero al menos puede decir que es más fiel a la inquietante novela de Du Maurier.
Vía: Fotogramas ES
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