Algunos datos sobre mi carácter: puedo maldecir y lamentarme de mi suerte hasta quedarme ronca, pero no me rindo; poco tengo, pero no me duele darlo, el dinero solo es dinero; no sería capaz de ser feliz si esa felicidad se construyera sobre la infelicidad de otra persona; soy severa en mis opiniones, pero más severa aún conmigo misma; y no soporto a los cobardes, es superior a mis fuerzas. Esto último me ha metido en no pocos problemas. Eso y ser bastante bocazas.
No sé si soy un buen ejemplo para mi cachorro. Le digo que lo fundamental en esta vida es ser buena persona a pesar de los demás, tener unos buenos principios y mantenerlos. Con el ejemplo es como se enseña, dicen, pero yo no estoy segura de nada, ni de ser un buen ejemplo, porque muchas veces soy una macarra, alguien que se enfrenta, aún sabiendo que tiene las de perder y que el día menos pensado le parten la boca. Pero no me peleo porque sí, lo hago por lo que pienso que es justo o por defender a quien no puede.
Hace mucho que no os hablo de Amante, ese mirlo blanco que encontré en Tinder hace más de un lustro. A mí, que nunca me toca nada, ni la pedrea en la Lotería, me tocó el premio gordo con él. No estoy tan segura de que sea recíproco: doy muchos quebraderos de cabeza. Soy una peleona y él me frena a menudo.
Le agradezco la paciencia que tiene con esta chunga. Le agradezco también otras cosas más jugosas que pensaba que, a mis años, no me iban a tocar, pero mira tú por dónde, justo cuando crees que nada nuevo te espera, una nueva etapa física te sorprende.
Os he hablado varias veces de los desajustes hormonales que suelen acompañar a la menopausia, de la falta de deseo sexual, de las hormonas, de la falta de lubricación… No os voy a engañar, esto pasa, pero falta de deseo sexual (ausencia, más bien) y lubricación escasa las he tenido con 20 años menos.
Pero no todo es decadencia. No niego que se deba a una serie de maravillosas coincidencias, pero puedo afirmar sin equivocarme que el sexo que tengo ahora le da mil vueltas al de hace 10, 15 o 25 años.
Que sí, que vale, que todo estaba más prieto y unos centímetros más arriba, pero como disfruto (como disfrutamos) ahora no lo hacía antes ni en las mejores ocasiones.
La única explicación lógica que le encuentro es que ahora sí que sí me dejo llevar, que no estoy pendiente de si lo estoy haciendo comme il faut, o como el otro espera que lo haga. Ahora dejo que me guíe el instinto y el deseo, y todo va mil veces mejor.
Ojalá trasplantar lo que sé ahora al cerebro de la Pepa de hace 30 años. Aunque mira, ahora que lo pienso mejor que no, porque ni hubiera tenido a mi hijo (porque a mi ex no le hubiera hecho ni caso) ni hubiera conocido a Amante. Solo por ellos ha merecido la pena tragarse una carretera con tantos baches.
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