“Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido”. Podría ser la frase con la que silenciar los atascos matutinos. También resume el ambiente que se respira tanto en redes sociales como en algunas de las obras literarias más exitosas del momento. Son las palabras con las que comienza Oda a la vida retirada, de Fray Luis de León. Pudiera parecer que el furor de las novelas que fantasean con refugiarse en el campo fueran una tendencia, pero lo cierto es que los retiros campestres de Los Asquerosos (Santiago Lorenzo), Un hipster en la España vacía (Daniel Gascón) y Meteoro (Mireya Hernández) recuerdan más a las alabanzas rurales del poeta que a los espídicos bailes que TikTok colecciona. Sin embargo, cuando este éxodo no es una decisión meditada, sino un impulso construido sobre la fantasía de lo que esperamos encontrar, ¿es sostenible en el tiempo este affaire campestre o estamos destinados a convertirnos en un Robinson Crusoe ansioso por ser rescatado?
“El retrato que suele hacerse de estas huidas al campo me suena a caricatura. Siempre aparecen conceptos como la conexión con la naturaleza y la plenitud del descanso, pero son demasiado íntimos y relativos; creo que esta casuística se da por supuesta. Parece que nos obliguemos a creer y sentir exactamente como el cliché nos lo indica. Esta imposición tiene un efecto aglutinante en nuestras emociones”, asegura Rosa Moncayo, que en su novela La intimidad ha querido desmitificar el campo como lugar para relajarse y huir de los males urbanitas.
Viviendo en el campo no necesitas nada, te sobran cosas. Eso sí, no es tan confortable como la ciudad y te tiene que gustar mucho estar solo».
Son cada vez más los que quieren poner tierra, montañas y riachuelos de por medio, con el fin de saborear un ethos relajado destinado a ser el Diazepam con el que calmar nuestra tumultuosa vida. Según Fernando Encinar, fundador y jefe de estudios de Idealista, la cuarentena ha hecho a muchos darse cuenta de que preferirían vivir en zonas menos céntricas a cambio de más metros cuadrados, jardines o terrazas. “El buen funcionamiento del teletrabajo en muchas empresas esté empujando también a muchos profesionales a plantearse establecer su residencia en municipios pequeños alejados de los núcleos urbanos”, asegura. Según sus datos, los pueblos concentran el 13,2% de las búsquedas de vivienda, frente al 10,1% de enero.
Este éxodo campestre no ha sido, para algunos, fruto de los estragos del confinamiento, sino la única forma de aguantar en la capital. Álex García, que estrena la serie Antidisturbios, se fue hace 10 años a la sierra madrileña. “Probé un mes de alquiler y no he vuelto a la ciudad. Me quedé respirando azul clarito”, explica el actor. La pintora Mercedes Bellido también quiso inhalar una nueva tonalidad al abandonar Carabanchel para instalarse en Toledo. ¿La causa? Ni anhelos introspectivos ni necesidad de calma. Su aventura rural se debe a una causa muy concreta: le gusta. “Es lo fundamental para tomar una decisión así. Tiene muchas cosas positivas, como estar en un ambiente natural o disfrutar de precios más asequibles y mucha calma, pero te tiene que gustar la tranquilidad. La falta de servicios, de ocio y, en cierta medida, el aislamiento son cosas a tener muy en cuenta, porque puede ser duro y muy solitario vivir lejos de la ciudad”, asegura. Juan Manuel Polentinos Castellanos, director gerente de la Confederación de Centros de Desarrollo Rural, coincide con la pintora y va más allá. “Sería bueno, antes de ubicarte definitivamente, visitar el pueblo alguna vez, conocer lo que hay y tener claro lo que realmente estás buscando”, concluye.
Que la literatura española se haya sumido en una oda campestre es una de las causas por las que hemos idealizado aquellos espacios en los que las campanadas suenan por encima de las notificaciones de WhatsApp. Este idilio literario con lo rural ya motivó en el siglo XVI a Antonio Guevara, que en Menosprecio de corte y alabanza de aldea narraba las bondades de la vida campestre y de quienes la disfrutaban. Sin embargo, el autor lo hacía desde esa ciudad a la que vapuleaba en sus escritos. Eso sucede en las más de 680.000 imágenes que nos devuelve en Instagram el hashtag #cottagecore, tendencia que ofrece una visión idealizada de la vida rústica. Incluso el videojuego escapista Animal Crossing, que esboza un esperanzador mundo que nos cuida y nos invita a saborear los pequeños placeres de la vida rural, nos inspira que el campo es nuestra mejor vía de escape. Pero tiene truco.
“Hay quien ha idealizado la vida rural, pero no son precisamente las gentes del medio rural, que viven y quieren seguir haciéndolo con calidad de vida”, advierte Polentinos. Es lo que le ocurrió a la cantante y actriz Julia de Castro, que tras dos años alejada del epicentro madrileño, vio cómo el glamour de lo rural se diluía: “Me mudé al campo ilusionada. Veía ciervos desde mi casa, respiraba aire sin estornudar, caminaba por el bosque… Una vida idílica, si no fuera porque a las ocho de la tarde no tenía dónde comprar nada y si quería ir al cine o cenar después de ir al teatro era un acontecimiento. Coordinar la logística de vuelta era tan compleja que acabó desgastándome: la espontaneidad no era una posibilidad y cada vez me relacionaba menos. Me fui apagando y todo lo bueno no compensaba estando tan lejos”.
A quien sí le compensa es a la actriz Lola Dueñas, que vive en una aldea portuguesa feliz y alejada del mundanal ruido. “No fue una decisión repentina. Desde pequeña soñaba con dos cosas: ser actriz y vivir en el campo. Lo que más me gusta es el silencio. Viviendo en el campo no necesitas nada, te sobran cosas. Eso sí, no es tan confortable como la ciudad y te tiene que gustar mucho estar solo”, explica la ganadora de dos Goya.
Al parecer, para disfrutar del silencio hemos de haber aprendido a calmar nuestras voces interiores. Por más que a todos nos guste respirar azul clarito, estamos demasiado acostumbrados a las saturadas bocanadas multicolor como para limitar el pantone.
Fuente: Leer Artículo Completo